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Alizia Stürtze Historiadora

Haití, Wikileaks y libro de estilo

Un texto sin contexto es como una brújula sin norte. Miro en Google a ver qué tipo de telegramas diplomáticos sobre Haití ha filtrado Assange en Wikileaks y me encuentro con una información tan superficial por su obviedad como la de que «la embajadora USA en Puerto Príncipe dijo que el todavía presidente Préval quería `orquestar' las elecciones en Haití» y que seguía siendo «el hombre imprescindible», a pesar de su afición a la bebida. O con otra que no constituye novedad alguna, ya que había sido denunciada anteriormente. Me refiero al hecho de que Aristide, el presidente elegido por abrumadora mayoría pero no del gusto de USA (ni de Francia) por su izquierdismo y sus amistades «peligrosas» , fue derrocado por segunda vez en 2004 mediante una operación pergeñada por Washington, que a continuación le secuestró a Sudáfrica y apoyó la posterior terrible represión.

Quizá los criterios de selección de las filtraciones a publicar no sean responsabilidad del que, según la revista «Time», es «el soplón de la era digital» y, según otros medios, «el mártir de la libertad de la información». Pero el resultado es que, bajo la apariencia de información secreta de alto nivel, en el terrible caso haitiano nos desvían la atención del hecho central: las consecuencias del terrible terremoto del 12 de enero de 2010 que «de modo clasista» mató a cientos de miles de habitantes de los miserables barrios urbanos, así como el clasista panorama actual de epidemia y de elecciones demostradamente fraudulentas (la OEA lo acaba de confirmar) son imposibles de entender sin analizar los últimos doscientos años que a los haitianos les impuso el sistema colonial francés primero y posteriormente el imperialismo yanqui, ni sin tener en cuenta esa ocupación militar neocolonial de su país anterior y posterior a la tragedia de enero llamada Minustah (Misión de Naciones Unidas para la estabilización de Haití), tras la que existen enormes intereses que nada tienen que ver con la reconstrucción y la recuperación de la soberanía haitianas, sino con el empeño de USA, y también de Francia y Canadá, de perpetuar la mano de obra barata y la pobreza, en beneficio del agribusiness y las plantas de montaje extranjeras, así como de la explotación de las aguas y las riquezas que en petróleo, gas natural, iridio, oro, cobre y diamante parece esconder la antigua colonia francesa y que podrían explicar en parte la presencia, so pretexto de ayuda humanitaria, de 20.000 soldados usamericanos. Por no hablar del interés geoestratégico del país antillano.

Puestos a pensar en cables de interés, según Human Rights Watch, la administración yanqui, incluidos Bush y Clinton, ex presidentes y actuales enviados especiales a Haití, sigue rechazando la devolución al país antillano de 160.000 páginas de documentos «secuestrados» por los mandos militares estadounidenses y que al parecer demuestran la directa implicación de Washington en el terror y muerte provocados por los sucesivos golpes de estado y terribles dictaduras que han asolado la ex colonia francesa, con la finalidad de desarticular metódica y sistemáticamente la economía y sociedad haitianas y de destruir todo tipo de organización popular.

Y es que, como desarrolla Noam Chomsky en su «EEUU y Haití», repaso a la historia reciente, la que fue joya y millonario botín de la corona francesa, para su desgracia, lleva un siglo siendo el blanco preferente de la intervención y violencia gringas. Desde que, en 1915 y hasta 1934, el presidente Wilson decidió invadirlo y ocuparlo de modo brutal y destructivo, ha soportado el pesado padrinazgo de, entre otros, Reagan, Bush padre y Clinton, con el inestimable apoyo de sus diversos jefes/agentes (USAID, Banco Mundial, FMI, CIA, Pentágono...). No en vano, en palabras de John Perkins, ex colaborador de la CIA y autor de Confesiones de un gángster económico (2000), «...somos el imperio mayor de la historia... y lo hemos logrado a base de manipular, torturar, chantajear, asesinar, instigar sublevaciones y desestabilizar aquellos países poco dispuestos a cooperar con nuestra voluntad y la de nuestra Cámara de Comercio...», para «hacernos con la mayor parte de los recursos mundiales».

