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Inaguración del museo del Carlismo en Lizarra

Visita a un Carlismo sin fuero ni Montejurra

Ayer fue un gran día para los veteranos militantes carlistas, que lucieron la boina roja en la inauguración de un museo largamente reclamado. Pero Carlos Hugo de Borbón Parma, máximo símbolo de este antiguo movimiento político, admitía una sensación agridulce: «Le falta algo». El Gobierno de UPN ha reproducido el carlismo de «valores religiosos» y requetés, pero no el que defendió los fueros, se enfrentó a Franco y fue vetado en 1977.

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Ramón SOLA

El viejo carlismo ya tiene su museo. El viejo, porque en el edificio inaugurado ayer en Lizarra no se hallará ninguna referencia posterior a 1939, cuando el movimiento abrió distancia respecto al franquismo y acabó derivando en una propuesta muy diferente que actualmente encarna el Partido Carlista-EKA. Fue éste quien decidió legar su patrimonio al Gobierno navarro, y UPN ha hecho lo que cabía temer: acotar ideológica e históricamente un movimiento político que ha dado muchas vueltas en dos siglos.

Para la mayor parte de los historiadores, el valor que caracterizó auténticamente las guerras carlistas en Euskal Herria fue el combate por los fueros, por la soberanía en otras palabras. Para las generaciones más jóvenes, el carlismo es la víctima del ataque ultraderechista de Montejurra, en mayo de 1976, que ocasionó dos muertes. Y a otros aún más jóvenes quizás sólo les suene porque se publicó que en las últimas elecciones las listas de EKA fueron investigadas por si habían sido «infiltradas» por la izquierda abertzale. Nada de esto se pudo hallar en el discurso de Miguel Sanz. Para el presidente navarro, el carlismo es otra cosa: «Referencia de guerras y de sufrimiento, de defensa a ultranza de los valores religiosos, de integridad moral y de generosidad personal para mantener la esencia de las tradiciones».

Todos los intervinientes saludaron efusivamente la presencia de Carlos Hugo de Borbón y Parma. Pero resultó significativo que no se le diera la palabra en el acto final. Cuando los periodistas se le acercaron, el veterano líder carlista -que vivió in situ la matanza de Montejurra- admitió una satisfacción a medias. «La retrospectiva está muy bien, pero falta algo»; por ejemplo, concretó, referencias a la ideología carlista, aunque opina que «eso no es muy difícil corregirlo». Advertía, además, de que el museo no puede quedarse en «un cementerio del pasado».

En resumen, que los carlistas están muy contentos de tener por fin un museo, pero no quieren ser catalogados ya como «pieza de museo». «El nuestro es un pasado que sirve a los hombres para el futuro», subrayó Carlos Hugo.

Fusi, Marx, Sanz

Las razones de fondo de las dos guerras carlistas del siglo XIX, por ejemplo, apenas asoman en la muestra. En nombre del Comité Científico del museo intervino el historiador donostiarra Juan Pablo Fusi, que subrayó que aquellos conflictos dejaron huella «decisiva» hasta el presente, debido a los posteriores decretos de 1839 y ley de 1876 que imponían la abolición de los fueros. Es una realidad incontestable que hasta Carlos Marx subrayó en su día: «Los carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los fueros. Tenían unas bases auténticamente populares, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo, la aristocracia latifundista y los intereses secularizados». Pero si alguien pensaba que Sanz -como representante de un partido que se declara a sí mismo defensor de los fueros- destacaría otro tanto, se equivocó. El presidente navarro prefirió subrayar, por ejemplo, que en la muestra hay un cuadro de Goya.

Las dos plantas del museo, ubicado en el antiguo Palacio del Gobernador de Lizarra, sí incluyen materiales muy curiosos de aquellas refriegas armadas. Desde un ejemplar en inglés del trascendental Abrazo de Bergara hasta la proclama con que el general Zumalakarregi arengaba a sus tropas en 1833. No faltan mapas de las batallas, ni armas de la época, ni uniformes (incluido uno de los zuavos, soldados argelinos que se alinearon con los carlistas). Tampoco banderas, carteles, pinturas de los protagonistas, monedas con la efigie de Carlos VII...

Llegados ya al siglo XX, el museo repasa las tensiones internas del carlismo, su toma de posición contra la «revolución» de la Segunda República y su implicación sangrienta en la guerra del 36. Una historia centenaria a la que se pone punto final -nadie explicó exactamente por qué- en el año 1939, cuando el régimen franquista hizo tabla rasa e integró a todos aquellos grupos de «margaritas», «requetés» y «pelayos» en Falange Española y de las JONS.

Quedan fuera del foco, por tanto, acontecimientos claves como el del 3 de diciembre de 1945, cuando simpatizantes carlistas y policías franquistas se enfrentaron a tiros en Iruñea, lo que consagró la ruptura con el régimen, con centenares de detenidos y locales clausurados. También se obvia el modo en que el carlismo fue retomando vigor como movimiento popular y democrático a finales del franquismo, cuando llegó a reunir a 20.000 personas en la cita anual de Montejurra. No se cita la matanza de 1976 -con Manuel Fraga como ministro de Gobernación- ni la legalización tardía que impidió a EKA estar en las urnas en 1977 y que marcaron el inicio de su curva descendente.

«Resolver rencillas centenarias»

Pese a todo, para los militantes carlistas el de ayer fue un día para celebrar, porque por primera vez ven la historia de su movimiento representada en un museo. No ha llegado a tiempo de verlo, por ejemplo, José Angel Pérez-Nievas, que fue quien promovió la donación del legado al Gobierno de Nafarroa. El Ejecutivo de UPN se implicó finalmente después de no haber contemplado con demasiado entusiasmo los primeros emplazamientos.

Desde el Partido Carlista recuerdan que los recelos iniciales se convirtieron en prisas cuando el Gobierno de Lakua apuntó su interés por el tema. En el Parlamento navarro, todos lo consideraron interesante. Así que ayer no faltó casi ninguna autoridad, ni siquiera el comandante militar español en Nafarroa, Jesús Joaquín Val, cuya conversación privada con Carlos Hugo era también una foto más que curiosa. A todo esto, Sanz repartía abrazos, deseoso de que este museo «sea un elemento para aproximarnos y para resolver rencillas centenarias».

Carlos Hugo: «La legitimidad política no es sólo votar»

El museo y las intervenciones oficiales prestaron cierto interés a la disputa dinástica que está en el germen del carlismo. «¿Si soy `pretendiente'? Eso no me interesa», respondía por contra Carlos Hugo de Borbón Parma cuando los periodistas se interesaron por la cuestión. En su opinión, lo interesante de este movimiento es la ideología, «la constante adaptación de valores». Dijo que en este momento histórico la máxima carlista es que «la legitimidad política no es sólo votar cada cuatro años, empieza en los pueblos y se apoya en el principio de subsidiariedad». Dice buscar que «la gente pueda ser libre» y que se respeten los derechos humanos en todo el planeta. R.S.

 
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