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Jurgi Sanpedro y Nicolás Xamardo investigadores sobre Oteiza

Escultura-homenaje a ETA en el Museo Reina Sofía

Pareciera que este título, durante su primer segundo, cegara la mente de los vigilantes inquisidores del proceso de liberación nacional abierto en Euskal Herria, que abrió una nueva era hace ya 50 años, y que para algunos deviene pendiente desde hace 500. No pretendemos más que aportar un nuevo relato a esas imprescindibles relaciones que hay que alimentar entre la política y el arte, y que los museos no relatan a los apresurados turistas y visitantes, personas que recorren sus salas en busca de algo; pero, casi siempre, sin saber realmente qué.

Que los museos, por lo general, traten de esterilizar toda la política contenida en obras de arte maestras no es nuevo. Tampoco que respondan a concertadas políticas de deslocalización en el marco de estrategias de guerra cultural, donde las reglas del mercado libre son el arma imperial para rebajar inmortales valores -en su deseado lugar de emplazamiento-, a un puñado de devaluados dólares. Pero éste es otro cantar, que dejamos pendiente por ahora.

El autor de la escultura objeto de atención es Jorge Oteiza . La tituló «Par móvil» o «Par espacial ingrávido». Su versión en aluminio pertenece a la colección permanente del museo citado, y que se expone en la sala 405 dedicada al maestro. Se expone dispuesta entre otras seis, siendo ella la más vieja. La obra data de 1956 y no sabemos ni desde hace cuándo está allí, ni los detalles que rodearon su transacción. El viejo Oteiza, que la preñó de universalidad y de inmortalidad, también dejó escrito a qué sujeto político se la dedicaba. Esto sí lo sabemos.

Para recoger tanto la dimensión universal-inmortal, como la dimensión política concreta de la obra atendida, traemos aquí, entre las referencias consultadas, la que nos parece más ajustada para abordar esas dos dimensiones descritas de la escultura, sin poner puntos y aparte. Sin poner puntos y aparte entre esas dos dimensiones innegables en la obra, evitando así disociarla en su unidad política y universal.

El texto se publicó dentro de una obra colectiva de acceso libre, del grupo cybergolem (2008), titulada «Operación Oteiza». El fragmento corresponde al artículo de Alex Carrascosa que se titula «Oteiza y la Paz. Oteiza: Latencia y activación del espacio vacío»:

«Es el caso del «Par móvil» (1956); pero no se queda ahí: parte los discos-eje en sendos semicírculos, los ensambla en perpendicular y echa la pieza a rodar. Si ya el significante, el par semidiscoidal andando, es inquietante, aún más dramáticos son los significados que Oteiza da a la pieza: en primer lugar la llama Estela Cruz caminando; en segundo lugar la dedica a Txabi Etxebarrieta.

Lo importante para el pensamiento universal es que es una pieza de dos semicírculos ensamblados en cruz, sobre 90 grados, bajo el signo del número Phi (sección áurea), que una vez en tierra, sobre la topología, «echa a rodar», para no detenerse.

Con ponerla sobre la superficie sin necesidad de ningún impulso comienza a girar, avanzando y retrocediendo sinuosamente, en un movimiento que recorre todo espacio físico, a pesar del choque con obstáculos en su trayectoria. Una obra capaz de recorrer el espacio de tu mirada cautiva, aunque no te dejes llevar por ella. Es una obra que apela al espacio de tu receptividad anímica para profundizar en su original mensaje: el espacio moviendo nuestra capacidad de comprensión de la vida política que no se puede detener, del sueño que no se puede detener, del mundo que no se puede negar -a pesar de las guerras-.

La extraordinaria dimensión topológica y dinámica de la escultura descrita tiene un impacto tal sobre la dinámica del pensar en éste contexto político y científico que requiere ser investigado. No andamos lejos si pensamos en contrastarla con los antecedentes que significaron en su día tanto la banda de Möebius, inventada en 1858 por matemáticos alemanes, o la obra inventada por Malevitch (1918), «Cuadro blanco sobre fondo blanco».

Dos ejemplos que, repetimos, podemos situar al nivel científico y político del «Par móvil» (1956) de Oteiza. Convocado queda el pensamiento universal para debatir o rebatir este planteamiento.

Lo importante, en cambio, para el pensamiento soberanista nacional es saber que Oteiza dedica esa obra a quien se la dedica, algo que debería saber también cualquier atrevido turista, visitante o responsable del museo que entre en la sala y se quiera dar por enterado.

Txabi Etxebarrieta. Nombre propio imprescindible de la historia de la resistencia contemporánea vasca. Su muerte en fecha señalada de 1968, es el presentado «hijo muerto» a los pies de la Piedad de Arantzazu. Santuario emblemático de una patria que camina hacia su liberación: Euskal Herria. Txabi es un etarra símbolo de esa nueva patria ausente, pero latente por ser inmortal su movimiento de liberación, sobre ése su mismo espacio en continuo desplazamiento. En este sentido, el mejor homenaje que podemos ofrecer a Oteiza en el centenario de su nacimiento es que cada cual construya su par móvil y así llenar Euskal Herria con esa obra universal, emblema del proceso de liberación nacional y social de nuestro pueblo.

Para cerrar está intervención recomendamos a cualquier inquisidor que acuda a la última intervención política y pública en primera persona de Oteiza que reprodujo la prensa en diciembre de 1995. Un buen texto para hacer una foto fija en el imaginario vasco, amigo Ortzi. En esa «carta» se realiza un balance político y cultural de toda una vida combativa, donde una vez más queda inscrita la invariante que lo guió en su larga y fecunda trayectoria: la justicia universal debida a su pueblo, nuestro pueblo vasco.

Y justicia para eso, para ser pueblo en el mundo, soberano en lo político y lo cultural, por méritos propios y nada más. Lo que se merece cualquier historia singular comprometida con la humanidad es «ser», simplemente.

Si algún artista más está interesado en el tipo de pensamiento reivindicativo del maestro, que lea la increíble carta histórica que escribió y leyó en el acto político-institucional de «agradecimiento por la Medalla de Oro de Navarra» (3-XII-92). El Reino agasajaba al viejo Oteiza con elogios que no surtieron efectos.

No se arrepentirán, léanla -si quieren se la hacemos llegar-. En este magistral relato, crónica de la guerra, establece un diálogo con el navarro Paul de Rada, mecánico de la Misión Plus Ultra (1927), primer vuelo Madrid-Buenos Aires, con el que se encontró en los años 40 en América Latina. Se reivindica una secuencia imaginaria y política que comienza ya con la guerra contra Nafarroa comandada por el Duque de Alba, un mercenario al servicio de Fernando El Católico, hace 500 años, para transportarnos al momento donde se evidencia el nefasto rol del Vaticano cuando Agirre Lekube, presidente del Gobierno Vasco en el exilio, tocaba sus puertas durante esos mismos años 40. En fin, un texto memorable sobre la identidad del pueblo vasco, pasada y presente.

Éste, como aquél, son un relato ideal para ilustrar las relaciones entre el arte y la política, y de un modo tan intenso que, a veces, en determinadas circunstancias, esa relación arte-política es factor de guerra. Guerra de exterminio político y cultural de pueblos-nación sin estado en Europa, ya sea comprando y deslocalizando sus obras maestras, ya tratando de aniquilar su resistencia, sea como sea.

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