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62º aniversario de la frustrada independencia de Baluchistán (II)

Baluches de Irán: los «enemigos de dios»

Mientras la comunidad internacional trata aún de descifrar las claves de la controvertida cita electoral del pasado junio, Teherán continúa con una política de asimilación sin precedentes sobre el pueblo baluche. Los ahorcamientos públi- cos y sin juicio previo de disidentes no son más que la punta del iceberg de una realidad que permanece oculta al resto del mundo.

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Karlos ZURUTUZA

Esta ciudad es un asco», se queja Abdullah, un joven empresario saudí que lleva más de dos meses intentando cerrar un trato de camellos baluches en Zahedán. «Aquí no hay ni mujeres, ni alcohol... Y encima todo el mundo me toma por un terrorista de Al-Qaeda», dice este árabe de 27 años y barba poblada, que no ve el momento de regresar a su Riad natal.

«¿Sabías que aquí usan los camellos para traer heroína desde Afganistán? Se les enseña el camino, se les injerta la droga en la joroba y luego hacen la travesía ellos solos», asegura el joven saudí.

Para cuando Baluchistán fue anexionado a Irán en 1928, los británicos hacía ya tiempo que habían introducido el tráfico de opio en la región. Comparado con otras partes del país, su uso aquí era aún poco común, limitándose a un puñado de líderes tribales. El consumo de heroína en Baluchistán se arraigaría con los Pahlevi, cuyas enormes oportunidades de lucro tampoco han pasado desapercibidas a ojos de los ayatolás. Cargos públicos locales (nunca baluches) amasaron y siguen amasando enormes fortunas con la droga que llega desde la vecina Afganistán; Teherán mira hacia otra parte, hacia los pequeños traficantes. Y es que un 60% de la población baluche enganchada a los opiáceos implica un 60% menos de potenciales disidentes.

Zahedán es la capital de la provincia de Sistán y Baluchistán. Cercana a las fronteras de Afganistán y Pakistán, aquí todo «no farsi» es susceptible de ser «terrorista», «traficante», o ambas cosas a la vez. Los ayatolás acusan a los baluches de colaborar con Occidente, y a la organización armada Ejército de Liberación del Pueblo de Irán (antes «Jundullah») de recibir ayuda tanto de la CIA como de Al-Qaeda. Asimismo, el régimen parece no distinguir entre la lucha contra la droga y los disidentes políticos. Resultado de ello son los ahorcamientos públicos de baluches sin ni siquiera un juicio previo. Tan sólo el pasado junio se ahorcó a 19 «enemigos de dios» que, además, resultaban ser «corruptos sobre la tierra». O lo que es lo mismo, «terroristas» y «camellos» a la vez.

Ni nombres ni hombres

Primero se sustituyen los topónimos (Zahedán era Duzzap hasta principios de los 30) y luego se hace lo propio con su población. Del medio millón largo de habitantes de Zahedán, 6 de cada 10 son hoy farsis. De los baluches desaparecidos no hay cifras oficiales.

Pero deben ser muchos, ya que a la plétora de fuerzas de seguridad e inteligencia persas, en Baluchistán se suma la Mersad. Se trata de un grupo paramilitar que opera bajo órdenes directas del líder supremo Jamenei y que se especializa en palizas y tiroteos, muchas veces al azar, para provocar terror y sensación de inseguridad entre la población local. Este desempleado de Khash los conoció el pasado año. «Eran alrededor de las seis de la mañana. Esperábamos a la entrada del pueblo a que alguien nos ofreciera trabajo en la cosecha cuando nos dispararon desde una furgoneta Toyota, matando a tres e hiriéndonos a otros ocho», dice este joven antes de mostrar una herida de bala en su hombro izquierdo.

Cuando los británicos entraron en la región en el XVIII preguntaron a los locales cómo habrían de dirimirse los casos civiles. A diferencia de sus vecinos que pedían la sharia (ley islámica), los locales gritaron rawaj (código tradicional de conducta baluche). Teherán no se ha molestado en preguntar a los locales aunque a pesar de todos los activistas baluches y líderes religiosos sunitas asesinados, nadie aquí habla de conflicto religioso.

«Es un régimen tirano que busca la hegemonía total de los farsis en Irán, nada más», afirma uno de los escasísimos profesores de etnia baluche en la universidad de Sistán y Baluchistán. Asegura que de 20.000 estudiantes en su campus tan sólo 500 son baluches. Y la discriminación en las aulas es proporcional en el mercado de trabajo.

«Hace 70 años nuestra provincia se llamaba `Baluchistán', más tarde `Baluchistán y Sistán' y hoy `Sistán y Baluchistán'. De seguir esta tendencia, en el futuro se llamará sólo `Sistán'», afirma este profesor de matemáticas. «El poder en Irán está en manos de los farsis desde tiempos del sha. Entonces nuestro único `pecado' era nuestra etnia, pero hoy Teherán nos odia también porque somos sunitas», asegura.

El doble hándicap al que hace mención el académico lo sufren también otros pueblos bajo control persa como los kurdos al noroeste del país, o los árabes a sur, entre otros.

«En realidad, el principal obstáculo es la propia Constitución iraní, que limita la identidad persa con el chiísmo como religión y el farsí como única lengua», dice Ibrahim, estudiante en el mismo campus. «Éste es el origen del apartheid impuesto por los ayatolás», subraya.

«Soy iraní»

Sea como fuere, la universidad sigue siendo un sueño inalcanzable para la mayoría aquí. Desde que Baluchistán Oeste fuera anexionado por Teherán en 1928, la región ha sido deliberadamente abandonada hasta convertirse en la región más pobre de la República Islámica. Mansur tiene una pequeña tienda de electrodomésticos en la depauperada localidad de Iranshar (antes, Parah), la segunda más grande de Baluchistán Oeste.

«Cuando voy a Teherán me preguntan si soy pakistaní o indio», dice el comerciante. «Luego se quedan sorprendidos cuando les respondo en perfecto farsi que vengo de su mismo país», dice.

A los capitalinos les despista la tez oscura de Mansur y, sobre todo, el shalwar kamiz blanco que viste, ese conjunto de camisa hasta las rodillas y pantalón bombacho que no distingue entre nacionalidades al sur de Asia.

«Tú no eres iraní», asegura Mansur que le han espetado en más de una ocasión. «Desgraciadamente, lo soy».

NEGACIÓN

El principal obstáculo es la Constitución iraní, que limita la identidad persa al chiísmo como religión y al farsi como única lengua. «Éste es el origen del apartheid impuesto por los ayatolás», afirman los baluches.

CONTROL

Primero se sustituyen los topónimos y luego se hace lo propio con su población. Del medio millón largo de habitantes de Zahedan, 6 de cada 10 son hoy farsis. De los baluches desaparecidos no hay cifras oficiales, pero deben ser muchos.

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