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Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista

La prueba del algodón de la democracia

Sorprende el desparpajo con el que los mismos que llevaban décadas ocultando bajo la alfombra la crueldad de los regímenes de Ben Ali y Mubarak se suman ahora al coro que los condena, a voz en grito, como dictaduras. Y no sólo los gobiernos, también esa amplia inteligentsia que, desde la inmensa mayoría de los medios de comunicación, les baila el agua.

Ni Egipto ni Túnez estaban en la lista top ten de satrapías a derribar y que elaboran con profusión de detalles todos esos opinadores. Basta repasar la hemeroteca.

Concedamos que en tiempos tan convulsos como los que vive el mundo -sobre todo el árabe-, errar es humano. Más cuando el caballo del que te caes, y al que has estado espoleando hasta el último minuto, está a punto de perder la carrera.

El drama es que no estamos ante una conversión sincera ni ante un problema de humanidad, sino ante un apoyo a las revuelta que obedece a cálculos políticos.

Mientras los tunecinos y los egipcios se dejan la vida defendiendo el derecho a ser dueños de su propio futuro (democracia y/o, lo que es lo mismo, justicia social), la opinión publicada en Occidente se mueve entre el miedo a que estas revueltas abran la tapa de la Caja de Pandora islamista en las sociedades árabes y el deseo de que sean las élites urbanas, «cultas» y occidentalizadas las que protagonizen-secuestren la rebelión.

Toda una muestra de paternalismo, de desprecio a la capacidad de los árabes de autogobernarse. El mismo que denunció hace cien años Lawrence de Arabia y que les ha condenado a vivir desde entonces bajo la opresión.

Un mensaje a los falsos conversos: ¡Es la democracia, estúpidos!

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