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CRíTICA teatro

Ética creativa

 

Carlos GIL


Dónde están los límites éticos en la creación artística? Ésta es la gran pegunta que deja sin contestar David Fernández, aunque nos sitúa ante una toma de postura clara sobre la capacidad del autor, del artista, para hacer lo que le da la gana, la cuestión estriba si eso se hace a costa de su creatividad, de su capacidad de atrapar en gestos, silencios o figuras un impulso creativo o si la utilización de otros seres humanos, como soporte de un clave, por ejemplo como sucede durante unos minutos en esta obra, o provocando a base de tortura la cara agónica de un modelo que sirva de inspiración al pintor como nos cuenta.
Todas estas preguntas subyacen en la propuesta, son parte de su base ideológica que se sustenta, en paralelo, en una utilización del cuerpo como material fundamental, como instrumento polisémico, en ocasiones planteando una paradoja y, en otras, acercándose a una provocación muy matizada, pero siempre colocándose en los límites, sin importarle llevarlo hasta la extenuación, corriendo durante minutos sobre una cinta sin fin o recibiendo un castigo físico tras haber cometido once errores en la interpretación de una partitura de las variaciones escritas por J.S. Bach.
Estamos, pues, ante una obra particular, muy fraccionada en su discurso, coherente en su conjunto, que encuentra con la presencia escénica de Rossy de Palma un complemento fundamental para ir cohesionando esas variaciones que nos van introduciendo en el laberinto de lo aparente, de la creación y sus métodos, es decir, que nos plantea la ética creativa como razón estética

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