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Erlantz Lz. de Letona Gasteiz

Bonos cultura sí, pero...

Querido Olentzero, estimados Magos de Oriente: Ya sé que éstas no son las mejores fechas para veniros con metafísicas, pero desde hace unas semanas hay un par de cosas que me perturban la cabeza. Como junto a Papá Noel andáis implicados, tal vez me podáis ayudar. Empecemos.

¿Por qué en una de las épocas de mayores ventas se lanza la campaña de los bonos cultura? ¿Y por qué no, por ejemplo, en marzo, un mes en el que las librerías también pagan alquileres, sueldos, hipotecas... y la venta cae exponencialmente? ¿Para qué sirve este bono, para relanzar el consumo o para sufragar los regalos navideños a los ciudadanos que tienen la suerte de poder usar todavía su tarjeta de crédito? Los analfabetos electrónicos, las personas mayores (o no) ajenas a internet ¿son ciudadanos de segunda? Si para realizar el trámite son obligatorios una tarjeta de crédito y un correo electrónico, ¿para qué instalar oficinas? Y, ya que éstas son imprescindibles, ¿por qué no se pueden adquirir los bonos directamente con moneda en dichas oficinas? ¿Por qué una persona con capacidad económica suficiente para tener, digamos, seis tarjetas Visa tiene derecho a otros tantos bonos y un parado, un autónomo al borde de la quiebra, una jubilada sin tarjeta no pueden optar a ellos? ¿Es cultura, pongamos por caso, la discografía de Georgie Dan («el chiringuito, el chiringuito»)? ¿Y una caja de óleos? Entonces ¿por qué el Gobierno vasco me regala 15 euros por cada 25 que use para comprarme esa joya de la música moderna y para los óleos tengo que pedir la paga a mi madrina?

En fin, amigos míos, no sé si vosotros me podréis aclarar alguna de estas dudas que corroen mi alma de contribuyente-harto-de-que-se-choteen-de-uno. Sin más, me despido con un abrazo en espera de vuestra contestación.

P. D.: No sé si será por el espíritu navideño que me embarga, pero me gustaría añadir que entiendo que por parte del Gobierno ha habido buena voluntad con esta campaña, que se ha tenido en cuenta el pequeño comercio frente a grandes corporaciones; por ejemplo, El Corte Inglés o La Casa del Libro quedan excluidas, pero en una campaña de este coste económico se puede, y se debe, hilar más fino.

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