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La marea negra en el Golfo de México pone a las plataformas petrolíferas en el punto de mira

Desgraciadamente habituados a las periódicas mareas negras provocadas por el transporte de crudo por mar, la explosión de la plataforma petrolera del Golfo de México nos sitúa ante otro fenómeno con consecuencias similares o mayores, y que podría ir a más en el futuro.

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Anne CHAON

France Presse

La marea negra provocada por la explosión de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon en el Golfo de México ha vuelto a poner sobre el tapete la cuestión de la seguridad de las plataformas petrolíferas e, incluso más allá, del transporte por mar del llamado oro negro.

Es un debate recurrente pero que sólo se activa cada vez que hay una catástrofe. Así ocurrió con el vertido de petróleo del Exxon Valdez en las costas de Alaska en 1989. La Administración Bush (padre) decidió entonces reforzar la legislación de seguridad sobre el transporte marítimo e impulsó los navíos de doble casco.

La sustitución de los buques de casco único se aceleró igualmente en Europa tras la catástrofe del Erika en 1999, cuando el superpetrolero encalló al suroeste de las islas de Cornwall, en Inglaterra, derramando casi 16.000 toneladas de crudo al medio marino y provocando una gran marea negra que llegó al litoral de Cornwall, la isla de Guernsey y las costas atlánticas del Estado francés.

No obstante, ello no impidió, tres años después, que un petrolero monocasco, el Prestige, transitara por la gallega Costa de la Muerte y se partiera en dos, vertiendo 70.000 toneladas de crudo que se esparcieron en una amplia zona desde el norte de Portugal por todo el Cantábrico hasta las Landas.

Ya hay quien asegura ahora que habrá un antes y después de la explosión de la plataforma Deepwater Horizon, catástrofe cuya dimensión y consecuencias reales están lejos de haber sido totalmente mensuradas. Por de pronto, la Administración Obama ha dado marcha atrás y retirado su proyecto de ley para permitir nuevas prospecciones petrolíferas marinas. Más allá todo son, de momento, elucubraciones aunque algunas fuentes adelantan que, además de incrementar las inspecciones y el control técnico de estas plataformas, la Casa Blanca podría prohibir las extracciones cerca de la costa -el accidente que nos ocupa tuvo lugar en unas instalaciones situadas a 240 kilómetros de la cosa de Nueva Orleans-.

La explotación petrolífera sigue

Sin embargo, y pese a la catástrofe medioambiental y económica en ciernes, tanto las exploraciones en curso desde 30 plataformas como la extracción desde otras 47 instalaciones en el Golfo de México no se han detenido en ningún momento.

Habida cuenta de que 2/3 de la producción mundial de crudo llegan a destino por barco, las mareas negras provocadas por o durante su transporte son desgraciadamente la crónica de un desastre anunciado.

No obstante, y pese a que las explotaciones petrolíferas en aguas profundas no suponen más que el 2% de la producción mundial actual, la explosión de la plataforma en el Golfo de México -que causó once muertos- no es sino una más de una larga lista que corre, además, el riesgo de aumentar en los próximos años.

Y es que las presiones de la industria petrolífera son enormes y no se atisba gobierno alguno capaz -o simplemente deseoso- de ponerles coto.

Es en el mar donde las compañías han realizado la mayor parte de los recientes descubrimientos de oro negro. Además de sortear los peligros de la explotación -o simple usurpación- de petróleo en zonas calientes del Planeta, cuyas poblaciones, además, no dejan de exigir lo que es suyo -al menos parte en los beneficios-, la ventaja es que las reservas de petróleo submarinas están repartidas de forma más o menos equitativa por todo el mundo.

Fuera de Oriente Medio y de Rusia, las reservas probadas y probables se encuentran en el mar. Y aunque sean menos abundantes que en tierra, se calcula que los fondos marinos guardan 70 millones de kilómetros cuadrados de sedimentos susceptibles de convertirse en petróleo, 30 millones de ellos sa más de 500 metros de profundidad.

Los avances tecnológicos (estudios sísmicos en tres dimensiones, exploraciones direccionales...) hacen el resto.

La industria petrolera quiere multiplicar la explotación del Mar del Norte, pionera desde los setenta junto con las plataformas marinas del Golfo de México. Los mares de Brasil, el Golfo de Guinea, Angola e Indonesia, entre otros, comparten, cada vez más, el testigo.

Un testigo que mira únicamente a las ganacias y que no tiene para nada en cuenta las enormes dificultades para impedir el vertido de crudo en caso de accidente en una plataforma petrolífera anclada, como muchas, a 1.500 metros de profundidad. Las diferencias de temperatura, la presión y la misma profundidad del pozo son retos que hoy por hoy desafían a las tecnologías para reparar este tipo de desastres.

SOS desde el Ártico

Reunidos estos días en París en el Congreso Mundial de los Océanos y con el drama del Golfo de México en la retina, los expertos piden prudencia ante la carrera por la explotación de los recursos petrolíferos del Ártico, crecientemente apetecibles cuando más accesibles.

