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Txisko Fernández Periodista

La solución espera sobre la mesa

La figura de la mesa, ese mueble tan elemental que en principio estaba destinado a disfrutar de la comida con comodidad, ha pasado a ser un elemento clave en cualquier tipo de negociación política; especialmente en aquellas en las que, de entrada, los participantes se sienten incómodos.

Cuando alguien se sienta a negociar en una mesa es porque previamente ha decidido adoptar una de estas dos estrategias: está dispuesto a llegar a un acuerdo con los otros comensales o está pensando en sacar provecho a un final sin acuerdo. Creer que todas las partes siempre inician conversaciones con el primero de los objetivos es pecar de inocencia en grado sumo. Es más, esa decisión previa es la que, salvo excepciones, condiciona el resultado final; es decir, por muy buena que sea la cocina y aunque se disponga de los mejores chefs, siempre habrá quien, tras engullir uno tras otro todos los platos del orden del día, diga que la comida resultó pésima, porque no le queda otro remedio que mantener sus prejuicios, incluso a riesgo de quedar en ridículo ante la opinión pública.

Evidentemente, ese riesgo suele estar muy calculado y, cuando los temas a negociar son muy delicados, pocas veces el desarrollo de la partida se lleva a cabo con luces y taquígrafos. Por ello el ridículo queda limitado al círculo de los negociadores, mientras que ante la opinión pública se teatraliza el guión que se llevaba preparado de antemano pero utilizando los verbos en pasado y cambiando la primera persona por la tercera. Así, en lugar de «no queríamos llegar a un acuerdo», se dice «no han querido atenerse a razones»; o en vez de «hemos hecho perder el tiempo a todo el mundo», se afirma que «no tenían voluntad real de llegar a una solución».

Este esquema se ha repetido en el encuentro entre mandatarios palestinos e israelíes auspiciado por la Administración Obama. Si no fuera así, resultaría incomprensible que, después de tantas citas previas, no se haya logrado más compromiso que el de volver a verse las caras. Alrededor de la mesa no queda nadie; encima de ella, la solución sigue esperando.

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