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ANÁLISIS | conflicto baluche

Atentado en Baluchistán Oeste, una catástrofe anunciada

 

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Karlos ZURUTUZA

El autor, cuya labor de divulgación del drama baluche fue reconocida con una distinción otorgada por este pueblo, constata que el atentado de Zahedan ilustra que Jundallah no ha sido derrotada y apunta a una creciente cohesión con los baluches ocupados por Pakistán.

El pasado mes de junio se cumplía un año desde las controvertidas elecciones generales persas de 2009. La teocracia chiíta que gobierna el país celebraba la efemérides con la captura y ejecución de Abdul Malik Rigi, líder de 28 años de la insurgencia baluche sunita en Irán y bautizado como el «enemigo número uno» del régimen de los ayatolahs. Teherán enseñaba músculo y lanzaba un aviso a baluches suníes así como a marxistas kurdos, manifestantes «verdes» y al resto de los que el gobierno teocrático da en llamar con el apelativo de mohareb, los «enemigos de Dios».

«Jundallah descabezada», rezaban los titulares de la prensa vocera del régimen chiíta, la única permitida en la República Islámica. Por su parte, Abdul Rauf Baloch, portavoz de Jundallah, anunciaba el nombramiento de Zahid Baloch como nuevo líder de los «soldados de Dios», a la vez que prometía represalias por la ejecución de Rigi. «El gobernador de Zahedan pronto correrá la misma suerte que nuestro líder», amenazaban ambos Baloch. Tocaba esperar.

Los minaretes dorados de las mezquitas chiíes de Zahedan ya se tambalearon en mayo de 2009 tras otro atentado suicida de los «soldados de Dios». No obstante, la ultima intervención de Jundallah se había producido el pasado octubre, una sangrienta operación suicida que se cobró la vida de 42 miembros del aparato militar persa en Pishin, una localidad en la frontera de Pakistán.

Por el momento se desconoce si las decenas de muertos y heridos en el atentado del jueves son miembros de las fuerzas de seguridad, como asegura Jundallah, ni si entre ellas se encuentra el amenazado gobernador de Zahedan.

Sea como fuere, las recientes explosiones contra las mezquitas chiítas de Zahedan retumban en los oídos de Teherán recordándole que tiene un «problema» en el sudeste de su imperio, justo en esa región que intenta controlar a través del subdesarrollo programado más atroz y una represión política pareja a la que sufren los kurdos, también bajo la bota persa.

El pasado miércoles era asesinado a tiros en Quetta el secretario general del BNP (Partido Nacional Baluche), coalición política encabezada por el líder político y tribal, Akhtar Mengal. En declaraciones a este mismo medio el otoño pasado, Mengal se mostraba convencido de que «la represión conjunta de Islamabad y Teherán sobre el pueblo baluche llevará a una mayor cohesión entre los movimientos insurgentes a ambos lados de la frontera».

Probablemente, el líder del BNP no ha olvidado los tiempos del sha en los que éste regalaba material bélico (estadounidense en aquel entonces) y personal militar a Pakistán para contener a una insurgencia baluche que amenazaba con traspasar la polvorienta y porosa frontera sur de ambos países. En cualquier caso, los últimos acontecimientos parecen corroborar los vaticinios de Mengal, no en vano, tras la ejecución de Rigi el pasado junio, los movimientos nacionalistas baluches del este declararon tres días de luto. Se trataba de un gesto sin precedentes ya que el movimiento baluche de Pakistán, secular e independentista, se había desmarcado claramente del islamismo wahabita de los «soldados de Dios» al otro lado de la frontera.

Está claro que ni Teherán ni Islamabad contemplan hoy un escenario bélico contra una insurgencia baluche compacta, y mucho menos conjunta. No olvidemos que, a pesar de los rumores difundidos por Teherán en torno al arresto de Rigi, fueron efectivos paquistaníes los que capturaron y entregaron al líder suní el pasado febrero.

Por el momento, Irán insiste en ver la mano de la CIA y el Mossad tras los atentados del jueves, nada nuevo. Lo novedoso hoy es que Pakistán, archienemiga de los ayatolahs hasta hace poco por su apoyo a los talibán, queda excluida del combo de conspiradores. Y es que, además del apoyo histórico a tayikos y hazaras en Afganistán, las malas lenguas aseguran hoy que Teherán también ofrece apoyo logístico a los talibán. De confirmarse dichos rumores, nos encontraríamos ante un inusitado escenario en el que el rasero persa distinguiría entre wahabíes «buenos» (los afganos) y «malos» (los baluches).

Dichas alianzas se antojan maniobras harto peligrosas a la hora de manejar la «olla a presión» afgana. Si bien los americanos están demostrando que carecen de una agenda para lo que se da hoy en llamar Af-Pak, tampoco parece que los persas acaben de definir su programa para la región. ¿Acaso tiene alguien alguno?

Un proverbio pastún dice que Baluchistán es el lugar donde dios almacenó los escombros tras crear el universo. Asia Central es ya el epicentro de una catástrofe anunciada donde, por el momento, el imperio persa recoge restos humanos de entre los cascotes de su trastienda.

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