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La nueva mezquita de Sanduzelai divide su espacio entre la fe y la cultura musulmana

La fuente de las abluciones no bombea bien y los libros de la biblioteca siguen desordenados. Poco más queda por rematar en la nueva mezquita de Sanduzelai, diez veces más grande que el anterior templo en el que se reunían los musulmanes de Iruñea.

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Aritz INTXUSTA

El templo, abierto a todo el mundo, se ha levantado con aportaciones individuales, sin pedir un céntimo a los bancos ni a otros países y sin ninguna subvención. Comenzaron a reunir los fondos hace diez años, con donativos particulares (sadaha), y poco a poco han conseguido hacerse con un lugar que «permite conservar las raíces». Para ello, el edificio se ha dividido en dos partes exactamente iguales: una servirá para el rezo y la segunda funcionará como centro cultural. Cuenta con aulas destinadas a aprender árabe o castellano, para clases de apoyo a inmigrantes con dificultades de adaptación y, también, con una biblioteca donde se mezclan textos sagrados con novelas de Julio Verne.

Ali Hamza, presidente de la comunidad, recuerda cómo comenzaron a unirse los musulmanes en la capital navarra. «Al principio, cinco marroquíes y argelinos rezábamos en mi propia casa. Después nos enteramos de que cinco egipcios se reunían en otro piso. Nos unimos y, al poco tiempo, no cabíamos en ningún salón», rememora.

En 1995, alquilaron la mezquita de Arrosadia, pero la comunidad seguía creciendo y creciendo. La necesidad de un nuevo local era ya urgente en 2000. «Empezamos a ser demasiados, los viernes la gente se agolpaba en la acera, porque no había espacio. Decidimos hacer dos sermones, pero temimos que, con tanta gente, los vecinos se quejaran». En 2003, compraron el local en Sanduzelai y, seis años después, esperan que, en unos días, llegue la licencia de apertura.

El centro se ha convertido en un punto de encuentro para inmigrantes de distintos países: búlgaros, paquistaníes, senegaleses, libios y, principalmente, marroquíes y argelinos. «Olvidamos nuestras diferencias, nuestras nacionalidades y nos unimos en nuestro punto en común, el Islam. Eso nos cierra muchas puertas, porque la Administración no trabaja con grupos religiosos», explica el presidente de los musulmanes.

Buscarse la vida

Ali Hamza reclama desde hace años una cita «con la alcaldesa o con el Gobierno» de Nafarroa. Pero sus tentativas de diálogo han recibido un «rechazo total» por parte de las instituciones. «Hace falta que nos organicemos conjuntamente y necesitamos su ayuda», reivindica Hamza. La comunidad musulmana de Iruñea lleva haciéndose cargo de los inmigrantes que se encuentran de paso por la ciudad desde que se creó. Abren el cepillo de las donaciones para pagarles el billete hasta Madrid o hasta Irun y cinco euros para comida. También tienen alquilada una habitación en la Pensión Eslava para que pasen una noche. «Lo hacemos para que no roben, para que no se desesperen. No queremos que nuestro colectivo se identifique con la delincuencia. Si alguien se ve tirado en la calle lejos de su casa sin nada, ¿quién sabe qué es capaz de hacer?».

Hamza afirma con orgullo que Nafarroa es uno de los lugares con menor número de delitos por parte de inmigrantes. El Gobierno de UPN asegura que es por el elevado nivel de vida del herrialde y por la labor policial, lo que no sienta nada bien a la comunidad musulmana. «Sólo hay que ver los índices de delincuencia que había antes de que nos organizáramos. Es a nosotros donde acuden los musulmanes cuando salen de la cárcel. Lo normal es que hayan sido trasladados desde otra prisión y que ni siquiera conozcan la ciudad. Repartimos comida del Banco de Alimentos de la UE a las 450 o 500 familias necesitadas de nuestro colectivo. Nos ocupamos de los nuestros».

«Demasiada marginación es mala y llevamos 20 años sin que las instituciones nos hagan caso», asegura Hamza. «Yo sé que conmigo y con los que estamos ahora no va a haber ningún problema. ¿Pero qué pasará dentro de diez o veinte años si seguimos siendo rechazados, si no nos escuchan? ¿Qué pensarán nuestros hijos y los que lleguen si se siguen sintiendo marginados?».

Una de las principales quejas de los musulmanes hacia el Ayuntamiento iruindarra es el cementerio. «Yo soy argelino -explica Hamza- y puedo volver a mi tierra para mi entierro. Pero mis hijos no son argelinos, son españoles o vascos... o lo que quieran ser. Son de aquí y necesitarán un lugar para descansar, según su fe, cuando mueran».

 

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