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El último adiós

Iñaki LAZKANO | Kazetaria eta Gizarte eta Komunikazio Zientzien irakaslea

Charles Chaplin solía decir que el tiempo es el mejor autor, porque siempre encuentra un final perfecto. Pecaba de falsa humildad, por supuesto. No hay más que recordar «Tiempos modernos» (1936) para percatarnos de ello. En la secuencia final, Charlot consuela a su joven amor y dibuja una hermosa sonrisa en su rostro. Recuperados los sueños perdidos, los enamorados caminan juntos, tomados de la mano, por una desolada carretera hacia el horizonte. Rumbo a la esperanza.

El personaje de Angelina Jolie en «Mr. y Mrs. Smith» (2005), por el contrario, desconfía de los finales felices. Según la señora Smith, los finales felices no son más que historias inconclusas. Corazones rotos que perecen abandonados en los andénes del desamor. Porque el tiempo siempre se cobra cumplida venganza. No en vano, los trenes abandonan en vías muertas los anhelos de los enamorados en las agridulces «Breve encuentro» (1945) y «El secreto de sus ojos» (2009).

Pese a la crueldad manifiesta del destino, el ser humano acaba rebelándose contra los finales sin esperanza. Como Bill Murray en la melancólica «Lost in Translation» (2003). Cuando la historia está a punto de fenecer, Murray sale en busca de Scarlett Johansson por las pobladas calles de Tokio. La halla, se funden en un abrazo y el maduro seductor le susurra al oído una frase misteriosa a la chica de sus sueños. Un beso en los labios y otro en la mejilla sellan la despedida. Es un bello final.

Sin embargo, es difícil encontrar un buen final en el caso de los amores imposibles. Siempre hay una canción que desgarra el corazón. Una mirada que rasga el alma. Un ideal que se interpone en nuestro camino. Sólo queda refugiarse en los recuerdos. Tal vez nos quede París u otra triste ciudad que despierte nuestra nostalgia. Pero cuando el amor se aleja, la amistad apenas puede disipar la niebla. Mitigar el dolor.

Mario Benedetti nos legó un delicado poema sobre la despedida: «Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida». En efecto, todo adiós lleva consigo una bienvenida. Me despido y cedo ya a Iratxe Fresneda esta columna que he ocupado durante su ausencia. Disculpadme si os he aburrido o importunado. Lamento que tampoco haya encontrado un buen final. Pero tal como le confiesa Joe E. Brown a un travestido Jack Lemmon en la última frase de «Con faldas y a lo loco» (1959): «Nadie es perfecto».

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