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Religiosos posicionados en medio de un conflicto político

«De dioses y hombres»

Ganadora del Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes y seleccionada para representar al Estado francés en los Óscar, «Des hommes et des dieux» ha seducido a la crítica internacional con su mirada trascendente sobre el valor de la vida contemplativa en medio de un mundo materialista destruido por las tensiones culturales entre Oriente y Occidente.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

«De dioses y hombres» es una fascinante película con una capacidad para fomentar el debate inagotable, toda vez que plantea el eterno dilema entre lo divino y lo humano, entre religión y política, entre teoría y acción. La autoinmolación es una de las posturas individuales más radicales que se puedan dar en medio de los conflictos colectivos, y ante la que caben muy pocos argumentos en contra. Cuando alguien se sacrifica por su ideas, por aquello en lo que cree, al resto sólo nos queda acudir al instinto de supervivencia sin poder evitar dejar al descubierto la verdadera naturaleza de la cobardía humana y el sometimiento a las situaciones de injusticia.

La resistencia pasiva no deja de ser otra forma de resistencia, tan válida como la que más y, desde luego, menos violenta y desarmante. Pero peca de simplismo quien pretenda ver en «De dioses y hombres» un panfleto pacifista, al igual que los que la han considerado como una película católica. No lo es, porque Xabier Beauvois aplica la fe religiosa con idéntico criterio a la ideología política, en cuanto vehículo para resistir a la intolerancia del fanatismo integrista.

El discurso es el mismo que empleó en clave marxista hace diez años en «Según Matthieu», una realización que presentaba la lucha obrera en el momento actual, cuando no existe un movimiento unitario de los trabajadores frente a la imposición de las políticas neoliberales. El padre del protagonista era despedido por fumar, tras toda una vida laboral, lo que provocaba la venganza de su hijo contra la empresa. Una actitud testimonial que, al menos, sirve para mantener viva la llama de la conciencia de clase.

Igual de testimonial resulta la postura de los monjes cistercienses de «De dioses y hombres», al negarse a abandonar su convento, pese a la amenaza del radicalismo islámico. No puede existir decisión más digna y acorde con su forma de vida contemplativa. No estamos hablando de misioneros en África, realizando proselitismo a favor de la colonización vaticana del mundo, sino de santos monjes dedicados a la meditación, respetando las creencias de la población nativa. Y no sólo eso, ya que esa convivencia pacífica supone el compartir de manera estoica las penurias y falta de riqueza, dando más valor a los pequeños milagros cotidianos del que más tiene porque menos necesita.

El ejemplo de estos humildes cistercienses, al igual que el de los cartujos del magistral documental «El gran silencio», cobra sentido dentro de la actual coyuntura de decadencia materialista. Ellos no dan importancia a los bienes materiales, no son esclavos de la tecnología, ni tampoco son víctimas de la falta de solidaridad impuesta por una sociedad competitiva. El retiro monacal se manifiesta como una sana alternativa a la locura deshumanizadora del sistema capitalista.

No nos moverán

El rapto y muerte de los monjes cistercienses del monasterio de Tibhirine, situado en el Atlas argelino, sacudió en 1996 a la opinión pública. Aquel ataque del fundamentalismo islámico a unos religiosos indefensos provocó un shock emocional, pero permitió comprobar las consecuencias del colonialismo occidental y de la tensión creciente con el mundo árabe, a través de la pérdida inútil de unas víctimas inocentes.

La comunidad internacional nunca creyó que llegara a suceder, pero tampoco nada podía hacer, dada la postura firme de los monjes negándose a abandonar su convento. La película muestra la tensa situación que se dio a partir del año 1993, con los monjes siempre posicionados del lado del que sufre, por lo que también socorren a los activistas perseguidos por el Ejército argelino.

