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Maite Ubiria Periodista

Ares se mira en el espejo de Besson, adalid de la delación

Rodolfo Ares se ha lanzado por un tobogán a cuyo fin no hallará agua purificadora sino un banco de arena en el que enfangar un poco más su trayectoria al frente de la Consejería de Interior.

En todo caso, sería pretencioso atribuir al titular de Interior de Lakua la capacidad de escrutar caminos nuevos, y la experiencia del ministro de Inmigración francés, Eric Besson, aparece como una referencia cercana y, por cierto, fracasada.

La delación cuenta con una amplia literatura y su referencia en la historia siempre aparece marcada con trazos oscuros. Ya evocada en el «Arte de la Guerra» de Sun Tzu, destila sus malas influencias en la antigua Grecia y el Imperio Romano, para convertirse en un método de manual a manos de españoles o franceses en su combate contra los movimientos de liberación en las antiguas colonias.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el III Reich convirtió la delación en ley de obligado cumplimiento. En Ipar Euskal Herria, como en otras zonas ocupadas, las plazas se llenaron de carteles en los que se conminaba a denunciar a «los terroristas» de la Resistencia.

La colaboración dio como resultado la muerte, la deportación y la rapiña en base a denuncias hechas, unas veces por miedo, pero otras muchas bajo la pulsión del interés egoísta. Finalizada la guerra, la derrota nazi dio paso a un segundo capítulo: denunciar al antiguo delator.

Las heridas causadas por ese largo período de control social perduran hasta nuestros días.

De ahí que cuando el inspirador de Ares, un ministro francés de derechas, lanzara su proyecto contra la delincuencia, dando valor de ley a la delación, saltaran todos resortes. Como en tantas ciudades, en Baiona, sindicatos, partidos y asociaciones se dieron la mano para conformar un «círculo de higiene democrática». El rechazo social al intento del ministro Besson de ofrecer permisos de residencia a los inmigrantes que denunciaran a quienes les habían traído a Europa permitió combatir mejor su proyecto, más general, de criminalizar la solidaridad.

Sólo los proyectos totalitarios ven al ciudadano como enemigo y sueñan una sociedad convertida en un reino de chivatos. Los comités contra la delación son una referencia de respuesta.

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