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La patata alavesa apela al mercado local mientras pasa su peor momento

La mesa sectorial de la patata está elaborando el plan que orientará la producción en los próximos dos años, cuando este cultivo está pasando por su peor momento, con una gran caída de la producción. La búsqueda de salidas se topa con precios muy por debajo de los costes de producción.

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Pablo RUIZ DE ARETXABALETA

El cultivo emblemático de Araba ha bajado a la segunda división de la producciones agrícolas en el territorio. En veinte años, la superficie dedicada a producir patata se han reducido de 10.000 hectáreas a 1.577. Si el resultado del año pasado fue un desastre por el clima, con una producción escasa y un precio muy bajo, este año ha llegado «la puntilla», según los productores. Y en este momento crucial se ha iniciado el debate sobre el nuevo Plan Sectorial de la Patata que debe orientar las políticas sobre el sector en 2010 y 2o11. En él participan, el Gobierno de Lakua, La Diputación alavesa, las cooperativas, Neiker y el sindicato UAGA.

La patata es el cultivo más caro de Araba, por las necesidades de riego, productos fitosanitarios, semillas y mano de obra. Producir un kilo cuesta alrededor de quince euros el kilo. En un año difícil, como fue 2008, se puede elevar a 19 céntimos. Pero este año el agricultor está recibiendo unos seis céntimos por kilo. «El descalabro es total», afirma Nieves Quintana, agricultora de Otazu y responsable del sector en UAGA.

Cuando la patata alavesa sale al mercado, lo encuentra saturado. Desde el Estado francés llega entre agosto y setiembre la patata subvencionada y con un precio por debajo de coste. Poco después se empieza a cosechar en Andalucía y luego en Castilla-León. Pero este año la patata francesa de la temporada anterior seguía en los comercios, ya que se conserva durante todo el año y la cosecha se paró en el Estado español a la espera de un mejor momento. Pero ese momento no llegaba, así que la patata castellana, que además había aumentado su superficie, salió al mercado ya sin reparar en precios. En ese contexto llega el turno de la patata alavesa que no encuentra demanda y, para colmo, coincide con la nueva patata francesa. No obstante, los productores alaveses se empeñan en que pueden vivir de su actividad con un precio justo y creen que existe interés en el consumidor. Quintana recuerda que en la jornada lúdico-revindicativa celebrada el pasado 6 de noviembre en Mendizorrotza, con una previsión de venta de 20.000 kilos directamente a los consumidores se llegaron a vender 42.000 «y tuvimos que dar vales porque no teníamos más. La gente esperó tres cuartos de hora y con lluvia, y preguntaba dónde se podía comprar la patata de aquí». El saco de 25 kilos costaba seis euros. «Creemos que es un precio justo», subraya. Precisamente, una de sus demandas es un precio que cubra sus costes. «Se nos paga un precio muy por debajo del coste pero el consumidor tampoco lo nota», se queja.

Valorar la patata alavesa

Pese al éxito de la jornada de Mendizorrotza muchos agricultores mostraron su desánimo por la situación del sector. Algunos decían que al precio que cobran da lo mismo tirar la patata. «Nosotros decíamos que no, que tenemos que dignificar nuestro trabajo, el producto que hemos estado cuidando durante meses. Porque si nosotros no lo valoramos la sociedad tampoco lo va a valorar.», relata la representante de UAGA

Además, la patata alavesa resulta más cara de producir. En el Estado francés, además de conseguir más rentabilidad por hectárea, reciben mayores ayudas públicas. Según la sindicalista, los productores franceses venden en sus mercados cerca de un 70% de la producción a precios más altos, Allí aseguran la rentabilidad, así que pueden destinar el resto al exterior incluso por debajo de costes, con lo que van ganando mercados. Pero los agricultores vascos rechazan vivir de subvenciones. «Quiero vivir del precio digno de lo que produzco», insisten. Así las cosas, en las grandes superficies y en la mayoría de comercios vascos es difícil encontrar patata alavesa. Tampoco en Araba. Quintana emplaza a los consumidores. «Tienen que pedir la patata de aquí y entonces habrá en las grandes superficies». Y recuerda que Euskal Herria es deficitaria en la producción respecto a la que consume. En cambio, abunda la patata castellana y la francesa.

«El label no nos vale»

La excepción es la patata de label. Pero la mayoría de los productores no ve una salida en esta iniciativa. «Es una herramienta con la que no estamos de acuerdo», asegura la agricultora de UAGA. La estricta selección no lo hace atractivo para el agricultor, que debe someter sus patatas a costosos controles y condiciones. «Si voy a entregar 10.000 kilos, sólo el 20% o el 30% va para label», señala Quintana. El resto no entra dentro de esta clasificación y, aunque se haya invertido más en su producción, se debe vender a precios más bajos como patata de menor categoría. En la última campaña se entregaron 7.000 toneladas y se comercializaron 2.000, según Quintana, que apunta que, además, los precios de contrato de label que se hacen hoy en día son de 14 céntimos el kilo, también por debajo de coste de producción», lo que no evita que el consumidor lo pague a un precio superior al normal. No es pues extraño que apenas una quincena de agricultores participe en el label.

