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Manuel Alcántara 2010/10/8

El Nobel, de rebajas

De la crisis no se escapa nadie, salvo los que han contribuido a traerla. La penuria no afecta únicamente a las personas normalmente, sino a las criaturas excepcionales que optan al más alto galardón conocido como Premio Nobel. La primera de ellas y la que logró perpetuar su nombre fue Alfredo Bernardo, aunque nadie se acuerde de cómo se llamaba. El químico sueco perfeccionó la nitroglicerina y no conforme con eso inventó la dinamita, que tiene más mérito aún que inventar la pólvora. Amasó, con esos mortales ingredientes, una gran fortuna, pero las fortunas grandes no tienen medida. La suya era inconmensurable, pero no transportable, y por eso instituyó cinco premios anuales esplendorosamente dotados. Por primera vez, el rendimiento de la pasta que legó a su muerte el insigne dinamitero se ha reducido un 22,3%. También los suecos cometen errores en las inversiones de riesgo y no han tenido más remedio que congelar el presupuesto. De todos modos no queda mal. Diez millones de coronas suecas equivalen a un millón cien mil euros. Así que los premiados van a estar mejor de dinero que de la próstata.

Hacíamos conjeturas todos los años y en lo único que acertábamos era en que se producían sorpresas. Siempre había países a la cola y la influencia política es determinante y más que en nada en el gordo de la lotería literaria. Cayó en Echegaray y no en Galdós, ni en Borges, que decía que no darle el Nobel era una de las tradiciones suecas. No lo ganó nunca León Tolstoy, ni Marcel Proust, ni Kafka, claro que este último brindó una buena disculpa al jurado, ya que no publicó en vida. ¿Para qué vamos a seguir? Ni los más cultos en literatura -no existen entre otros verdaderos especialistas en Física, Química, Fisiología o Medicina- pueden escribir algo acerca de alguno de los premiados. (...) Pero lo más significativo es que el genio, ignorado hasta la víspera, va a ser un poco menos rico.

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