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Gari Mujika Kazetaria

Una sociedad yonqui

El Ararteko publicó ayer el enésimo estudio sobre las drogas y los adolescentes. De sus 222 páginas recojo la denuncia de los jóvenes al ver «una gran contradicción» entre el discurso de los «adultos», que «defiende la abstinencia de drogas en la juventud, y la conducta que los adultos mantienen».

La hipocresía nunca resulta un aliado, y en eso que le llaman prevención aún menos. Las drogas han existido desde que el ser humano aprendió a utilizarlas. La cuestión reside, en gran parte, en el uso que se les da y en el que quieren que se les dé. Que en un país clasista y de derechas como este fijen el prohibicionismo se entiende, pero sigue sin carecer de lógica. Cuando comenzaron a brotar los carteles de la droga de Sudamérica utilizaban incluso una lógica insurgente al saber que su primer consumidor era, a su vez, su principal enemigo: los EEUU. Han pasado décadas, pero los principales exportadores de amoniaco y acetona, la materia esencial para confeccionar la base de cocaína, siguen siendo los yanquis. Los mismos que mostraron al mundo cómo emplear la heroína -amapolas que siguen floreciendo en Afganistán- para acabar, por ejemplo, con los Panteras Negras, y crearon una escuela de boys scout que, cómo no, también llegaron a Euskal Herria con su paso mediante ciertos cuarteles.

Sin embargo, nadie cuestiona demasiado que la droga más dura por excelencia, el alcohol, siga regando los gaznates de miles de personas. Ídem con el tabaco. Pero, ¿qué bien se llenan así los erarios públicos? Como tampoco se pone en duda por qué el consumo de drogas tiene que ser de noche, a oscuras, en recintos cerrados, apartado de la sociedad correcta, como si fuera algo malo. Como no lo es que uno durante 364 días sea un anti-drogas ejemplar, pero en el Día de Todo Vale se coja una galleta de órdago. Y la edad no supone premisa ni criterio.

Personalmente creo que no hay peor cosa que ser un consumista compulsivo y no saber la razón ni ser consciente de ello. El que fuma porros y se toma una raya que otra es un drogadicto de cara a la sociedad, pero el que es infeliz por no tener este coche u aquellas zapatillas o pantalones es todavía más yonqui que el anterior y, además, no lo sabe. Ni apología ni prohibicionismo, pero primero habrá que eliminar la hipocresía de la ecuación para obtener alguna conclusión positiva y práctica.

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