La patata alavesa se enfrenta además a la batalla por el aspecto. Muchas empresas demandan patata lavada, de piel lisa, que no es la que se produce aquí. «Nosotros decimos que el lavado no le aporta ni mejor sabor ni más calidad, sino un envejecimiento prematuro y además la encarece», indica la agricultora. Así las cosas, la patata alavesa contempla la alternativa de la venta directa. Los productores han empezado a contactar con la Federación de Pequeños Comerciantes de Araba, pero parece que la propuesta se está estudiando a largo plazo.

Quintana admite que el futuro está en al venta directa, al estilo de las máquinas expendedoras de leche que han puesto en marcha algunos ganaderos, pero advierte de que no es tan fácil porque el tipo de agricultura de Bizkaia y Gipuzkoa, con producciones menores, es diferente. «Yo sola tengo 300.000 kilos de patata. Mi vecino tiene 600.000. Puedes encontrar una pequeñas salida pero con esas cantidades es muy difícil», explica.

Las comercializadoras, cooperativas y almacenistas que compran la patata alavesa trabajan sobre todo con patata francesa y castellana. «No nos necesitan», indican, «pero entonces aquí el sector productor desaparece. Y algunas de ellas, están recibiendo dinero público para hacer instalaciones y por el volumen de patata con el que trabajan.

Por ello, los agricultores reclaman que sólo reciban ayudas en función de la patata alavesa que comercializan. «Sabemos que hay mucha competencia, pero el sector productor tiene que seguir viviendo. La administración tiene la llave en su mano».

Esta es una de las demandas de UAGA para el nuevo Plan Sectorial, cuyos participantes enviaron a Lakua sus observaciones la semana pasada. Otra petición es que los contratos se hagan a precios dignos que cubran los costos de producción. «Qué menos que los quince céntimos que, según el Fondo de Compensación de la patata, cuesta producir el kilo». También reclaman campañas de difusión. «Van a decir que está el label, pero no nos vale», insisten.

 
VENTA DIRECTA

El futuro de la producción pasa por poner en marcha mecanismos de venta directa, pero los grandes volúmenes de producción de cada agricultor dificultan esta alternativa.

Patatas fritas ecológicas, la búsqueda de un mercado directo propio

En la localidad alavesa de Trokoniz dos agricultores intentan buscar su propia salida a la patata, pero a costa de una gran inversión que ha alcanzado los 720.000 euros. «La patata en Álava se muere. No tiene salida», señala Juan García de Vicuña, uno de los impulsores de la comercialización de patatas fritas ecológicas bajo la marca Ecochip. Comenzaron a cultivar patata ecológica hace siete años, al observar el aumento en su demanda. García de Vicuña advierte que no tiene nada que ver con la imagen de activista del ecologismo sino que «como agricultor profesional me interesaba sacar rentabilidad a mis cultivos».

El proyecto ha conseguido un canal de distribución por el Mediterráneo, pero sus promotores observaron que si era un éxito para ellos, también lo sería para otros y que acabarían vendiendo en los mismos sitios, empezando una terrible guerra de precios.

Así que decidieron entrar en el terreno industrial. Con el apoyo de Itsasmendikoi y el Departamento de Industrias Agroalimentarias de Lakua, pusieron en marcha el proyecto de patatas fritas. «Nos hemos montado en ese caballo. Sabemos que no va a ser rentable inmediatamente, porque además empezamos en el peor año, con la crisis», advierten.

Llevan ya mes y medio comercializando las patatas Ecochip, así que han concentrado todo el proceso, desde el cultivo hasta la venta de la bolsa de patatas. Además, de ser patata ecológica, utilizan aceite puro de oliva virgen extra y sal de Gesaltza, obteniendo así un producto de alta calidad, pero aseguran que rehusan doblar el precio porque lleve la etiqueta de «ecológico». «Queremos que un consumidor normal se lo pueda permitir por muy poquito más».

Su distribución no sólo se dirige a las tiendas de productos ecológicos, sino que incluye el convencional de panaderías y fruterías y establecimientos de alimentación, donde además ven más futuro. El primer mercado lo han abierto en Gasteiz, pero también han conseguido presencia en La Rioja y en Madrid.

A su vez, mantienen la venta de patata fresca donde ya tenían conseguida su cuota de mercado, pero, al margen de estas especializaciones insisten en que la patata en Araba «no tiene ningún futuro. Tienes un año bueno y tres malos y si sacamos la media al final palmas dinero».

«Los del vino se han salvado, los del txakoli también, los de la leche han puesto la máquina. O te buscas tu mercado o desapareces», sostiene García de Vicuña, que afirma que si tuviera hijos, «lo último que querría es que se metieran en agricultura».

El proyecto de patatas fritas ecológicas lo mantienen entre dos socios, cada uno con su explotación que combina cultivo ecológico y no ecológico. Al primero, entre ambos dedican 43 hectáreas, aunque, «a medida que se vaya vendiendo, la idea es hacer todo ecológico, pero tiene que tener una rentabilidad». GARA

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