Haitianos violentos, haitianos saqueadores, haitianos rodeados de basura y escombros, haitianos tirados en plena calle muriéndose de cólera, haitianos que se quieren cargar unas elecciones «democráticas»... ésas son las imágenes que nos muestran en los medios con una intencionalidad perversa que sobrepasa ampliamente el supuesto efecto de las filtraciones de Wikileaks: animalizarlos, vincular sus acciones de protesta o su respuesta a la desgracia impuesta con los instintos incontrolados y la ferocidad más incivilizada, despojarlos de dignidad y orgullo; en definitiva, deshumanizarlos y así, convertidos en subpersonas, dar por sentada la inevitabilidad de su situación actual, su incapacidad autoorganizativa y la legitimidad de su despojo pasado, presente y futuro, y justificar, una vez más, su sometimiento y su genocidio. Haití, dicen, es un Estado fallido, (como, ¡oh, casualidad!, Irak y Afganistán), lo que deja vía libre a EEUU y otras potencias para mangonear en su economía, ocupar militarmente el territorio y reprimir a sus anchas.

La fuente de la riqueza de la Francia del siglo XVIII, el primer país en que una rebelión violenta de esclavos negros consiguió, junto a la abolición del sistema de explotación, la derrota del imperial ejército napoleónico, la ruptura de las cadenas coloniales, la creación de un nuevo estado y la aplicación de las nociones de libertad, igualdad y dignidad de la Revolución francesa desde su muy diferente realidad negra, esclava y colonizada... ese pueblo, convertido, a modo de ejemplar castigo, en el más pobre del continente americano, lastrado por la democrática Francia, ya desde 1825 y a cambio de reconocerle la independencia, a abonarle una multimillonaria e ilegítima deuda de «reparación», bajo amenaza de invasión militar. Extorsión económica que se prolongó hasta 1947 y cuya devolución, por cierto, el ex presidente Aristide había cometido la osadía de reclamar a París poco antes de su derrocamiento en 2004.

Un texto sin contexto es como una brújula sin norte. Y las filtraciones de Wikileaks no parecen haber ayudado demasiado a quebrar ni el discurso neocolonialista que ideológicamente justifica el sometimiento de Haití ni el autismo y censura mediáticos sobre lo que allí ocurre. Ese discurso neocolonialista que incluye la potenciación de líderes religiosos yanquis de extrema derecha como Franklin Graham, que ha emprendido una «cruzada de evangelización», pensada para neutralizar y narcotizar la rebeldía haitiana ante la corrupción y la invasión. Ese autismo mediático que, por ejemplo y aunque los números canten, nos impide saber que Venezuela y muy especialmente Cuba han sido los únicos países cuyo internacionalismo les ha llevado a desplegar auténtica ayuda económica, médica y humanitaria. Venezuela ha cancelado totalmente la deuda y la misión médica cubana ha atendido ya el 40% de los casos de cólera. Esa censura mediática que oculta que la primera reacción «humanitaria» de USA, tras el terremoto, fue desplegar a su Guardia Costera para evitar que ningún haitiano huyera hacia sus costas; o que Washington sigue sin enviar ni un centavo de los 1.150 millones de dólares prometidos para la reconstrucción del devastado país mientras, eso sí, mantiene a pleno rendimiento su embajada y su despliegue armado; o que el mayor último culpable de la malnutrición endémica, el hambre, la destrucción de la agricultura y la artesanía locales y la vulnerabilidad del país antillano ha sido el programa neoliberal impuesto por Bill Clinton a favor de las corporaciones gringas. En 2008, debido al crecimiento exponencial de los precios de alimentos importados, los haitianos llenaban el estómago con pastelillos de barro, que era lo único que podían pagar. La agricultura local de arroz se la había cargado la «libertad de comercio».

En este contexto, el terrible terremoto le ha venido como anillo al dedo a Washington para ocupar militarmente el país. Por ello, y filtre Wikileaks lo que filtre, lo que toca es exigir que sean las organizaciones populares haitianas, y no las ONG ni los contratistas, quienes reciban y distribuyan esa ayuda que tan a cuentagotas les llega. Lo que hay que hacer es denunciar internacionalmente lo que sucede en Haití, exigir la salida de las tropas de Minustah y potenciar la realización de una conferencia internacional para la descolonización del país. La reconstrucción debe quedar en manos del pueblo haitiano (que no en las de sus familias oligárquicas ni en las de los escuadrones de la muerte pro-yanquis, cuyo líder, Emmanuel Constant, vive como un rey en New York).

Por cierto, ya que hemos mencionado una y otra vez las filtraciones de Wikileaks que, como sabemos, en lengua española publica «El País», se me ocurre una pregunta: ¿Acaso se recomienda en el manual de estilo del citado periódico que se manipulen las traducciones a conveniencia? Porque, en la filtración referida a ETA, donde el original inglés decía «EEUU considera el separatismo vasco de ETA como una cuestión doméstica», su versión en castellano traducía: «EEUU considera el terrorismo de ETA como una cuestión doméstica». Curioso, como curiosa, y nada inocente, es la elección de ese telegrama diplomático en concreto.

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