Puede que ellos fueran muy conscientes del final trágico que les esperaba a medida que las hostilidades iban en aumento, lo que nunca les hizo abandonar el lugar que habían encontrado en el mundo, renunciando a cualquier privilegio, y si debían morir estaban dispuestos a aceptar su destino. Por lo tanto no serían evacuados, prefiriendo continuar siendo fieles a su sentido puro y esencial de la existencia hasta el último momento.

Una película coral

El veterano actor Michael Lonsdale, merecedor de uno de los dos comentarios que acompañan este artículo, ya sabe lo que es vestir los hábitos en la ficción, tras haber interpretado a religiosos en distintas ocasiones. En «El nombre de la rosa» tuvo además oportunidad de conocer la vida conventual por dentro, una experiencia que le ha valido para conducir al resto de sus compañeros en «De dioses y hombres», porque las comunidades monacales no han cambiado esencialmente desde la Edad Media.

Si bien Lambert Wilson es el miembro más conocido del reparto, junto con su otro compañero destacado, se integra perfectamente en la coralidad de la película. Todos los actores representan el espíritu de una comunidad de hermanos, en la que todos participan a mano alzada de las graves decisiones a tomar, incluso de aquella que les acabará costando la vida.

Es difícil que a la película le den premios interpretativos de aquí en adelante, porque sería tanto como hacer sobresalir a alguien concreto sobre el resto. De merecer un premio en tal categoría debería de ser colectivo, aunque los jurados suelen ser reacios a otorgar galardones a todo un elenco artístico. Por contra, suelen ser proclives a reconocer valores como el de la tolerancia, algo que en esta ocasión va ligado a la interpretación conjunta de la que estamos hablando, sin que se pueda separar una cosa de la otra.

 

Xavier Beauvois es un gran cineasta venido del norte

Aunque haya quien se lo toma a risa, es cierto que nacer en el norte imprime carácter. Xavier Beauvois procede de Pas-de-Calais, pero al contrario de lo que cuenta esa reciente famosa comedia, ya en 1991 debutó con «Nord», una dura ópera prima que refleja lo difícil que es vivir allí. Su valentía le valió el Premio del Jurado y el FIPRESCI en el Festival de Montreal, demostrando de paso que podía desdoblarse como actor principal y realizador. Su segundo largometraje fue tanto o más impactante, al contar sin concesiones el drama de un seropositivo. «No olvides que vas a morir» se llevó en Cannes el Premio del Jurado y el Jean Vigo.

El lado combativo de Xavier Beauvois salió a relucir en «Según Matthieu», tercer largometraje con el que denunciaba la política neoliberal de los despidos injustificados y la necesidad de mantener viva la lucha de clases. En esta película trabajaba su actriz predilecta, Nathalie Baye, quien también está presente en «El pequeño teniente», un vibrante «polar» en el que hacía de mentora policial de un novato, estableciendo con él una relación maternofilial.

M. I.

Michael Lonsdale lleva seis décadas en la actuación

Michael Lonsdale cumplirá ochenta años en mayo y lo hará rodando «Il villaggio di cartone», la nueva película del maestro del cine italiano Ermanno Olmi. Es uno de los pocos actores que puede decir que ha trabajado con los mejores cineastas del pasado siglo: Orson Welles, François Truffaut, Alain Resnais, Luis Buñuel, Joseph Losey, Fred Zinnemann, John Frankenheimer, Milos Forman, Michel Deville, Louis Malle, Dino Risi, Costa-Gavras, James Ivoy, Ruy Guerra, Marguerite Duras, Claude Sautet, René Clement, Jean-Jacques Annaud o Steven Spielberg.

Una lista inigualable que se va actualizando con nombres más recientes como los de Paul Greengrass, François Ozon y Alejandro Amenábar. También figura en los repartos multiestelares de éxitos comerciales como «Moonraker» o «Carros de fuego», gracias a su condición bilingüe (padre inglés y madre francesa) que le ha permitido moverse a la vez en el mercado anglosajón y en el francófono. Es muy religioso y pertenece al movimiento carismático de neopentecostalistas católicos.

M. I.

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