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Juan Antonio Delgado Santana sociólogo

La dialéctica de la vida

La vida universal se forja irremediablemente en medio del conflicto y la relación entre contrarios. Y frente a la adversidad potencial o consumada surge la atracción recíproca, la armonía entre iguales. La dialéctica impone su carácter omnímodo desde el principio de los tiempos.

Tras el día viene la noche, tras la tormenta aparece la calma, el ser humano es visible (cuerpo) e invisible (espíritu y ánimo). El método dialéctico nos dice que cada manifestación engendra su propia contradicción. Incluso la ciencia social convencional contemporánea acepta (aunque a regañadientes) estas pautas de pensamiento; al fin y al cabo se basan en la naturaleza, en la contemplación cotidiana del mundo. El procedimiento cognitivo es bien conocido: la manifestación naciente constituye la tesis, la cual genera una contradicción que genera la antítesis y ambas se congregan en una síntesis que se troca en una nueva afirmación o tesis que inicia el nuevo proceso.

La Humanidad, volcada en su trágico y luminoso transcurrir, atraviesa su propio devenir de luces y sombras, su telúrico teatro de representaciones, su significativa evolución de metas e ideales. El panorama actual del poder político y mediático es bien visible: vampiros sedientos de sangre escrupulosamente encorbatados establecen políticas neoliberales y convocan guerras genocidas, embrutecidos depredadores de odios agazapados y botas ensangrentadas reparten a hostias el miedo y la represión, maniquíes de ideas egocéntricas y miradas metálicas tergiversan las noticias cotidianas y reparten las mentiras a mansalva... Cualquier medio es válido con tal de legitimar el sistema de dominación ultracapitalista.

Nos informan de que el hombre pisó la luna, de que el rey salvó la democracia, de que la URSS se desmoronó desde dentro, de que los musulmanes radicales abatieron las torres gemelas, de que había armas de destrucción masiva, de que han sido detenidos revolucionarios, de que estallan bombas en los concurridos mercados de Bagdad, de que un nuevo virus causa estragos... Nos ocultan que se trataba de un montaje fílmico para garantizar simbólicamente la hegemonía USA durante la guerra fría, que todo estaba atado y bien atado, que Washington compró al vendepatrias de la perestroika y la mancha, que los neocons sionistas urdieron y ejecutaron el plan, que sólo hallaron y confiscaron petróleo y valiosas obras de arte, que los detenidos fueron torturados, que los invasores ponen las bombas, que el laboratorio de Rumsfeld y Cía acapara los beneficios y se refuerza la xenofobia ...

La ciencia convencional acepta (acata) la visión heliocéntrica, la doctrina de la evolución, el hallazgo del ADN que proclama la impostura de la supremacía étnica... Las ciencias de la naturaleza son aceptadas como patrones especializados del conocimiento académico. Pero la ciencia humana dialéctica, el marxismo, el socialismo científico, la democracia participativa... siguen siendo objeto de satanización o escrupulosamente desechadas. ¿Por qué? Su puesta en escena supone un grave cuestionamiento del orden establecido, una piedra angular que desvela los principios corruptos y demagógicos del neoliberalismo imperante.

No puede ser de otra forma: el orden burgués acepta el descubrimiento darwinista de la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, y a la vez vilipendia la ley del desarrollo marxista de la historia humana.

Son las relaciones de producción y de cambio, las relaciones económicas -nos dice Marx- las que determinan dialécticamente el curso de la historia. Por eso la democracia económica representa una herejía dentro del pensamiento político; el logos neoliberal es sólo un fruto podrido; su pervivencia depende del envenenamiento masivo (alienación) de las masas o de la feroz represión.

El invasor de pecho de hojalata y atronador arcabuz tiene su escriba y su fariseo, antes y ahora. Antaño codiciaba tierras inexploradas para engrandecimiento del reino católico, recios esclavos como mano de obra gratuita y bellas esclavas para solaz de la soldadesca. En el presente, para perpetuar su carnívoro usufructo y su tentacular esquilmación, sigue precisando guerras imperiales, trabajadores desconcienciados, cortesanos serviles y correveidiles alegres: la mesa de las depravaciones está servida y el que se mueva se pierde el espectáculo.

