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El peligro de los idealismos que llevan a la destrucción violenta

«La cinta blanca»

Ha sido la película más premiada del pasado año, a raíz de la consecución de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, junto con el premio FIPRESCI de la crítica internacional. No ha encontrado tampoco oposición en los premios del Cine Europeo, llevándose los de Mejor Película, Mejor Guión y Mejor Dirección. Todo ello supone la definitiva consagración del austriaco Michael Haneke como máximo exponente del cine de autor que sobrevive al nuevo milenio.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

Es de sobra sabido a estas alturas que Michael Haneke no es lo que se entiende por la alegría de la huerta, porque su visión del mundo es oscurantista y terrible. Aunque no la comparto en absoluto, al considerar que sin vitalismo no somos nada, reconozco que es una forma de ver las cosas muy cinematográfica, ya que se presta a películas tan inquietantes y perturbadoras como «La cinta blanca». Y, cuando hasta muchos de sus detractores se rinden ante la que en el extranjero ha sido considerada como la obra maestra del pasado año, por algo será.

Esta vez Haneke ha escogido un tema perfecto para su tesis sobre la decadencia de Occidente, puesto que la debacle de nuestra civilización empezó a principios del siglo pasado. Lo que el cineasta austriaco describe en «La cinta blanca» es el clima inestable previo a las dos grandes guerras mundiales, con una tensión que se palpaba en el ambiente y no presagiaba nada bueno para el futuro de la humanidad.

El huevo de la serpiente

Al recrear un periodo histórico del que nos separan cien años, y más aún al hacerlo en el blanco y negro de la época, surgen de inmediato las conexiones con los maestros clásicos del cine europeo. De entre todos ellos la figura más pertinente es la de Ingmar Bergman, por ser quien mejor supo ir al origen del desastre generado por el nazismo, en cuanto una consecuencia lógica de su estudio de la psicología humana en una sociedad construida sobre las ruinas bélicas.

Ya sé que habrá quien puntualice que «La cinta blanca» no es una película sobre el germen nazi, pero es un tema inevitable que está en la percepción misma del estado de cosas que se dio en el viejo continente en los momentos previos al estallido de la I Guerra Mundial, debido a que la película habla del peligro de los idealismos extremos capaces de tensar cualquier comunidad y violentarla. El nazismo no surge por generación espontánea o de forma casual, sino que procede de una sociedad europea basada en principios autoritarios que encontraron su caldo de cultivo en el puritanismo religioso.

Haneke incide en este último aspecto conscientemente y de ahí que ambiente la acción en un pueblo del norte de Alemania durante esos años en que comenzó a incubarse el Mal que después encontraría sus definitivas señas de identidad paranoides. El miedo, como tal, está ahí, en esa reducida población rural sometida a un régimen depurativo.

La educación luterana juega un papel fundamental en la puesta en escena de «La cinta blanca», con el coro de niños que canta en la escuela y en la iglesia bajo una férrea disciplina litúrgica. Es por ello que en la presentación de la película en Cannes no faltaron por parte de los enviados especiales referencias a «El pueblo de los malditos», donde se describía un grupo de niños de pelo blanco pertenecientes a una nueva raza más pura, perfecta y selectiva. Los escolares de «La cinta blanca» responden a tal descripción, dada su condición de niños rubios a los que se exige fidelidad a unos ideales de máxima pureza.

El objeto blanco del título, esa cinta que se coloca en los brazos de los escolares, representa todo lo inmaculado, sin mancha. Puesto que la perfección humana no existe se trata de una quimera destructiva, ante la imposibilidad material de alcanzar semejante grado de inocencia. Es el punto de partida que da paso al sometimiento bajo el terror al fallo, a la debilidad humana, según un proceso perverso y maligno.

El maestro del pueblo actúa como narrador y es el introductor del relato a través de sus borrosos recuerdos. Fue testigo de una serie de acontecimientos catastróficos en cadena, los cuales fueron sucediéndose bajo la calma aparente impuesta por ese orden autoritario de las cintas blancas. La fiesta de la cosecha, con los jornaleros enfrentados a los terratenientes locales, fue la celebración que paradójicamente encendió la mecha de los odios hasta entonces reprimidos u ocultos.

No es el qué, sino el cómo

Para Haneke, sin embargo, el contenido temático o histórico no es tan importante en sí mismo como la forma de transmitirlo o expresarlo. La apuesta estética de la película es clara, con una magistral fotografía en blanco y negro de su habitual Christian Berger que retoma el purismo visual de un Dreyer.

