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Desde la ruta

La Bilbao-Bilbao, un ejemplo de organización popular

Joseba ITURRIA

El domingo uno participó por vez primera en la clásica cicloturista Bilbao-Bilbao y descubrió una organización que debe ponerse como ejemplo para todas las pruebas populares. A pocos metros de la salida, en el Centro Comercial Zubiarte, se pone a disposición de los participantes todo su parking. Desde antes de las 7 de la mañana ya hay voluntarios, de los 600 que colaboran en la prueba ese día, que trabajan para facilitar todo. A pesar de salir más de 6.700 participantes, se permite la inscripción una hora antes del comienzo de la prueba, algo que se agradece en una actividad en la que la meteorología y cualquier problema físico que puede registrarse en la preparación es clave para animarse a participar o no hacerlo hasta el último momento. Y en medio minuto uno se ha inscrito con un precio acorde al carácter popular.

Por diez euros los federados y quince los que no lo están -así pagan su seguro- pueden participar en la prueba y reciben una bolsa con una mochila aportada por la Diputación, una camiseta sin publicidad, un ejemplar de una revista especializada y un plano muy manejable de la ruta. De ahí a las escaleras eléctricas, se vuelve al parking para preparar la bicicleta y vestirse y a partir de las ocho y hasta las nueve se ofrecen cinco salidas a los participantes para que puedan adaptarse al ritmo que quieran. Los que deseen ir más rápido deben salir los últimos porque en ningún caso se permite acabar los 115 kilómetros antes de las 12.30 y no se puede adelantar al vehículo que abre la carrera. No se fomenta la competitividad y no hay clasificaciones, ni premios, ni tiempos oficiales y todos los que llegan a la meta con su número reciben la misma estatuilla conmemorativa.

Los hay que quieren hacer el recorrido en el menor tiempo posible, pero la mayoría va a su ritmo y muchos paran, como en cualquier salida cicloturista, para almorzar o tomarse un café. Y eso que el avituallamiento en la zona del Parque Tecnológico a mitad del recorrido es ejemplar a la altura de toda la organización. Cada participante recibe una bolsa con cinco productos para recuperar energías y además hay avituallamiento líquido.

Todo el pelotón se tiene que parar, repone fuerzas, arroja los sobrantes a los contenedores para dejar el lugar como se lo ha encontrado y se enfila la segunda mitad del recorrido con voluntarios en todos los cruces para garantizar la seguridad de los ciclistas y regular el tráfico, con cinco equipos de asistencia formados cada uno por dos médicos, un ATS y una ambulancia. Dos autobuses y dos trailers recogen a los que se ven obligados a abandonar y además se ofrece asistencia técnica para las averías.

Y por si fuera poco, en la llegada al centro de una gran ciudad como Bilbo, por dos horas se prioriza en sus calles a las bicicletas y en la meta se recibe la estatuilla y durante un centenar de metros se reparten más voluntarios para facilitar todo tipo de líquido antes de volver al parking para acabar una jornada perfecta. No es fácil organizar una prueba que se desarrolla sobre un recorrido de 115 kilómetros, pero hacerlo tan bien tiene muchísimo mérito y esta experiencia es recomendable para cualquiera que ande un mínimo en bicicleta. Los había de todo tipo, participantes que no llevaban un simple culotte ni un maillot, padres que hacían con niños los kilómetros finales... Esto es una prueba popular.

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