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Joxemi Arrugaeta historiador

Viva la independencia (de Venezuela, por supuesto)

Se cumplen 200 años desde que explotasen en Latinoamérica los procesos de independencia con respecto a la metrópoli española. El autor avisa al principio del artículo, con notable carga irónica, que en él se refiere a ese periodo histórico y no al presente. El transcurrir de los párrafos confirmará que las similitudes son más que evidentes.

Es casi obligatorio iniciar estás líneas con la aclaración, dirigida directamente a jueces, policías, inquisidores, fiscales, tertulianos y autonomistas varios, que la independencia a la que me refiero no es a la de mi paisito de origen, para que estén tranquilos por el momento. Es sencillamente que las naciones latinoamericanas están celebrando los 200 años de su primera declaración de independencia, en contra de la dominación española, así que cualquier parecido con la actualidad será seguramente mera coincidencia.

Hace más o menos dos siglos, exactamente un 19 de abril del año 1810, a un grupo de lunáticos, subversivos, traidores a la madre-patria de sus mayores, infidentes y similares, que hoy en día serían tildados sin paliativos con otro calificativo bastante más contundente y condenatorio por romper el sagrado y eterno orden legal de entonces, que también lo había, se les ocurrió la peregrina y en aquel momento absurda idea de declararse independientes de España.

Seguramente aquellos innovadores y abridores de caminos, que hoy son ni más ni menos que los «libertadores» latinoamericanos, serían jóvenes, porque las actitudes irreverentes, fundacionales y creativas suelen ser obra y atrevimiento de gente joven, que no conoce mayores compromisos que lo que sienten y creen en sus corazones, y los sentimientos, a los hechos me remito, son realmente difíciles de borrar, encarcelar o erradicar.

La reacción de la «amante y paternal» metrópoli fue la habitual en estos casos ante actitud tan incomprensible e inexcusable entonces, exactamente como ustedes se la pueden imaginar (y en este sentido pueden revisar la sección País Vasco o Cataluña de cualquier diario español de hoy, que son más de lo mismo). De todas maneras, para cualquier duda pueden encontrar un resumen, seguramente bastante sintético, en cualquier libro de Historia de España medianamente respetable, aunque estoy seguro que el currículum en vigor actualmente en el sistema educativo español despachará asunto tan serio en apenas un par de párrafos bastante asépticos.

Sin embargo, suele ocurrir que debajo de algunas breves frases descriptivas de un proceso político de independencia, con todas sus complejidades y matices, por muy antiguo que nos parezca, se suelen esconder realidades recurrentes, pues para eso mismo es la historia. Miles de soldados (de extracción humilde, por supuesto, pues los poderosos tienen por costumbre declarar las guerras y evitar que acudan sus hijos) apoyados y alentados por una multitud de españolitos de a pie -gritando «viva Hispano-América española», o algo similar-, o sea la multitud de imbéciles casi profesionales de siempre que tienen por costumbre creerse todo lo que les cuentan (bastante intemporales visto lo visto) acompañados, como es natural en estos casos, por policías, jueces, represores, mercenarios y «renegados» de su propia tierra (y no hay nunca peor astilla que la del mismo palo, no les quepa ninguna duda) intentaron con dedicación exclusiva y digna de causas más nobles durante algo más de 15 años, sólo en el territorio continental latinoamericano, reinsertar a los «equivocados» y situarlos de nuevo en el redil.

Hoy sabemos, porque nos lo cuentan los libros, que era misión imposible -tiempo, esfuerzos, vidas y energías perdidas- y que la Independencia, así con mayúscula, era en realidad la opción del futuro, pero en aquella historia que aún no había alcanzado ese rango, y por lo tanto era vibrante actualidad diaria, los resultados nunca fueron tan evidentes.

Por eso mismo los caminos de la separación estuvieron empedrados, igualito que hoy mismo sin ir más lejos, de intereses políticos, económicos y mentiras, muchas mentiras. Como resultado de tantas oposiciones, determinaciones de Estado, ministros del Interior y la Guerra que van y vienen, sin ninguna gloria, y de tanto engaño consciente, perdieron la vida, o se vieron seriamente afectados, cientos de miles de personas de carne y hueso (víctimas, a secas, como se dice hoy en día). Mujeres, ancianos, hombres, niños y soldados de ambos bandos, fueron testigos de qué significan exactamente y en la práctica palabras como «pacificar» o «normalizar», en cualquier tiempo y momento, en boca de reyes, gobernantes, dignatarios y militares.

Como para muestra basta un botón, sólo señalar que la guerra de independencia de Cuba, de 1895-1898, costó la vida del 20% de la población civil, el equivalente actual a casi dos millones y medio de cubanos, eso después de 85 años de la primera Declaración de Independencia en Venezuela, que se ha celebrado en estas fechas, y que resulta evidente que España no conmemoró en 1895 como lo hace hoy en día, y si lo hizo fue a sangre y fuego, que también es una forma especial de celebrar aunque sea «típicamente española», como dirían los flemáticos británicos.

En la actualidad, el término independencia, al igual que el de soberanía, ha cambiado sus contenidos y no se limita ya a lo formal, con sus símbolos, fechas e instituciones representativas (que en mi opinión ya sería un avance sustancial en nuestro caso para poder hablar entre iguales). Y parece tener mucho más que ver con que la base y cimiento de cualquier comunidad cultural y humana, es simple voluntad, un sentimiento de pertenencia, y capacidad de integración de los que llegan, difícil de medir, siempre en construcción y cambiante, expresada constantemente en dinámicas diarias y colectivas.

Lo que si está fuera de toda duda es que la «unidad sagrada» ni es sagrada ni es unidad, que las constituciones son como las noches de verano. Igual que resulta evidente que la independencia es un recorrido siempre difícil, inseguro, arriesgado y costoso, o que la juventud es la protagonista principal de este tipo de acontecimientos, vistas las experiencias de cualquier momento histórico similar. Así como que el término independencia, en lo político, social y económico es lo contrario de «estar sujeto o dependiente de otros» como lo recoge el diccionario de cualquier idioma. De la misma manera que tampoco está de más señalar la conclusión de que la España «sempiterna» no aprendió ni un carajo de lo sucedido hace dos siglos en América Latina; y para ejemplos valen los posteriores y sangrientos conflictos de Cuba, Maruecos, Filipinas, Sahara...(y otros términos nacionales más actuales que omito por razones claramente judiciales) y no importa que las autoridades y medios hispanos también lo «celebren» hipócritamente de manera oficial -al mismo tiempo que sueñan y accionan para intentar recuperar su hegemonía y presencia perdida-.

Yo les confieso sinceramente que espero conmemorar un acontecimiento similar sin tener que esperar dos siglos, con el primer aniversario me basta y me sobra, pero para que eso suceda hay que ponerle todos los ingredientes necesarios en estos casos: voluntad, expresión, fuerza, base social, juventud...Y eso es aquí y ahora, y no dentro de doscientos años, que es siempre demasiado tiempo se mire por donde se mire.

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