Lejos de amainar, la tormenta desatada por los abusos sexuales cometidos por significados miembros de la Iglesia católica contra menores de edad sigue creciendo en intensidad. Ayer, el escándalo ascendió un nuevo peldaño con la dimisión del obispo de Brujas, Roger Vangheluwe, de 73 años. Si hasta ahora la asunción de responsabilidades se había limitado a religiosos acusados de encubrir delitos de pedofilia cometidos por otros clérigos, Vangheluwe es el primero que dimite confesando ser autor en primera persona de abusos sobre un joven, antes y después de haber sido nombrado obispo. Ahora, tras pedir perdón a la familia de la víctima, a la comunidad católica y a la sociedad, el prelado se retirará de la vida pública. Pero no será para expiar sus culpas en la celda de una prisión del Estado, puesto que los delitos que tanto tiempo ha tardado en confesar, ya han prescrito.

La dimensión que ha alcanzado la amplia implicación del clero católico en casos de abusos sexuales ha abierto un debate sobre las razones por las que los delitos cometidos han permanecido ocultos durante tanto tiempo. La razón parece obvia: la jerarquía eclesial ha mantenido durante décadas en Europa una cota de poder tal sobre la sociedad que las denuncias de abusos podrían seguramente haberse vuelto contra los denunciantes. En eso, aunque lentamente, la sociedad parece ir avanzando.