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ANÁLISIS Selecciones deportivas

No dejar que el unionismo lleve el partido a su embarrado terreno

La propuesta para que la selección española de fútbol juegue en Euskal Herria está despertando una gran polvareda, que sirve a sus promotores para desviar la atención respecto al partido que ha de disputarse, el de la oficialidad de las selecciones deportivas vascas.

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Imanol INTZIARTE Periodista

Ya está, el unionismo que representan PSE, PP y UPyD ha conseguido llevar el partido al terreno que más le conviene. En este momento, el debate se centra en si la selección española de fútbol debe o no jugar en un campo vasco. Un debate en el que las fuerzas abertzales, quienes consideran que el combinado de España no puede jugar en este país en calidad de local, aparecen como «las del no», «las excluyentes», «las que niegan» esa posibilidad a una parte de la población que así lo desea.

Porque no caben engaños como los que se leen en diversos foros, augurando un San Mamés o un Anoeta cuasi vacíos en caso de que «La Roja» jugase un amistoso en ellos. Cualquiera de los dos estadios posiblemente se llenaría de aficionados dispuestos a animar a los hombres de Vicente del Bosque. Creer lo contrario contaminaría cualquier análisis que se tuviera por mínimamente serio. Esa es una realidad de la que hay que partir. El Estado español tiene selecciones deportivas oficiales que cuentan en Euskal Herria con numerosos seguidores, unos confesos y otros en la intimidad, como diría Aznar.

Pero hay una mayoría social y política, diga lo que diga un Parlamento trampeado, que se siente identificada con la selección de Euskal Herria y que quiere ver a su equipo compitiendo en igualdad de condiciones con el resto de selecciones del mundo. Ese es el partido que hay que disputar, el debate en el que hay que percutir una y otra vez, tocando las puertas que hagan falta, con iniciativa e imaginación.

Es un partido que ha de jugarse en los despachos, sin obviar las aportaciones procedentes tanto desde el césped como desde la grada. Durante muchos años, los favorables a la oficialidad han tenido el balón en sus pies. Se subió el peldaño de los amistosos navideños y el de salir fuera del país -Venezuela y Catalunya-, pero el avance se estancó en el fango de los reproches. No se trata de ejercer de defensas centrales rompepiernas, pero tampoco se puede ser -utilizando un término del gusto de Clemente- unos «mingafrías», temerosos de que el equipo de enfrente nos meta una goleada. Así se pierde seguro.

El rival, que ya contaba anteriormente con todas las ventajas arbitrales, se ha hecho con la posesión del esférico, y no tiene ningún complejo en sacar la manguera para embarrar el verde. Su objetivo está claro, conseguir que la presencia en territorio vasco de la selección española sea vista con tanta «normalidad» -vocablo comodín desde la llegada de Patxi López a Ajuria Enea- como que juegue en Murcia o en Sevilla.

¿Y qué se va a hacer desde la portería de enfrente? ¿Van a hacer cola y pagar un dineral 40.000 aficionados de la selección vasca para llenar San Mamés y pitar constantemente a «La Roja»? Seamos serios.

El error de base es que este choque, al menos desde parte de las filas pro-oficialidad, se planteó como un partido liguero, o incluso un amistoso, en el que el marcador indica un empate a cero en el inicio. Colgarse del larguero, aguantar como sea la igualada y esperar un brillante contraataque para llevarse la victoria.

Sin embargo, se trata de un partido de Copa en el que el rival parte con ventaja. Es a él al que le sirve con aguantar para pasar a la siguiente eliminatoria. Esa es la clave, hay que saltar al campo dispuestos a arriesgar, conscientes de que se puede encajar un gol, y después otro, pero también convencidos de que se puede remontar.

Es posible y beneficioso discutir si la mejor táctica es jugar por las bandas o colgar balones desde el centro del campo, pero lo innegociable debería de ser que, quien se enfunde la camiseta, lo haga para ganar.

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