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CRíTICA cine

«El inquilino demoníaco»

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Koldo LANDALUZE

Cada vez que se escenifica una posesión infernal en la gran pantalla, resulta inevitable el reencuentro con “El exorcista”. La comparación, siempre odiosa, provoca que, a pesar de que el Diablo persevere en su empeño por adueñarse del cuerpo y alma de una joven –¿por qué siempre les toca a las mujeres?–, siempre nos remitamos al duelo que el padre Karras mantuvo con el ente infernal que se apropió de la joven Reagan. “La posesión de Emma Evans” es la evidencia más palpable de que este singular duelo judeo-cristiano con el Averno ha tocado fondo y muestra bien a las claras que poco o nada nuevo se oferta en este tipo de películas que comparten un desarrollo muy similar. Para colmo de males, el cineasta Manuel Carballo ha querido «disfrazar» mediante un chirriante estilo de autor dogmático –referencia al estilo presuntamente realista impulsado por Lars Von Trier– las carencias que ha provocado un presupuesto más bien espartano. El único punto que se ha publicitado como «novedoso» es la irrupción del Diablo en el seno de una familia desestructurada y muy urbanita. Simple en su desarrollo y a ratos risible en cuanto los personajes comparten diálogos, esta película a la que se le ha pretendido dotar de cierto empaque internacional fracasa en su empeño por transmitir al espectador la sensación de miedo y pánico que gravita alrededor de una trama rácana en sus intenciones. Tampoco el reparto, compuesto por intérpretes internacionales de segunda fila, sale muy bien parado dentro de un circo infernal con ínfulas sociales y aderezado con una atmósfera enfermiza que incluye el consabido recurso de los vómitos. El autor de “El último justo” fracasa estrepitosamente en su anhelo por sorprender al público con un producto que en momento alguno consigue cada uno de los propósitos que persigue. Para colmo de males, deriva en una escena final en la que la protagonista mantiene un sicotrónico duelo consigo misma, bifurcado entre el bien y el mal que habita dentro de ella.

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