En contra de la narrativa convencional el desarrollo dramático nunca cristaliza en «La cinta blanca», sin que los hechos relatados encuentren una resolución o algún tipo de explicación. El cineasta austriaco se mueve una vez más en el terreno de lo sugerido, sin aportar apenas información al espectador, al cual se le exige un nivel de intuición muy alto.

Aparentemente no pasa nada, porque no hay acción, así que cuando la violencia estalla es difícil establecer unas causas inmediatas. Los diálogos tampoco ayudan mucho, ya que son escasos y dichos de manera mecánica. Los intérpretes no pueden ser expresivos, pues su comportamiento ha de ser el de seres sometidos y carentes de voluntad propia. En consecuencia sus silencios son más significativos que las palabras, del mismo modo que lo que queda fuera de campo es más importante que lo que la cámara muestra.

No dejan ser tics de autor, recursos utilizados repetidamente dentro de los circuitos minoritarios y los festivales de cine, pero que al no ser asimilados comercialmente siguen funcionando de cara a un clientela intelectual. Haneke indaga en un tiempo pasado y, seguramente, su cine también forma parte de una cultura que agoniza junto con la civilización de la que forma parte. Pero el miedo es algo común a todas las épocas, y al invocarlo el cineasta austriaco consigue captar la atención del público más visionario, a la vez que prolonga la vigencia de su obra. Las sombras oscuras en la caverna están en la propia esencia del cine, y ésta puede ser la crónica de una involución anunciada.

LOCALIZACIÓN

«La cinta blanca» se sitúa en un pueblo protestante en el norte de Alemania; concretamente en los año 1913 y 1914; es decir, vísperas de la I Guerra Mundial. Narra la historia de los niños y adolescentes del coro.

La filmografía de Michael Haneke ha cumplido veinte años

Aunque Michael Haneke nació en Alemania nunca se ha sentido parte de su cultura, adoptando una postura limítrofe desde la vecina Austria, el país materno en el que se ha formado y ha desarrollado su carrera. Pero antes de dedicarse profesionalmente al medio audiovisual estudió filosofía y psicología, lo que le marcó como intelectual de una renovada escuela vienesa del conocimiento humano. Sus primeros trabajos en espacios dramáticos televisivos fueron adaptaciones de autores clásicos como Strindberg, Goethe o Von Kleist.

El cineasta austriaco, que va a cumplir 68 años en el 2010, debutó en el cine tarde, cuando ya se acercaba a los cincuenta. Y lo hizo con «El séptimo continente», título que abría su primera trilogía sobre la violencia contemporánea, completada por «El video de Benny» y «71 fragmentos de una cronología del azar». Esta obra inicial iba a ser muy influyente en otros autores como Gus Van Sant, también preocupados por el reflejo de los fenómenos violentos que afectan a las nuevas generaciones.

Pero fue en 1.997 cuando se dio a conocer internacionalmente con «Funny Games», película que abrió un profundo debate con posiciones encontradas, debido a su tratamiento expositivo frío y calculado de la violencia nihilista. La controversia ha continuado diez años después, de forma más encendida si cabe, a consecuencia del «remake» norteamericano realizado por el propio Michael Haneke, copiando plano por plano lo hecho antes, sólo que con intérpretes anglosajones más conocidos.

Dejando a un lado la fallida recreación de «El castillo de Kafka» y su apocalíptica «El tiempo del lobo», de las que reniegan incluso muchos de sus incondicionales, el prestigio autoril de Haneke crece gracias al Festival de Cannes que premia tanto «La pianista» como «Caché», sus dos realizaciones con mejor puntuación de la crítica, seguidas de cerca por «Código desconocido».

Las dudas que había generado entre esa misma crítica el reciente «remake» de «Funny Games» han quedado disipadas con «La cinta blanca», que le coloca como el número uno indiscutible dentro del cine europeo de autor. El principal problema es que sigue siendo demasiado minoritario, y que su cine no termina de salir de los más cerrados círculos intelectuales, por lo que siempre habrá quien lo califique de pedante y de responder a cierto aire de superioridad típicamente centroeuropea.

Mikel INSAUSTI

VANGUARDIA

El pastor revela el significado de la cinta blanca: «De pequeños, vuestra madre a veces os ataba una cinta al brazo o en el pelo. El color blanco debía recordaros, después de cometer una falta, la inocencia y la pureza».

MODELO PERVERTIDO

Según su propio director, la película «no habla sólo del fascismo, sería una interpretación demasiado fácil al transcurrir la historia en Alemania, sino del modelo y del problema universal del ideal pervertido».

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