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El bueno, el feo y el malo en Irán, y los tontos en Occidente

Dabid LAZKANOITURBURU

Periodista

Una semana después de las presidenciales iraníes, la polémica sobre sus resultados oficiales está dejando paso a un debate sobre el verdadero alcance de la democracia en Irán.

Debate saludable y bienvenido, aunque, paradójicamente, esté siendo liderado por los mismos que en Europa se escudan en lo formal (la sacrosanta legalidad) para sortear lo esencial: el gobierno del pueblo para el pueblo.

¿Será que la película del pucherazo en Irán no da para más? Cierto que sorprendió el alcance de la victoria de Ahmedineyad en primera vuelta (63%). Pero más hubiera sorprendido el triunfo del opositor Musavi cuando todos los sondeos -hasta los made in USA- y las opiniones de los analistas más reputados apuntaban a un triunfo del presidente actual.

En espera de algún indicio o acusación fundamentada, hinquémosle el diente a las libertades en Irán. Sin duda alguna, éstas sufrieron un durísimo golpe cuando la revolución de 1979 desembocó en un triunfo de las tesis islamistas y en la persecución hasta la aniquilación de la otrora pujante izquierda iraní (la comunista Tudeh era una formación histórica con millones de militantes).

Y Musavi, defensor de la liberalización económica (¿les suena?), fue primer ministro cuando tuvieron lugar aquellas famosas purgas.

Frente a él, Ahmedineyad defiende la visión igualitarista que ha caracterizado históricamente al chiísmo -una corriente proscrita desde sus orígenes por el sunismo oficial-. ¿Eso le hace bueno per se? No necesariamente. Pero otra cosa es que algunos nos quieran tomar por tontos.

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