Ha dicho Patxi López de su modelo docente trilingüe que es un instrumento «de libertad» que evitará que las niñas y niños de hoy sean los «analfabetos» del mañana. Desconocer el castellano, el euskara y el inglés, es, al parecer, un rasgo de analfabetismo. Ergo, en Lakua gobierna todo un analfabeto.

Pero no es el único. Aunque parezca increíble, el analfabetismo, o sea no saber leer ni escribir, es un problema que afecta hoy día a muchísima gente, incluso a avezados altos cargos políticos, periodistas con y sin carrera universitaria o iluminados comentaristas de la rabiosa actualidad. Si no, es difícil de comprender cómo se escribe lo que se escribe sobre los últimos pronunciamientos de la izquierda abertzale, unas manifestaciones transparentes que no dejan lugar a equívocos. La primera explicación a los despropósitos publicados, radiados y televisados en las últimas semanas es que la mayoría política y periodística de ese país que se empeñan en llamar nación sencillamente no sabe leer. La segunda explicación es que, sabiendo leer, tergiversan torticeramente el mensaje de la izquierda abertzale vaya usted a saber con qué intereses. Como esta segunda opción es poco probable, porque todos saben de la buena fe de los políticos, periodistas y tertulianos españoles, no queda más que acogerse a la primera explicación, la del analfabetismo.

Lo más terrible es que los mayores iletrados se encuentran en el engranaje del Estado español, donde analfabeto se escribe con uve de veto y se pronuncia con hache de prohibición. Este sábado es la oportunidad de darles una lección. De democracia. Ésa que tanto repiten, con la que tanto aleccionan, y que sin embargo ignoran.