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CRíTICA teatro

Daños colaterales

Carlos GIL

Todas las guerras dejan secuelas, producen daños colaterales, empobrecen a las sociedades económica y moralmente. Pero también hay quien saca provecho, quien se enriquece, a costa de enterrar sus principios. Los efectos y los daños colaterales se asienten en el subconsciente colectivo o anidan pesadamente en los núcleos familiares. En esta obra de Miller, la culpa, el olvido doloso de la realidad, la traición, el dolor se mezclan hasta crear un ámbito donde viven, sobreviven, deambulan sus protagonistas.
Es una estructura dramática muy solvente, unos personajes muy rotundos, una trama dosificada que el director argentino Claudio Tolcachir, en su adaptación, los condensa, quitando los pasajes no fundamentales, para dejarnos el núcleo duro de la obra, acompañándose para ello con un equipo actoral que parece haber comprendido a la perfección la idea de dirección y que nos proporciona una serie de gratas sorpresas, junto a una duda.

La duda, la de Carlos Hipólito, en un papel que no acaba de darle la contundencia que parece reclamar. Las gratas sorpresas, redundantes: Gloria Muñoz demuestra una vez más su calidad, y en el papel de madre está sobresaliente, en intensidad y matices. Fran Perea, dando vida al hijo pequeño logra una credibilidad sobrecogedora. Si algunos teníamos dudas razonables sobe su auténtica valía, aquí ha encontrado el papel y la dirección para confirmar su entidad actoral. El resto del reparto está en la misma onda, o sea, que la mano de Tolcachir ha funcionado, para darnos una versión viva, muy convencional, pero muy eficaz.

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