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Juanjo Basterra Periodista

La clave está en no rendirse ante los empresarios

El chantaje de la patronal existe y es una realidad casi diaria. Los trabajadores lo conocen. Unos callan y otros están dispuestos a dar la cara para decir: «Hasta aquí hemos llegado». Es una de las razones que la mayoría sindical vasca plantea de cara a la huelga general del próximo 21 de mayo. No es baladí. Se trata de combatir el poder a la patronal que consigue todo lo que quiere: ayudas a la contratación, ayudas para enviar a su plantilla al desempleo con expedientes de regulación, pagar menos impuestos y cotizaciones sociales a la Seguridad Social y, además, plantea sin tapujos que el despido le salga gratis.

Un ejemplo claro que refleja ese enorme poder de chantaje ha ocurrido hace unos días. Me refiero al conflicto en Seat, que pertenece a la multinacional Volkswagen, tan conocida en nuestra tierra por practicar ese sistema de presión. El director de la planta de Martorell (Barcelona) pidió la congelación salarial para afrontar este período de crisis, a pesar de que el grupo empresarial ganó 4.600 millones de euros el año pasado.

Entonces, UGT, que no ve razones en la huelga del 21 de mayo en Hego Euskal Herria, propuso un referéndum entre los trabajadores y recordó que si no se congelaban los salarios no se fabricaría un nuevo modelo de coche en Barcelona. Chantaje. Los trabajadores aceptaron, sobre todo guiados por el miedo.

Un minuto después, el director de Seat pidió dos años de congelación y, poco más tarde, ayudas económicas. El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero le entregará 100 millones.

Lo que aprecio del episodio es el análisis que el responsable de UGT de Catalunya, Josep María Álvarez, hace de esta situación en una entrevista en «El País». Explica que CCOO, que se opuso a esa medidas en Seat, en Sony y Nissan, -y me atrevo a decir que en Michelin, Mercedes Benz, Volkswagen y otras- avaló procesos similares.

El problema es ése, cuando la patronal dice que hay que apretarse el cinturón, las administraciones públicas y quienes dicen practicar el diálogo social se rinden. Ceden sus principios, su ideología y hasta el salario de los trabajadores. Ellos seguro que tienen asegurado el puesto de trabajo y un buen salario.

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