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El fraude se consuma con el permiso del PNV, mientras la alternativa sigue a pie de calle

Si las elecciones al Parlamento de Gasteiz han estado totalmente condicionadas por la decisión del Gobierno español de ilegalizar a la izquierda abertzale -decisión a la que ha acompañado la resignación o alegría con la que el resto de partidos políticos han asumido esa excepcional medida-, los resultados de las mismas muestran aún más claramente hasta qué punto el apartheid político distorsiona esa Cámara. Un Parlamento que, si bien nunca ha representado la realidad política de Araba, Gipuzkoa y Bizkaia tal y como es, ahora ni siquiera representará la voluntad de los votantes de esos territorios. Es evidente que el Parlamento resultante no refleja la realidad social, mayoritariamente de izquierdas y abertzale.

La campaña ha sido planteada por PSOE y PNV en términos de cambio o continuidad. Sin embargo, no estaban en juego dos modelos políticos diferentes, sino dos liderazgos en pugna por un mismo proyecto: la profundización en la apuesta autonómica para «Euskadi», como gráficamente han explicado tanto Patxi López como Urkullu e Ibarretxe. El PNV ha ganado las elecciones, pero puede haber perdido esa batalla.

De Loiola a la reconquista, vía fraude

Éste no era, evidentemente, el escenario diseñado por los líderes jelkides, ni para 2020 ni para 2009. Al levantarse de la mesa en Loiola y posicionarse con el PSOE, al vetar las garantías necesarias para que todo proyecto político sea viable en todo Euskal Herria, Imaz y Urkullu pensaron que forzaban al PSOE a ceder el liderazgo de un renovado pacto. Así había ocurrido durante las tres pasadas décadas tanto en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa como en Nafarroa, y el PNV pensó que una vez más el Estado recompensaría a quienes habían rebajado los términos de un acuerdo de paz justo y duradero hasta convertirlos en injustos, volátiles e inaceptables por la otra parte.

Pero el PSOE advirtió la debilidad jelkide, el pánico de sus dirigentes a perder su cuota de poder y la desilusión de sus bases, y decidió no aceptar las tablas y jugar este partido. Y, pese a perder en votos y escaños, puede resultar el ganador del mismo. El PSOE sabe que el Parlamento que se formará no representa la voluntad popular y menos aún la realidad social vasca. Sabe también de los límites de un planteamiento de gestión para estos territorios y más aún para el conflicto del que son parte junto a Nafarroa e Ipar Euskal Herria. Lo sabe porque lo aceptó en Loiola. Pero eso no evita que, una vez que el PNV se anuló a sí mismo en las negociaciones y una vez que el resto de partidos aceptaron el fraude propuesto, tiene la misma legitimidad -o total falta de la misma- que sus adversarios. La responsabilidad de la ilegalización, no obstante, sigue siendo suya.

El PP, pese a perder tanto votos como escaños, ha demostrado que tiene una base social fija y relevante. Otra cuestión es que sus planteamientos políticos sean viables en esta sociedad, pero de momento, junto a UPyD, puede dar la Lehendakaritza a López. Y el coste que en el resto del Estado podría tener el rechazarla para el PSOE le obliga en cierta medida a aceptarla y luego negociar.

Éstas cábalas sólo sirven en caso de que PSOE y PNV no decidan oficializar el fraude total al electorado y conformen gobierno en minoría -en uno u otro sentido- con apoyo externo para la primera parte de la legislatura.

En el campo de la socialdemocracia vasca, la falta de determinación del partido de Ziarreta y la campaña desatada contra ellos por el stablishment jelkide los ha hundido y ha provocado una espantada de votantes hacia Aralar. Estos han logrado un resultado bueno, pero que los deja fuera de todo tipo de esferas de influencia. Del mismo modo, Ezker Batua ha perdido votos y escaños hasta el punto de que Javier Madrazo, al igual que Ziarreta, ha quedado fuera del hemiciclo.

Ley y datos son alterables; una sociedad, menos

Los resultados electorales pueden ser alterados y manipulados en tanto en cuanto son datos matemáticos y estadísticos. Ahora bien, en su dimensión política, en la medida en que esos datos representan siquiera de forma parcial e imperfecta la voluntad popular del lugar en los que se realiza el sufragio, la manipulación de esa realidad social no resulta tan sencilla.

La izquierda abertzale, se cuenten como se cuenten los 100.000 votos de ayer, sigue siendo la cuarta fuerza política en esos territorios y la tercera si tomamos como referencia los datos electorales de los siete territorios vascos. A nadie escapa que esos resultados se dan, además, en condiciones extremas, que aumentan claramente la potencialidad de su propuesta política. Condiciones que recuerdan más a la resistencia francesa bajo Vichy que a un territorio de la Unión Europea del siglo XXI; condiciones para la militancia que recuerdan más a las condiciones en las que trabajaba el CNA sudafricano en tiempos del apartheid que a un Estado de Derecho; condiciones más difíciles que las que tuvo que soportar el Sinn Fein con Thatcher, por poner un ejemplo aún más cercano.

En este escenario, la alternativa sigue a pie de calle, y negarlo sólo supone negar la realidad y alargar el conflicto. Ganadores y perdedores deberían empezar por ahí.

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