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«El frente número uno está en los medios de comunicación y en el control de la opinión pública»

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reportero de guerras y esperanzas
Unai Aranzadi

 

Periodista independiente. La lista de guerras y lugares en los que ha trabajado da escalofrío: Somalia, Irak, Afganistán, Líbano, Chechenia, Palestina, Congo, Colombia, Kurdistán, Chiapas, Ingushetia, Honduras....  A los 20 años viajó a Gaza; luego renunció al glamour del cine para documentar los horrores del planeta. Y la resistencia y la esperanza. Sus reportajes ven la luz en televisiones y publicaciones de todo el mundo. También en GARA. Es el reportero de guerra vasco más activo. Y desde su experiencia, advierte: los fusiles también se cargan desde los despachos de la prensa.

Texto:  Fermin MUNARRIZ  • Fotografías: Monika DEL VALLE

Ir, ver y contar... Ejerce usted la fórmula más clásica del periodismo, y la que, paradójicamente, se practica cada vez menos...

Sí, los medios de comunicación apuestan cada vez menos por la función social que el periodismo debería tener. Cada vez se nos hace más difícil viajar a los sitios y hacerlo, además, con tiempo suficiente para, primero, enterarnos de qué sucede allí y, luego, poder contarlo.

Creo que viaja solo y con apenas equipo... ¿Cómo trabaja?

Siempre viajo solo, con un pequeño equipo, pocos medios... Viajar así hace posible encontrarse con la gente. Quizás no tienes oportunidad para ir a los grandes ámbitos de decisión política, las cumbres de Naciones Unidas, ruedas de prensa o entrevistas con grandes líderes... Sin embargo, coges transportes públicos, te mezclas con la gente, duermes en casas particulares, y eso realmente te da conocimiento del pueblo. Es algo que los medios de comunicación no tratan hoy en día; están mucho más pegados a la información de las grandes agencias, a los grandes líderes... Sin embargo, están divorciados de ese sentir de pueblo desde abajo.

¿Le resulta difícil colocar sus reportajes en los medios?

Me resulta extremadamente difícil vender mis reportajes y mis documentales, en gran medida, porque -por ejemplo- si estoy con las FARC no me disfrazo de guerrillero o no pongo música tensa, sino que los trato con una perspectiva periodística desde la que no hago espectáculo, no creo impacto ni morbo... Si estoy con talibanes o con las guerrillas islamistas en Somalia -por poner otro ejemplo-, no me disfrazo ni me «infiltro en territorio prohibido» -que ahora está de moda-, ni hago un montaje tremendista...

¿La frivolización al abordar contenidos, particularmente en la televisión, está impregnando también la información?

Sí. Yo vivo en Suecia y veo una gran diferencia entre los informativos de televisión de allí y los que se emiten en el Estado español, que son una especie de entretenimiento y espectáculo.

Dice usted: «Hay quienes toman el fusil para cambiar el mundo, hay quienes toman el micrófono político, hay quienes toman la cruz; yo tomo la cámara...» ¿Es posible cambiar el mundo con las herramientas del periodismo?

Es posible precipitar el cambio utilizando la herramienta comunicativa, la herramienta del periodismo, desde luego que sí. La prueba es que los periodistas somos perseguidos en todo el mundo. Podemos ayudar a que las cosas cambien...

¿Tal vez el periodismo puede servir para hacer visibles realidades ocultadas?

Los grandes medios de comunicación tratan de invisibilizar muchísimas realidades, desde Euskal Herria hasta el rincón más remoto del mundo. Eso es una realidad. A mí, por ejemplo, ya no me gusta hablar de guerras olvidadas porque para olvidar has tenido que conocer en algún momento; son guerras marginadas, son sufrimientos negados, son personajes, escenarios, dinámicas que los medios de comunicación nos ocultan activamente, pero no olvidadas, como les gusta decir.

A veces el eco de los conflictos llega de manera tangencial. Por ejemplo, en junio de 2006 mataron en Somalia al periodista sueco Martin Adler, que se encontraba con usted en Mogadiscio. Creo que entonces le llamaron de todo el mundo para contar la exclusiva. ¿Qué se siente en esas circunstancias?

