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ANÁLISIS | LA TEMPORADA DEL ATHLETIC

Para gestionar desilusiones es imprescindible soñar primero

El Athletic cierra la temporada con su mejor clasificación de los últimos seis años. Pero las ilusiones que se habían generado provocan que la Liga acabe con un regusto amargo, como había sucedido con la Copa y la Europa League.

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Amaia U. LASAGABASTER

De celebrar la permanencia a lamentar un octavo puesto. Una contradicción fruto de las ilusiones que ha despertado el Athletic en su mejor temporada desde la llegada de Joaquín Caparrós. La falta de gasolina le ha obligado a acabar viendo la película desde el patio de butacas.

Es preferible un niño con sueños que sabe gestionar sus desilusiones en la edad adulta o uno sin esperanzas que, cuando madura, se ve agradablemente sorprendido por sus éxitos ocasionales? Una pregunta que bien podría aplicarse al Athletic, que ha experimentado las dos posibilidades.

Resignado a pensar en la supervivencia como único objetivo, en los últimos años el club ha podido celebrar cada fin de temporada con satisfacción, justificada o no, por la meta alcanzada. E incluso se ha encontrado con alguno de esos éxitos ocasionales, como la final copera, que alegran la vida. Un regusto opuesto al que ha dejado esta última campaña, en la que el Athletic se ha convertido en el niño con sueños, obligado a gestionar sus desilusiones con el paso del tiempo.

La sensación ha sido similar en todas las competiciones, aunque haya variado en duración e intensidad. Si el sueño copero se derrumbó a las primeras de cambio, el regreso a competiciones europeas ha deparado algunos de los mejores momentos de la temporada. Y, posiblemente por eso, también uno de los despertares más bruscos. No tanto por el resultado -caer en las eliminatorias no parece un papel especialmente deshonroso, más aún para un equipo poco habituado a estas batallas-, como por la paupérrima imagen que ofreció en su adiós a la Europa League.

Una historia similar a la de la Liga, en la que los bilbainos han tocado el cielo con la punta de los dedos para acabar convirtiéndose en meros espectadores de la película. En una temporada con altibajos, la trayectoria otoñal del equipo -cinco victorias y un empate en siete jornadas, pese a la coincidencia con la liguilla de la Europa League- abrió las puertas a una segunda vuelta ilusionante y extraña. Ilusionante porque el Athletic ha tenido posibilidades reales de acabar la Liga en la sexta, e incluso en la cuarta, plaza durante muchísimos meses; y extraña, porque lo ha conseguido exclusivamente a base de sus actuaciones como local. Frente a la deprimente trayectoria que han firmado a domicilio -sólo tres puntos y tres goles a favor en toda la segunda vuelta-, los rojiblancos han convertido San Mamés en un fortín. Hasta este último mes, en el que los tropiezos en la Catedral han acabado por dilapidar sus opciones.

La cuestión es saber por qué. Y la respuesta parece pasar por los 54 partidos oficiales que se ha metido entre pecho y espalda un equipo que empezó a competir en julio. Hace menos de un mes, Joaquín Caparrós aseguraba que sus hombres estaban en óptimas condiciones físicas, pero la recta final que han protagonizado -la del sábado frente al Deportivo ha sido su única victoria en las siete últimas jornadas- no parece admitir más explicaciones.

Hace menos de un mes, Joaquín Caparrós aseguraba que sus hombres estaban en óptimas condiciones físicas, pero la recta final que han protagonizado -la del sábado frente al Deportivo ha sido su única victoria en las siete últimas jornadas- no parece admitir más explicaciones. Los rojiblancos están fundidos y la gasolina es imprescindible. Sobre todo para los equipos que sobreviven a base de apretar los dientes -aunque la temporada ha ofrecido bastantes más minutos para el deleite que las anteriores- y con un número no demasiado amplio de jugadores.

Porque, nuevamente, un grupo reducido de rojiblancos lo ha jugado prácticamente todo, aunque las diferencias son inferiores a las de la temporada pasada, cuando tantas críticas mereció la gestión que hizo Caparrós de su plantilla.

Tampoco hay que olvidar que la mayoría de los entrenadores acaba contando habitualmente con una quincena de jugadores como máximo. O que unos cuantos integrantes de la plantilla han seguido la temporada desde la enfermería, si bien tampoco parece que Zubiaurre, Muñoz o Vélez hubieran disfrutado de excesivas oportunidades de haber estado en condiciones. Aunque la experiencia de alguno de sus compañeros tampoco permite descartarlo del todo. Sobre todo la de Gurpegi, que ha pasado de plantearse una posible salida a convertirse en el séptimo jugador con más minutos del equipo.

También ha cambiado el panorama para Ustaritz, aunque hizo falta que se lesionase Aitor Ocio para que tuviese continuidad. De la misma manera, fue la lesión del vizcaino la que abrió la primera puerta a San José, que ha acabado convirtiéndose en la irrupción más destacada de la temporada.

La más mediática, sin duda, lleva el nombre de Iker Muniain, que ha batido todos los récords de precocidad y, más allá de las estadísticas, ha hecho honor a su fama de gran esperanza rojiblanca. Y eso que ha ido perdiendo presencia con el transcurso de los meses, tal y como ha sucedido con De Marcos, otro adolescente que se ha hecho sitio en el primer equipo. Por el puesto que ocupa, o porque ya había debutado, ha habido menos ruido en torno a Iturraspe, pese a que el abadiñotarra ha sido, probablemente, el que mejor ha aprovechado su oportunidad junto a San José.

Un grupo en el que, por minutos, también debe incluirse a Xabi Castillo. No tanto por rendimiento: le está costando digerir el salto de categoría, lo que le ha impedido arrebatar el puesto a Koikili, con el que se ha repartido los minutos de manera casi equitativa. Peor aún le ha ido al que también fuera su compañero en la Real Díaz de Cerio. Pocas oportunidades y bastantes problemas físicos han reducido su aportación a la categoría de anecdótica, convirtiendo la campaña prácticamente en una prolongación de la anterior. Precisamente el hecho de que fuera su primer año tras la grave lesión que sufrió siendo aún realista permite albergar esperanzas de cara a lo que puede ofrecer a partir de setiembre.

Una nueva temporada en la que el Athletic perderá a uno de sus principales referentes en los últimos lustros, Joseba Etxeberria. También, si no cambian mucho las cosas, a Fran Yeste.

Bajas sensibles, pese a que en los últimos tiempos hayan perdido protagonismo en manos de los jugadores en los que se sustentará -lo hace ya- el Athletic. Si no hay talones de por medio, en absoluto descartable en algunos casos, Iraola, Amorebieta, Llorente -acaba su mejor temporada con 23 goles-, Javi Martínez, Toquero, Susaeta y compañía han demostrado tener potencial para comenzar la temporada como el niño de los sueños. El tiempo dirá después si los cumplen o vuelven a tener que gestionar desilusiones.

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