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ANÁLISIS El gigante ruso

Algunas caras extremas del paneslavismo ruso

Las muertes del abogado Stanislav Markelov y de la periodista Anastasia Baburova el pasado 19 de enero han vuelto a encender las alarmas ante la creciente ola de ataques que sacude a Rusia.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Ya en tiempos de Gorvachov y Yeltsin, organizaciones y grupos neonazis como Pamyat o la Unidad Nacional Rusa, fueron manipuladas, y en ocasiones creadas o inventadas, por organismos de la seguridad rusa.

En los últimos cinco años, las cifras de víctimas mortales por ataques fascistas han aumentado año tras año. Así, en 2004 fueron 50 y en 2008 llegaron a 96. En lo que llevamos de año, ya se han contabilizado 14, principalmente en Moscú y en la ciudad de San Petesburgo.

Desde diferentes instancias se ha criticado el silencio gubernamental ante esta preocupante realidad, pero portavoces del Gobierno y el propio presidente Medvedev aseguran que actualmente éste sería uno de los problemas más peligrosos que asola a Rusia e insisten en que le están prestando gran atención.

Una de las bazas propagandísticas de los dirigentes del Kremlin es la Ley Federal 114-FZ, que popularmente se conoce como la «ley anti-extremismo». Tras los ataques del 11-S, Moscú puso en marcha una maquinaria legal que se materializó con la aprobación de la citada ley en julio del 2002. Cuatro años más tarde fue presentada una nueva versión que, entre otras cosas, otorgaba a las autoridades locales poderes para condicionar la participación política y para silenciar las críticas de algunos medios de comunicación.

La inconcreción de la ley la convierte en una herramienta muy valiosa para el Ejecutivo ruso. Según denuncian algunos analistas, los verdaderos objetivos han sido «participantes en protestas contra el Gobierno y activistas sociales». Y mientras tanto, la extrema derecha goza de cierta permisividad. Los actos de estos grupos reaccionarios, como ocurre en otros países en Europa, se presentan como acciones aisladas de hooligans, sin querer dotarlas del contenido político que en realidad contienen.

La eliminación física de periodistas, defensores de los derechos humanos o refugiados chechenos, son sólo un ejemplo de las diferentes tramas e intereses que se conjugan en Rusia en estos momentos. En ocasiones son grupos neonazis los que ejecutan los ataques, y en otras sus autores habría que buscarlos tal vez en los entornos de determinadas estructuras del poder. Lo cierto es que las voces críticas con determinados asuntos (derechos humanos, Chechenia, refugiados...) son acalladas violenta y expeditivamente.

Un periodista ruso ha señalado que la suya es una profesión de alto riesgo en la actualidad. Al menos cuatro miembros de «Novaya Gazeta» han muerto de manera violenta, entre ellos la afamada periodista Anna Politkovskaya y, más recientemente, Anastasia Baburova.

El auge de un discurso nacionalista ruso, paneslavo, ha ayudado al surgimiento de movimientos y tendencias de carácter reaccionario y violento. Evidentemente no nos encontramos ante un fenómeno uniforme, pero sí comparten algunos parámetros comunes.

Por un lado, nos encontramos ante un nacionalismo étnico e imperial, orgulloso de su pasado ruso. Algunos se remontan al período pre-crisitiano, a un paganismo mítico, pero la fuente más importante es la Rusia ortodoxa y autócrata del zarismo.

Por otr0, un nexo de unión lo representa la identificación del enemigo. Para unos representado en los valores de Europa Occidental, para otros personificado en los pueblos el sur de Rusia (caucásicos, turcos, musulmanes...), y/o en losjudíos. A ello cabe añadir como objetivos de estos fascistas a todo el que pertenezca o milite en grupos progresistas o antifascistas.

El abanico de tendencias es amplio. Desde los llamados nacional bolcheviques, hasta los euroasianistas, pasando por el ultranacionalismo ruso o incluso por las tendencias de los sectores más fundamentalistas de la iglesia ortodoxa, que promueven claramente una politización de la moralidad, y defienden un estado monolítico ortodoxo y nacionalista ruso. Junto a estas formaciones coexisten también diferentes grupos que de una u otra forma se enmarcan también en el espectro fascista. Algunas organizaciones que dicen representar el resurgir del movimiento cosaco, grupos neonazis de boneheads o incluso ultras ligados a algún equipo de fútbol.

Los partidos reaccionarios con mayor peso en la historia reciente son el Partido democrático Liberal de Rusia (LDPR) de Vladimir Zhirinovsky, al que algunos presentan como un «liberal nacionalista», mientras que para otros es «un fascista o un oportunista». Detrás del mismo encontramos dos formaciones que surgieron en los noventa. Por un lado está la Unidad Nacional Rusa (RNU), o Unión Étnica Rusa, y que supo aprovechar el vacío del colapso soviético y no dudó además en presentar una rama paramilitar.

En esa misma década surgirá el Partido Nacional Bolchevique, representante de la mal llamada tercera vía y que como defendía el ideólogo de principios del siglo veinte, Nikolai Ustryalov, supone una simbiosis entre el nacionalismo ruso reaccionario y el bolchevismo.

En un peldaño más bajo han pasado por la escena política rusa formaciones menores, como el Partido Nacional del Pueblo (PNP), el Partido Nacional Republicano de Rusia (NRPR), el Partido Nacional Socialista Ruso o la Unión de Cristianos Renacidos.

Hoy en día, otras dos formaciones están centrando la atención. Por un lado está el Movimiento Contra la Inmigración Ilegal (DPNI), activo desde 2002 y con una base diversa (estudiantes, empresarios o pensionistas), y cuyo discurso gira en torno a «la denuncia de los extranjeros que nos roban el trabajo, que cometen crímenes y que buscan reemplazar a la población nativa rusa». El aumento de niños de padres no rusos en las escuelas es una de sus denuncias más recientes. La otra formación, Unión Eslava, también aporta el componente fascista y reaccionario a sus discursos y acción política. El 1 de marzo ambos grupos convocaron la «Marcha Rusa» para recordar a los soldados de la sexta compañía, 104 regimiento de la División Aerotransportada Pskov, 84 de los cuales murieron en 2000 en una emboscada de la resistencia chechena. En ese acto se volvieron a escuchar eslogans como «Rusia para los rusos», «por una nación rusa eslava» o «eslavos, rusos, pode- rosos».

Resulta paradójico que un pueblo y una sociedad como la rusa, que se enfrentó a la agresión nazi y que pagó con millones de vidas su resistencia, albergue en su seno tendencias y grupos de corte fascista. Pero, por desgracia, esa cruda realidad crece cada día en aquel país.

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