Es un triste clásico que, para poner sobre el mapa determinados conflictos -sobre todo africanos-, tenga que morir una monjita, un cooperante o un periodista... Es un tema racial: hasta que no muere un occidental que está allá, ese conflicto no se pone en el mapa. Luego hay una serie de datos perfectamente contrastables que son tremendos: agarras un periódico y ves cómo tres muertos en Tel Aviv o en Jerusalén ocupan mucho más espacio que cuando mueren mil personas en el Congo o en Uganda. Eso es ciencia diaria; eso está ligado a la agenda económica y política de los grandes medios de comunicación y sigue estando muy pegado a un tema racial, colonial...

Usted escribe también artículos de opinión sobre los medios de comunicación, con los que se muestra especialmente crítico. Parece que le gusta hacer todo en la misma boca del lobo...

A pesar de ser reportero de guerra, de ser periodista que va a conflictos armados, yo creo que el frente número uno, dos y tres del mundo y de la sociedad, del sistema capitalista en que vivimos, no está ni en Kandahar -Afganistán-, ni en Nariño -Colombia- ni en Gaza -Palestina-, sino en los medios de comunicación y en el control de la opinión pública a través de esos medios. Hemos superado a Orwell, que se ha quedado en el pasado; ahora vivimos en los tiempos de Aldous Huxley, en los que la gente defiende su propia esclavitud. Hay un sistema que claramente no funciona -no sólo en Africa; ahora lo estamos viendo también aquí-, y sin embargo, por miedo -porque desde esos miedos se domina- la gente defiende incluso ese sistema que no funciona.

Para mí, como periodista de guerra, los medios de comunicación y cómo ellos dirigen y articulan el discurso del poder son un sitio al que mirar porque ahí es donde está la guerra, donde está el verdadero frente al que tendríamos que mirar y no dejar pasar una.

O sea que usted lo intenta desde dentro...

Sí, desde dentro, porque el periodismo está lleno de cinismo.

Vaya, precisamente [el legendario periodista polaco] Ryszard Kapuscinski decía que los cínicos no sirven para este oficio...

Kapuscinski se equivocó totalmente con eso. No he conocido más cínicos que en el mundo del periodismo... Está lleno. Yo suelo decir entre amigos -aunque suene un poco fuerte- que hay que matar a Kapuscinski porque todos los reporteros jóvenes quieren parecerse a él. Kapuscinski estaba muy bien, pero en sus propios términos.

Después de creérmelo todo, yo descubrí autores prohibidos: a Jack London -sus libros «El polo del abismo», «El talón de hierro»... su compromiso, sus crónicas, que luego han copiado todos-; también a José Martí en su etapa como periodista... Es decir, descubrí otro tipo de periodismo de denuncia -de crónica clásica también- que hoy no gusta mucho en los medios académicos, en los grandes premios, en las asociaciones de periodistas... Están Kapuscinski o Leguineche, que son geniales, pero también hay otra forma de hacer periodismo. Y sobre todo, debemos tener la propia.

¿Qué le parecen esas grietas alternativas que se abren en la comunicación: pequeñas agencias, freelances, Wikileaks, el periodismo en internet...?

Respecto al periodismo en internet, hay dos cosas: por un lado, puede ser muy democrático, pero no debemos olvidar que apenas un 20% de la población del planeta tiene acceso a internet; por otro lado, está la visibilidad. Internet es un pozo sin fondo, es un océano en el que puedes tener tu ventanita pero en realidad no llega a todos los sitios donde quisieras... Yo me he sentido muy dolido cuando he conocido los grandes medios de comunicación por dentro, trabajando con ellos; me he sentido muy decepcionado. Pero aun así, cuando tengo la oportunidad de utilizarlos, los utilizo porque yo quiero su poder, yo quiero su ventana. Está bien tener los medios alternativos y hay un montón de medios en Euskal Herria y en todo el mundo que nos informan sobre lo que no cuentan los grandes: sobre lo que sucede en Honduras, en Venezuela, en Bolivia, en Kurdistán o en otros sitios. Por tanto, cumplen una función vital. Yo creo que son los imprescindibles, como diría Bertolt Brecht. Aun así, yo quiero la gran tirada que tiene ese diario que llega a todos los lados, quiero esos satélites que tienen las grandes agencias... y si puedo utilizar ese espacio, lo tomaré. Pero una vez que empiezas a liberarte y a hablar como periodista con voz propia, ya estás marcado. Yo he pasado de publicar en los grandes medios de comunicación del Estado español y de Europa a que no me llamen y no me compren...

