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Análisis | Iglesia católica en Gipuzkoa

Munilla afianza los objetivos de su episcopado a través de gestos

José Ignacio Munilla ha logrado a través de guiños a una parte de sus críticos dar pasos en su línea pastoral. También los ha habido en la otra dirección, otorgando un cargo a un capitán del Ejército español.

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Agustín GOIKOETXEA

El primer año del episcopado de José Ignacio Munilla en Donostia muestra que, por encima de las voces discordantes y de la existencia de dos iglesias en Gipuzkoa, el prelado conservador ha comenzado a poner las bases de su línea pastoral a través de gestos de calado.

Los cambios en la Iglesia católica nunca son traumáticos y Gipuzkoa, en este caso, no iba a ser una excepción. Los primeros doce meses del episcopado de José Ignacio Munilla han servido para constatar que los principios del Concilio Vaticano II tienen fuertes raíces y seguidores, pero también que, como en otros órdenes de la sociedad, el juego de intereses puede afianzar hasta el proyecto más débil, como se estimaba por algunos sectores que era el movimiento cristiano neoconservador español en este herrialde.

En los previos al augurado retorno de Munilla a Donostia se sucedieron escritos corales en los que el 80% de los párrocos guipuzcoanos dijo a Roma que éste no era el perfil de pastor que deseaban para regir la diócesis. Más tarde, llegaron los manifiestos de apoyo a José Antonio Pagola y Joxe Arregi, que no lograron frenar que el teólogo franciscano se viera forzado a abandonar Arantzazu, aunque continúa siendo una de las voces críticas en la Iglesia vasca.

El agradecimiento público «a todos aquellos que juzgaron negativamente mi elección como obispo de San Sebastián, y que han hecho un serio esfuerzo por el trabajo en comunión con su nuevo obispo» es el fiel reflejo de que Munilla ha conseguido apoyos entre los supuestos presbíteros críticos. En ello ha tenido su importancia la elección de Juan Kruz Mendizabal, Kakux, como vicario de Pastoral, uno de los curas que rubricó la carta a la Santa Sede y que ha declarado que se siente cómodo en el nuevo gobierno de la diócesis.

Tras el férreo control de las comunicaciones públicas, el obispo ha logrado frenar las expresiones críticas y transmitir a los fieles y a la sociedad que «no es tan malo como le pintaban algunos». El mensaje a la comunión en el seno de la Iglesia guipuzcoana ha sido una constante, aunque fuera de los círculos de la curia, especialmente entre laicos, es donde menos resultados ha obtenido. Ahí está el encuentro del 18 de diciembre en la parroquia del Espíritu Santo, en Ibaeta, en el que 400 creyentes reafirmaron su compromiso con una Iglesia participativa, «en sintonía con el Concilio, al servicio del Evangelio y comprometida con la paz» en Euskal Herria.

Estas reflexiones, como otras en que 64 presbíteros, religiosos y laicos se posicionan ante el escenario que se abre tras la declaración de ETA, no han hecho variar al prelado su rumbo. Sirva como muestra la breve nota de los obispos de Hego Euskal Herria ante un hecho de tal trascendencia, que repite mensajes del pasado. Desde la comunidad diocesana, esta comunicación ha sido tachada de «lamentable» y criticada porque las palabras de los obispos se convierten en «irrelevantes» ante el conjunto de la sociedad vasca. Son, en definitiva, análisis del pasado cuando lo que se demanda, también en el seno de los católicos guipuzcoanos, son aportaciones hacia un escenario de paz y justicia para el país.

En el caso de José Ignacio Munilla no es de extrañar, pues su retórica de otro siglo está repleta de predicamentos que escandalizan a la sociedad, como que «la castidad» es una herramienta contra la violencia machista. Estas palabras están poco alejadas de aquellas, efectuadas hace un año, de que mucho peor que las muertes, el dolor y el caos instalado en Haití, donde los muertos superaban entonces los 50.000, era «nuestra pobre situación espiritual y nuestra concepción materialista de la vida». Después, ante el escándalo monumental, acusó a los medios de comunicación de «distorsionar» sus palabras.

Ha sido un año de transición mientras va perfilando su Plan Pastoral para el quinquenio 2011-2016, tras dos parciales: uno de su antecesor, Juan María Uriarte, y otro forzado -el de 2010/2011- por las dudas de los arciprestes. Han sido pequeñas reticencias que le han obligado a modular sus impulsos. Mientras, ha continuado «importando» a las estructuras de la diócesis a adeptos venidos de Valencia, Madrid o Roma, por poner algunos ejemplos, y configurando un Consejo Presbiterial en el que sienta a muchos de sus seguidores con algunos de las piezas claves en los episcopados de Setién y Uriarte.

Si algunas de las designaciones bajo su responsabilidad son guiños a una parte de los críticos con su elección, también los hay en el otro extremo, al nombrar, según desvelan fuentes diocesanas, como consiliario para los Cursillistas de Cristiandad a un capitán del Ejército español, capellán de los cuarteles de Loiola e Intxaurrondo. Se trata de un movimiento católico orientado a la renovación y evangelización.

Munilla ha dejado como tarea final constituir el nuevo Consejo Diocesano, donde la mayoría son laicos y se encuentra buena parte de sus críticos. Habrá que ver si los «gestos» lanzados a los sacerdotes se repiten a otros sectores de la diócesis.

Y gesto es la presencia de uno de los hombres de confianza de José Ignacio Munilla -el vicario general, Joseba González Zugasti- en el homenaje organizado por la Fundación Gregorio Ordóñez en memoria del dirigente del PP muerto en atentado el 23 de enero de 1995, donde se espera la presencia de Jaime Mayor Oreja. La familia del político mantuvo un duro enfrentamiento con los anteriores prelados, al negarse éstos a celebrar misas especiales en su recuerdo. Ahora, saludan el gesto de su obispo.

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