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36 años del inicio de la lucha armada del Frente Polisario

La «paz», tierra minada para el pueblo saharaui

Llevan esperando 36 años, 18 de ellos marcados por movimientos diplomáticos que siguen sin dar su fruto, la independencia. El Frente Polisario realizó el 20 de mayo de 1973 su primera acción armada para reclamar justicia y un país que es suyo. De los saharauis.

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Andoni BERRIOTXOA

Tal día como hoy, allá por 1973, un grupo armado revolucionario, al mando de Brahim Gali -ex delegado del Polisario en el Estado español, actualmente delegado en Argelia- y El Uali -primer presidente de la RASD hasta su muerte en 1976 en acto de guerra- atacó el fuerte Janquet Quesat en el entonces Sahara español, dando así comienzo a uno de los conflictos armados más largos de la reciente historia africana. Aquel grupo de 17 hombres, armados con fusiles de principios de siglo, hizo tambalear las políticas colonizadoras del gobierno del entonces presidente franquista Arias Navarro.

El pueblo saharaui sufría desde hacía décadas las políticas represivas dictadas desde Madrid. Al mando del general Pérez de Lema, gobernador de El Aaiún, eran frecuentes los interrogatorios y torturas a todo aquel que apoyara o simpatizara con las tesis de Basiri, padre del nacionalismo saharaui, «desaparecido» cuando estaba detenido. Un país rico en recursos naturales como es Sahara Occidental, gracias principalmente a las minas de fosfato de Boukra (la mina más grande a cielo abierto del mundo) siempre tuvo pretendientes colonizadores entre sus vecinos, como Mauritania y Marruecos, que reclamaban las tierras del Sahara bajo pretextos históricos.

Tras la muerte de Franco, y la negativa a conceder autonomía o independencia alguna al pueblo saharaui por parte española, Marruecos mandó a más de 350.000 civiles y más de 27.000 militares a ocupar parte del territorio de Sahara Occidental, que bajo las leyes de la ONU y varios informes del tribunal de La Haya correspondía a los saharauis. Está invasión, conocida como la Marcha Verde, hizo que los saharauis tuvieran que huir desierto adentro escapándose del fosforo blanco y el napalm que lanzaban los aviones marroquíes, y poner rumbo hacia la ciudad de Tinduf (Argelia) donde hoy día viven alrededor de 250.000 personas en campamentos de refugiados. Por su parte Mauritania invadió el tercio sur del territorio, hasta que el Frente Polisario lo venciera en 1979, pero quedando estas últimas tierras bajo poder marroquí. Se consumó así una (otra) traición del Estado español a los saharauis, dando lugar a más de 36 años de conflicto armado.

El muro de la vergüenza

Hasta el alto el fuego firmado en 1991, Marruecos fue construyendo un muro que atraviesa enteramente de norte a sur el Sahara Occidental, en total más de 1.800 kilómetros. Aún a día de hoy sigue reforzándolo y ampliándolo, violando partes del tratado de paz. Al este quedan los territorios liberados por el ejército del Polisario, al oeste los territorios ocupados por el reino alauita. Este muro, que fue construido con ayuda de EEUU, Estado francés y Arabia Saudí, tiene como fin, proteger sus intereses económicos en el Magreb, como las minas de fosfato de Boukra, pero divide a la población saharaui en dos, vulnerando así sus derechos humanos y convirtiendo la parte ocupada en la cárcel al aire libre más grande del mundo.

Dentro del muro, atrincherados, están los soldados del ejército marroquí, vigilando constantemente lo que acontece al otro lado del muro, en tierra controlada por el Polisario. Toda una red de alambradas de espino impide el paso a menos de 50 metros. En el espacio entre el muro y la alambrada hay enterradas entre tres y diez millones de minas según los últimos cálculos de la Minurso (Misión de Naciones Unidas para el referendo en el Sahara Occidental). Con esa cantidad de minas, Sahara Occidental se convierte en uno de los países más minados del mundo. Estas minas, fabricadas en EEUU, Rusia, Estado francés y español, pueden permanecer activadas hasta 30 años y, exceptuando las minas anticarro, están diseñadas para mutilar. A día de hoy aún explosionan minas enterradas en los primeros años de la contienda, convirtiendo a los pastores nómadas que habitan los territorios liberados en una de las sociedades más mutiladas del mundo.