Recuerdo un reportaje suyo de televisión con los soldados estadounidenses en Irak; algunos decían que fueron a la guerra convencidos de que lo hacían por unos ideales y que ahora ya sólo luchaban por sus compañeros y por salir de allá con vida... ¿Cómo ve la situación de las tropas extranjeras en Irak?

Con las tropas de Estados Unidos en Irak o en Afganistán no sucede nada diferente que no suceda con cualquier tropa de ocupación. Las gentes que defienden su espacio, su casa, su territorio, van a darlo todo. Y para esa conclusión no hace falta irse a los clásicos teóricos de la guerra, a Claussewitz, a Sun Tzu... Basta repasar la historia.

Hay otra cuestión sobre esto: no me gusta el tratamiento que hacen algunos reporteros sobre Irak, Afganistán, Somalia u otros muchos sitios porque hablan de lugares infectos, de escenarios inmundos, de gente bárbara... Para mí eso es totalmente colonial, racista. Hay gente que ama esa tierra. Que a ti no te guste el desierto es una cosa, pero ellos han nacido allí, aman esa tierra, son eso. Las referencias a los lugares que suelen hacer los medios de comunicación contribuyen a perpetuar la imagen bárbara de los otros.

En Afganistán ha viajado a los lugares críticos, ha entrevistado a los talibanes... ¿Qué futuro augura a la guerra y al país?

Se me hace muy difícil hablar sobre el futuro de Afganistán... Creo que va a abrir el melón de lo que es en realidad la OTAN; y puede abrirlo también sobre las resoluciones de Naciones Unidas que se cumplen y sobre las que no se cumplen. El gran desastre de Afganistán va a venir de tantas tropas de tantos países que están ahí y que -prácticamente todos ellos- se quieren marchar. Están buscando cómo. Eso traerá divisiones fuera entre estados de la UE y, por supuesto, de la Commonwealth.

También ha abordado en sus documentales la infancia, los niños soldado... Son realidades terroríficas que conmocionan, pero desde los centros de decisión de Occidente que podrían influir en ello no existe una respuesta contundente. ¿Por qué?

Porque los que pueden producir el cambio no quieren que eso deje de suceder. Yo al principio me lo creí todo: me creí lo de la objetividad del periodismo, la buena voluntad siempre garantizada de Naciones Unidas... Pero luego, viajando a los sitios y, sobre todo, conociendo de cerca la realidad de los niños soldado, especialmente en África, me di cuenta de que Occidente entiende los derechos humanos de manera totalmente cínica. ¿Cómo se habla de derechos universales si sólo se garantizan en unas determinadas fronteras ? A la Carta de los Derechos Humanos de 1948 vamos a tener que llamarla «Carta del Eje Atlántico de los Derechos Humanos» porque sólo los defendemos aquí, sólo los entendemos como nuestros cuando conciernen a nuestros ciudadanos. Cuando se refieren a otros se convierten -en el mejor de los casos- en algo secundario.

Últimamente se ha dirigido hacia Latinoamérica y, en particular, tras el golpe de estado del año pasado, a Honduras. ¿Qué está ocurriendo y qué supone en el contexto emergente de gobiernos de izquierda en el área?

Cuando se produjo el golpe yo me encontraba en Centroamérica. Todo aquello que había leído -por ejemplo, «Las venas abiertas de América Latina» de Eduardo Galeano- estaba sucediendo a pocos kilómetros de mí, era totalmente anacrónico, inaudito... Acudí a documentar aquello y, al llegar, me encontré el gran laboratorio que está siendo Honduras al día de hoy, laboratorio en cuanto a lo político, a lo mediático, laboratorio incluso cuando hablamos de derechos sexuales de las mujeres -están recortando logros que las feministas habían conseguido-. En Honduras están sucediendo muchas cosas. Yo fui con la intención de hacer una historia sobre la resistencia, sobre cómo respondía un pueblo con cierta reputación de estar desideologizado; sin embargo, me di cuenta de que era imposible hablar de la experiencia política sin hablar de la mediática. Al final, acabará siendo un documental sobre los medios de comunicación.

¿Cuál es la peor situación que ha vivido en su trayectoria?