Esta región está sufriendo a una velocidad dos veces mayor que el resto del mundo el calentamiento, acelerando el deshielo de los glaciares y abriendo camino a los petroleros, a la pesca y sobre todo a la explotación de los hidrocarburos.

«Alrededor de un quinto de las reservas calculadas de gas y petróleo no explotados se sitúan al norte del Círculo Polar», señala Lisa Speer, experta neoyorquina. «Pero no hay nadie allí, no hay servicios de socorro. Si no se puede parar una marea negra en las costas de EEUU, uno de los países más ricos y mejor equipados del mundo, pues tú me dirás...», advierte.

«Se va a explorar cada vez más lejos de las costas y cada vez más profundo -a 1.500 metros de la superficie marina y a 4.000 del fondo marino-. Esta carrera incrementa los riesgos y no llega acompañada de los avances técnicos necesarios», alerta Julien Rochette, investigadora de los océanos.

Y ésa es la cuestión. «Veinte años después del Exxon Valdez, no hemos avanzado en capacidad de respuesta y nadie sabe lo que hay que hacer», denuncia Sue Lieberman, del Pew Environment Group.

«Desde los años 30, ninguna región del mundo ha cosechado tanta experiencia en prospecciones marinas que el Golfo de México. Y mira...», coincide William Eichbaum, vicepresidente de WWF-USA, quien añade otra circunstancia que agrava la posibilidad de una catástrofe medioambiental en el Ártico: las normas de explotación varían entre los cinco países ribereños (EEUU, Canadá, Rusia, Noruega y Dinamarca/Groenlandia).

del petróleo

mundial se transportan por mar, lo que explica catástrofes como la del Exxon Valdez, el Erika o el Prestige. Pero el hecho de que las explotaciones de crudo en aguas profundas sólo supongan hoy el 2% de la producción mundial tampoco evita tragedias como la del Golfo de México.

El drama sigue vivo en Alaska veintiún años después del Exxon Valdez

El chapapote pegado a las rocas, decenas de especies animales diezmadas, aldeas de pescadores que se debaten entre el alcoholismo y la violencia doméstica... Más de 20 años después de la marea negra del Exxon Valdez, Alaska sigue llorando sus consecuencias.

Un informe de la misión sobre la marea negra de petrolero, publicado el año pasado, detallaba el balance medioambiental de la catástrofe acaecida en marzo de 1989 en las costas de Prince William Sound.

La industria pesquera del arenque, hasta entonces floreciente, terminó por desfondarse en 1993. Los stocks de salmón siguen estando a día de hoy a niveles muy bajos y las orcas que vivían en la zona están en vías de extinción.

Alrededor de 80.000 litros de petróleo -una pequeña parte de los 41 millones de litros que se vertieron a lo largo de 1.300 kilómetros de costa virgen- siguen envenenando las playas de la región.

«Esto no ha sido resuelto y nadie sabe si llegará a serlo jamás», teme Emilie Surrusco, portavoz de la Asociación de Defensa de la Vida Salvaje en Alaska.

«El impacto sobre la pesca se hace sentir todavía, ni el arenque ni el salmón han alcanzado los niveles de antaño. Todo está devastado por aquí y lo que estamos viendo en el Golfo de México nos causa zozobra», añade esta experta.

La marea negra del Exxon Valdez costó la vida a 250.000 osos marinos, 2.800 lobos de mar, 300 focas, 250 rapaces y 22 orcas.

Al desastre medioambiental se sumó un deterioro sensible del tejido social en las comunidades de pescadores más afectadas, según los expertos y las autoridades locales. «Lo que se vio entonces en los informativos eran las imágenes del petróleo flotando en el agua o ensuciando playas, animales y aves, pero las consecuencias en la gente son más difíciles de ver porque salen a relucir más tarde», señala Stan Jones, del consejo regional de Prince William Sound.

Steve Picou, profesor de sociología de la Universidad del Sur de Alabama, ha llevado a cabo investigaciones sobre las consecuencias de la marea negra en las poblaciones de la región. «Hemos descubierto que desde cinco o seis años después de la catástrofe, la gente está deprimida. Se han diagnosticado muchos casos de síndromes de estress postraumático y depresiones nerviosas».

Picou añade que el «capital social» de muchas comunidades se ha hundido. Sus habitantes se niegan a implicarse en la vida pública. «La gente no quiere implicarse. En este clima. asistimos a un aumento de la violencia doméstica, de los divorcios y de los suicidios. Es como un trauma colectivo, como si todo el pueblo estuviera bajo un shock. Las relaciones sociales y las estructuras familiares se han hundido». El experto cita como ejemplo el caso de la población de Cordova, que creó en 1992 una asociación para ayudar a mujeres maltratadas. «Hasta entonces no habían sentido esa necesidad, porque había pocos casos». Rob WOOLLARD

70

millones

de kilómetros cuadrados de sedimento susceptibles de convertirse en petróleo aguardan en el fondo del mar. Y un quinto de las reservas no explotadas se encontrarían en el Ártico.

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