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Congreso de Eusko Alkartasuna

Pequeño partido convaleciente busca 200.000 abstencionistas

Iñaki IRIONDO

La oficialización de la escisión de los críticos guipuzcoanos para crear Alkarbide ha contribuido a la paz interna en el seno de EA. Sin embargo, las condiciones en las que se llega a este Congreso extraordinario hacen patente la necesidad de un debate en profundidad para clarificar y unificar la estrategia política para los próximos años. El propio Congreso extraordinario viene forzado por «la debacle» -como la define su ponencia política- sufrida por EA en las elecciones autonómicas del 1 de marzo, que llevó a su máximo dirigente, Unai Ziarreta, a presentar la dimisión. Junto a ello, la escisión puede facilitar la cohesión y eliminar factores de fricción, pero supone una evidente pérdida de peso tanto electoral como institucional. Otra cosa es que esta decantación se hiciera ya imprescindible para la supervivencia de EA, puesto que en la práctica estaban conviviendo en sus siglas dos partidos no sólo distintos, sino opuestos que se anulaban entre sí.

A pesar del fortísimo golpe sufrido en las pasadas elecciones autonómicas, el borrador de la ponencia política ahonda en la estrategia puesta en práctica en el anterior Congreso de diciembre de 2007. La dirección de EA considera que la pérdida de votos no se debió a su apuesta soberanista, sino a que en unos comicios muy polarizados una importante parte de su electorado potencial apoyó a Juan José Ibarretxe, que en su mandato había mantenido un discurso muy próximo al clásico de EA y que se presentó como aglutinador del «voto útil» frente a la amenaza, convertida luego en realidad, de que un partido unionista llegara a Ajuria Enea.

Pese a que pueda ser cierta la importancia de los factores externos en la caída de EA, tampoco cabe olvidar -y en la ponencia no se habla nada de esto, aunque Koldo Amezketa lo recogiera ayer en su discurso- que la exteriorización de las disensiones internas y cierta tendencia a no resolver los debates hasta última hora y casi siempre de malas formas, han convertido la marca EA en poco atractiva, salvo para el electorado más fiel.

En línea con su propio análisis, la nueva ponencia política es en un 90% la misma que la del último Congreso, con algunas actualizaciones. Unas, obligadas por los cambios que se han dado en este año y medio, pero las más importantes son fruto del deseo de definir la línea estratégica de futuro. En este apartado se inscribe «su voluntad de propiciar la unidad de acción del nacionalismo progresista y de izquierdas para la obtención de una mayoría social de progreso capaz de influir y gobernar desde la integración de sensibilidades diferentes».

Muchos -algunos de forma interesada y otros de buena fe- han querido ver en la apuesta por un «polo soberanista» una «batasunización» de EA. Las intenciones no son esas y, de hecho, un paso de esas características aportaría bien poco a la acumulación de fuerzas.

Lo que Eusko Alkartasuna pretende es dar con la fórmula para volver a llevar a las urnas a unas 200.000 personas que en 2001 votaron a la coalición PNV-EA que lideraba Ibarretxe, dándole la histórica victoria de los 604.222 votos, y que desde entonces parecen encontrarse en la abstención y la resignación.

Volver a ilusionar a aquella gente requiere de un movimiento abertzale coherente que pueda desarrollar estrategias comunes cada cual desde su idiosincrasia, y EA entiende que la compañía para ello no es el PNV de Urkullu, sino que objetivamente se encuentra a su izquierda. No se trata, por tanto, de «batasunizar» EA, sino de que cada formación busque su propio espacio desde el que poder aportar la mayor fortaleza posible a un movimiento independentista ganador.

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