Me es difícil decir cuál porque ha habido muchas duras, cuando han matado a compañeros, por ejemplo, en Somalia, Martin Adler [periodista sueco muerto en Mogadiscio en 2006]; también me tocó en Irak ir en la ambulancia con Paul Moran [periodista australiano muerto en la invasión de 2003]... Hay muchos momentos duros. Pero quizás, más allá de lo espectacular, hay otros detalles. Por ejemplo, al llegar a Gaza después de la última masacre del ejército israelí contra la población civil, lo notaba mucho en los rostros de los niños, tenían una mirada... También me duele mucho cuando viajo por Latinoamérica y estoy en esos pueblos olvidados, y regreso al sitio donde tengo conexión con internet y me pongo a leer «El País», «El Mundo», «Abc», TVE, Cuatro Noticias... y veo lo que cuentan y lo que no quieren contar de Latinoamérica, y eso me llena de rabia.

¿Ha llegado a temer por su vida alguna vez?

Sí, en muchas ocasiones...

¿Y qué le impulsa a seguir?

Es difícil... Yo empecé como tanta gente joven en el País Vasco a la que le gusta viajar y conocer. En realidad, era una forma de viajar un poco egoísta: por la experiencia, por aprender, pero todo era para ti... Hice mi primer viaje a Gaza a los 20 años; con los años fui yendo a más conflictos y cada vez más duros, y fue cuando empecé a conocer el cinismo de las grandes agencias y de los grandes medios de comunicación. Y llegué a una etapa un poco destructiva: nadie quería ir a Irak y yo me iba, nadie quería meterse en esta guerrilla y yo me metía; se me quedaron compañeros por el camino... Fue una etapa muy destructiva. Pero luego hubo un momento, un otoño, en el que hice unos viajes con desplazados en el Chocó, en Colombia, y luego en Palestina, y de repente encontré empatía con la gente. Me olvidé de la ilusión de los medios y realmente me reencontré con el pueblo, con la gente, y desde entonces viajo porque siento que camino con ellos, me siento parte de ellos. Soy vasco de nacimiento, mi pueblo es el vasco, pero me siento latinoamericano de corazón. Y siento que estamos todos en una lucha que es urgente, necesaria, importante; con precariedad, con mucho miedo, con mucha rabia, con impotencia en muchos momentos, pero también con una ilusión que ni se compra ni se vende.

¿Qué siente cuando vuelve a su casa de uno de esos viajes al horror y encuentra un mundo completamente ajeno a ello?

Todos tenemos facetas muy egoístas, pero como no quiero juzgar a los demás, me gusta más hablar de que tienen a la gente neutralizada. ¿Cómo? Con las ilusiones, con las expectativas y con las desilusiones que también les crean en estas democracias que no son participativas. Todo eso genera un ambiente por el cual las personas se convierten -como dice el profesor Noam Chomsky- en espectadores pasivos. Es lo que algunos politólogos llaman «el rebaño desconcertado», un rebaño que se guía por la televisión, por alguna cosa de deporte... pero totalmente carente de proyecto y de ilusión.

¿Sigue la actualidad vasca?

Sí, la sigo.

¿Se ha planteado en alguna ocasión realizar un documental sobre Euskal Herria?

Sí, me gustaría mucho hablar de nosotros, para nosotros, y hablar de nosotros para el mundo, que nos escuche fuera quien quiera escucharnos. Y también escucharnos entre nosotros. Yo tuve una discusión un poco fuerte con la presidenta de la Asociación de Periodistas Vascos. Yo le decía que en Euskal Herria no se estaba haciendo todo el periodismo que se puede hacer porque hay dos sufrimientos que no se miran, que no se reconocen el uno al otro. Y simplemente como periodista, me parece que Euskal Herria tiene unas posibilidades tremendas de contar historias. No veo aquí medios que incluyan toda esa diversidad.

¿Veremos ese documental con su firma?

Me gustaría mucho hacer un documental sobre Euskal Herria, pero por el momento otras cosas me tienen totalmente absorbido. Sí puedo decir que llevo años preparando un proyecto que no va a pasar desapercibido -de eso estoy seguro-, que habla sobre resistencias en el mundo y que habla como Unai Aranzadi piensa y como las fuentes de las que Unai Aranzadi ha bebido piensan: libre como el viento. Saldrá en uno o dos años y Euskal Herria estará incluida.

¿Se siente un periodista libre?

Bueno... [risas] Para mí, la libertad va unida a lo común; yo no creo en la libertad individual. En términos periodísticos, sí puedo decir que no tengo límites. Muchos compañeros me dicen que me ha costado la carrera profesional: estar en los grandes medios que pagan bien y dan la visibilidad, ya sean de Madrid, de Londres o de Washington... Bueno, me habré cargado mi carrera, pero he conquistado una libertad para hablar y escribir lo que quiero sin límites.

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