Desde hace dos años se suceden manifestaciones pacificas al denominado Muro de la Vergüenza. Este año 2009 organizado por la Asociación de Mujeres Saharauis se realizó una marcha-protesta a la parte norte del muro. Según el cómputo del Polisario, un millar de personas hicieron una cadena humana frente a dicho muro. Solidarios españoles, italianos, vascos y algún que otro francés bajo consignas como «¡Mohammed VI culpable, España responsable!» avanzaron por el inhóspito desierto hasta que miembros de la seguridad saharaui detuvieron la marcha a una distancia prudente del muro, pero siempre bajo la amenazante vigilancia militar marroquí. Fue entonces cuando grupos exaltados de jóvenes saltaron la barrera de seguridad y se dirigieron corriendo hacia el muro lanzando piedras y utilizando como hondas los turbantes que vestían. Gritando «¡Sahara para los saharauis!», derribaron los postes que sustentaban el alambre de espino que separa la tierra plagada de minas. Los miembros de seguridad, poniendo en riesgo sus vidas, perseguían a las personas que se internaban en terreno minado.

Más de uno estuvo a menos de cinco metros de las posiciones marroquíes. La situación se descontroló aún más cuando, atrincherado en sus posiciones, el Ejército alauita comenzó a disparar al aire con ánimo de disolver la manifestación, momento que provocó escenas de pánico. Algunos jóvenes seguían lanzando piedras y los miembros de seguridad, impotentes ante aquella avalancha y apoyados por varios coches que con altavoces pedían calma, y la inmediata retirada del terreno, tuvieron que llamar a los desactivadores de minas de la ONU, previendo lo que podía ocurrir.

No tardó mucho en consumarse la tragedia. El joven saharaui Brahim Hosein Labeid, de 16 años, activó una mina al pisarla, cuando se disponía a lanzar una piedra al muro. Perdió la pierna derecha. Rápidamente, los médicos de la ONU que se encontraban en las inmediaciones lo atendieron aplicándole un torniquete para parar la hemorragia, librándole así una muerte segura por desangramiento. Otros tres jóvenes que se encontraban junto a él fueron heridos, quedando uno de ellos ciego.

Situación actual

Tras 18 años de alto el fuego esperando a un referéndum que otorgaría la independencia al Sahara, las cosas no han cambiado mucho. Marruecos sigue enviando sistemáticamente a civiles (colonos) bajo promesas de trabajo seguro, dificultando aún más la labor de la Minurso, para realizar un censo electoral para el referéndum. La población saharaui en los territorios ocupados ve mermados sus derechos día a día, obligando a muchos de ellos a ingresar en el Ejército de las fuerzas ocupantes ante la imposibilidad de encontrar otro trabajo.

El otro camino que les queda es el de la inmigración sin papeles hacia las islas Canarias en patera. La población de refugiados de los campamentos de Tinduf sigue aumentando (ya van por la cuarta generación) esperando a un referéndum que día a día se ve más lejos. El Estado francés apoya a Marruecos y desoye los tratados internacionales (entre ellos el de no proliferación de minas). Las multinacionales sacan enormes beneficios de la situación actual, tanto que hay empresas de EEUU extrayendo petróleo en pozos recientemente descubiertos, bajo licencias de investigación expedidas por Mohammed VI. La industria armamentística mundial (incluyendo la española) hace su agosto manteniendo al Ejército armado, dentro de un muro que, según estimaciones recientes del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), cuesta tres millones de dólares al día a las arcas del estado de las fuerzas ocupantes.

Mientras, desoyendo cualquier tratado para una correcta descolonización de los territorios, una de las grandes partes en este tinglado que forma el problema saharaui, el Estado español, con Zapatero y Moratinos al frente, sigue vendiendo armas a Marruecos, emulando a Pilatos mira a otra parte, no haciendo más que agravar una situación ya de por sí insostenible.

 
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