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crónica | Peligrosa ficción

Una película vuelve a dividir a Alemania y hace propaganda encubierta de Merkel

Veinte años después de la unificación de las dos repúblicas, la federal capitalista (RFA) y la democrática socialista (RDA), una película reanima la división y el recuerdo al Muro. También respalda a la canciller Angela Merkel y al servicio secreto interior, mientras que Die Linke aparece en el rol del oportunista político, fácil de comprar.

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Ingo NIEBEL Colonia

Mecklenburgo Antepomeranía se separa de la RFA, declarándose república democrática y socialista. Es la reacción a la crisis económica, política e institucional después de que una serie de atentados de Al-Qaeda haya dejado a Occidente sin suministro de combustible. El orden establecido se viene abajo, sobre todo en su capital, Rostock, que queda dividida por un muro en dos sectores ideológicamente opuestos.

Semanas antes de las elecciones regionales en aquel land, parece que el ficticio partido neonazi DNS podría lograr la mayoría absoluta. Su líder, un multimillonario empresario, quiere declarar la independencia de la RFA pero se le adelanta el dirigente del partido La Nueva Izquierda, Franz Geri, quien tiene el respaldo de la canciller alemana Carla Reuer. La jefa de Gobierno considera a los socialistas un mal menor para manejar la crisis política y económica y, por eso, no repara en medios y dinero para evitar que los neonazis logren el poder.

En primera línea opera una agente privada del servicio secreto interior, que no sólo tiene infiltrado al partido neonazi sino que maneja también a un ex activista izquierdista al que le ha robado todo su patrimonio para conseguir colabore.

Hasta aquí la trama del thriller político «Die Grenze» (La Frontera), emitido por televisión en dos partes que lograron, respectivamente, 4,71 millones y 3,47 millones de espectadores. La caída de audiencia se debió a la prisa del director por terminar esta compleja historia en la segunda parte al descartarse una tercera.

Mensajes subliminales

Hay que ser experto tanto en materia de inteligencia como de derecho constitucional y de desinformación a través del cine para poder descifrar los mensajes subliminales que lanza esta película, producida por el ente privado alemán Sat1, perteneciente al grupo ProSiebenSat1, tradicionalmente cercano a la CDU de la canciller real, Angela Merkel. «Muy pronto los círculos burgueses (...) se dieron cuenta de la importancia del cine como medio de propaganda y supieron emplearlo a fondo», alertó, en 1925, el hombre fuerte de los medios comunistas Willi Münzenberg.

Su sentencia ha vuelto a confirmarse con esta película que aboga por un Estado autoritario, liderado por una jefa de Gobierno decidida y fría, y consciente de los poderes fácticos que tiene a su disposición. Por eso, no tiene que perder el tiempo en discusiones ni con su partido ni con socio alguno. Ni el Parlamento federal ni el regional de Mecklenburgo ni el resto de partidos aparecen. En cambio, el filme deja al descubierto los actuales problemas constitucionales, ya que las Fuerzas Armadas no pueden terminar con los disturbios en Rostock porque la Ley Fundamental no permite en Alemania que sean utilizadas con ese fin.

Paralelamente se alaba el trabajo del servicio secreto interior aunque en la realidad sus infiltrados en la cúpula del partido neonazi NPD han evitado su ilegalización por parte de la Corte Constitucional.

La atractiva agente Linda Jehnert, por su parte, invita a los hombres, sobre todo aquellos con un historial policial de participación en alguna lucha callejera en Europa, a colaborar con una empresa privada de inteligencia al servicio del Estado.

Oportunista y comprada

El partido Die Linke ha preferido no levantar la voz contra la película, aunque tanto el nombre de la formación ficticia se parece mucho al suyo como el apellido de su líder en la película, Geri, suena al de su líder real en el Parlamento federal, Gysi. Más importante que esas similitudes, que están lejos de ser una casualidad, es que la formación socialista aparezca como una organización oportunista, teledirigida y financiada por el Ejecutivo burgués de Berlín.

La cuestión es ¿cómo reaccionará el Estado alemán si la realidad se acercara a la ficción?

Según recientes sondeos el 80% de los alemanes orientales y el 70% de los occidentales pueden imaginarse vivir en un sistema socialista. ¿Y cuáles serán las consecuencias económicas para Alemania cuando un ataque a Irán corte el suministro de petróleo para Occidente?

La peligrosidad de este trabajo televisivo radica en las ideas que mete en la cabeza de los espectadores. Por una parte, dice que izquierda y derecha son lo mismo: anarquía, violencia y caos. Por otra, que la «nueva izquierda» reimplantará los males del socialismo, el muro incluido.

Aún así, los desorganizados y borrachos socialistas son preferibles a los nazis porque son corruptos. Al final todo irá bien cuando una canciller, fría, decidida y calculadora -como Merkel- evite la ruptura del orden político y económico porque dispone de los medios adecuados, como son las Fuerzas Armadas, listas a acabar con los «extremistas» atrincherados en zonas urbanas.

 

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