Los informativos televisivos repiten: los ricos también lloran, los soldados invasores también sonríen, los torturadores tienen hijos y sus esposas los esperan en casa con la luz encendida... Nos inundan de basura e inmundicia digitalmente reciclables: sonrisas envenenadas para aprovecharse del erario público, proclamas institucionales para urdir las corruptelas presentes y venideras, diatribas de salón entre plutócratas rivales que luego van a cenar juntos... Los robots destructores de nueva tecnología Obama/ ZP... resultan convenientemente más útiles e higiénicamente más presentables que los monstruos devoradores de hamburguesas humanas que les precedieron.

Nos regalan una pesadilla de falsas libertades, de senderos prohibidos, de faros que hacen encallar promisorias naves bajo la luna ensangrentada. La labor de destrucción y manipulación es obra de gente variopinta: adoradores del becerro de oro, vendedores de humo, encantadores de serpientes, magos sombríos que sacan nuevas plagas del sombrero... Se exhiben nuevas películas de terror, pero el terror cotidiano recorre las aldeas de Afganistán, las calles de Bagdad, los suburbios de Haití, las mazmorras de la Spagna camaleónica...

El sistema opresor, en su afán de ebriedad orwelliana, repite hipnóticamente algo así: «Los revolucionarios odian, siembran la semilla de la discordia, procuran la lucha, desconocen la tranquilidad». Tal es el oficio oscurantista del monstruo, tal es el falseamiento perenne de la realidad.

La dialéctica, imperturbable como sol refulgente, se postula en el frente contrario: ¿Amar la justicia, encender la antorcha de la libertad, congraciarse con la tierra que nos vio nacer es acaso odiar? ¿Es acaso sembrar la semilla de la discordia pretender eliminar las raíces de la opresión? ¿Conocer la efervescencia anímica a través del sacrificio personal no resulta acaso el germen necesario para la tranquilidad venidera? ¿No es esto amor por la humanidad y el planeta, la forma más sublime de la praxis?

La ignorancia consolida los valores convencionales y legitima la injusticia establecida; pero el conocimiento abate los prejuicios y transparenta las desigualdades. El torturador se mofa, avasalla, abusa, muestra su cobardía a través de la impunidad; el torturado se dignifica, padece, se duele, manifiesta su valentía mediante su propósito de resistir.

Hemos contemplado a gente intrépida luchando contra la tiranía. Hemos visto gente heroica enfrentando a quienes blanden porras y armamento. Hemos observado sus rostros. Estaban radiantes de convicción, de valor, de fuerza combativa. Les hemos visto apretar los dientes y mirar de frente al presente, vislumbrando el infinito del instante. Miles de estas personas combatientes han caído, otras permanecen en prisión o desaparecidas, muchas siguen en pie de lucha, día a día. Cierto que, incluso, tales personas ignoran que son heroicas. Simplemente cumplen con su deber, según sienten: la dignidad personal les impele a ofrendar lo mejor de sí mismos.

¿Qué es la vida si el aprendizaje no cuaja en felicidad intrínseca, si la edad cierra el paso al amor y al compromiso, si la distancia con uno mismo multiplica los miedos? Y en ese transcurrir, ¿a dónde ir, con quién compartir la palabra y el tacto, la armonía que danza en la fertilidad de los hallazgos? Ya lo decía Atahualpa Yupanqui en su canción del payador solitario: la rebelión es mi ciencia.

El sol, astro colosal, nutre nuestras energía y desvela nuestros sueños. El proyecto de la mujer verdadera y del hombre auténtico no puede morir. El itinerario galopa entre la abolición y el crecimiento. La abolición del oscurantismo, de la ponzoña, del dardo aniquilador, del metal asesino. El crecimiento del esplendor, de la terapia vital, del empuje solidario, de la mano amigable. Aspiramos a la verdadera libertad a través de todas las corrientes de esa mar de adversidades y regocijos llamada vida.

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