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Antonio Alvarez-Solís, Periodista

Incoherencia

Hay dos pecados sumamente graves, capaces de suscitar la más profunda irritación humana: el pecado contra el Espíritu -la privación de Dios para quien es creyente- y en el pensamiento laico, la negación de la Razón. Dejemos el primer y complicado pecado aparte y vayamos al segundo, del que es expresión primada la incoherencia, que hoy puebla el mundo de perplejidades y enojo.

La incoherencia impide la dialéctica habitual y suscita una ira muy molesta en quién es víctima de ella. Equivale a una arrogancia despreciativa sostenida habitualmente desde una situación de poder. Por ejemplo, que los más altos dignatarios norteamericanos hayan recibido al jefe de Estado chino subrayándole la necesidad de respetar los derechos humanos. Esta reclamación es absolutamente incoherente en boca de un dirigente estadounidense. Ofende a la razón porque falsifica radicalmente la honrada posibilidad dialéctica. EEUU es un ejemplo habitual de desprecio a los derechos humanos no sólo respecto a sus ciudadanos sino en lo que afecta al mundo en su totalidad, dada la potencia norteamericana. Que un dirigente norteamericano exija este respeto convierte la reclamación de derechos humanos, una riqueza que ha de ser común a todos, en una provocación insoportable. La inmensa mayoría de la humanidad vive la dramática trasgresión diaria de esos principios de justicia, orden moral y libertad que hacen de la vida humana, cuando se observan, una existencia cordial y ejemplar ¿Acaso Norteamérica protagoniza todas esas virtudes cotidianamente?

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