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Maite Ubiria Periodista

El protocolo de la gripe A aplicado a la razón nacional

Acaballo entre la maquina de café y el WC, los polos neurálgicos de todo centro de trabajo, me detengo a leer el cartel con los consejos para sortear la gripe A.

Como el mejor antídoto ante la epidemia del miedo es la información, me coloco un ejemplar de este periódico bajo el brazo. Y de pronto surge la revelación. El protocolo se solapa con la información del diario. En concreto con la sentencia que prohíbe a los vecinos de Arenys de Munt abrazar a su modo la vía elegida por Escocia.

Me inquieta el panfleto sanitario tanto como el auto que pretende impedir a un pueblo proyectarse en el futuro como «estado independiente, democrático y social» en Europa.

Prohibido abrazar y estrechar la mano, leo en el formulario anti gripe A. Y la Audiencia barcelonesa se apresta a prevenir el gesto caluroso, en definitiva el encuentro natural entre gentes contagiadas por una fiebre, tan vieja como el mundo, la que anima al ser humano a soñar un mañana en libertad.

Para seguir a pies juntillas las recomendaciones médicas, el tribunal se tapa la nariz con un pañuelo, incapaz de soportar una atmósfera impregnada ayer y hoy por el debate nacional.

Recomienda el protocolo de Sanidad eliminar el pañuelo tras su uso, pero el tribunal arroja en su lugar a la papelera un derecho que distingue al gobierno del pueblo de la abyecta tiranía: el de la ciudadanía a decidir por y sobre sí misma.

El tribunal que interpreta la coerción constitucional se lava las manos. Una, dos y mil veces, con gesto maniático, como si ello pudiera servir de remedio a la parálisis intelectual de un Estado en el que la palabra es blasfemia. El consejo profiláctico más básico se demuestra inútil, ya que el Gobierno de España en vez de consultar al médico -una llamada a Brown también serviría, por eso de no colapsar las Urgencias... - se decanta por encerrarse en una burbuja. Todo para eludir el contacto con una peligrosa enfermedad: la gripe S (de sensatez) que se expande desde Edimburgo.

Enredado, como la ciudadanía ante la alerta sanitaria, en su propaganda, se restriega eso sí antes los ojos y la nariz, y hasta se mesa los cabellos con manos polutas de imposición. Torpe gesto, la razón es contagiosa.

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