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CRÍTICA danza

Aristas áuricas

 
Carlos GIL I

En «La Edad de Oro», Israel Galván repasa los momentos más importantes de la historia del flamenco, pero no lo hace a base de realizar una recopilación o un repaso historiográfico. Ni siquiera se puede considerar una antología, sino que se trata de una investigación de palos, sones, ritmos, de los que extrae sus esencias, sus singularidades pero los eleva a otra categoría al interpretarlos, al colocarlos no en el recuerdo o la memoria, sino en el presente. Los fondos, sus esencias, existen, se recogen, se reelaboran y se convierten en otras formas, en otras sensaciones.

En muchos tramos todo lo que se canta, el toque de la guitarra, son reconocibles, pero es cuando la figura del bailaor aparece y se extiende en vertical, horizontal o en profundidad, cuando todo se transforma. Busca las líneas rectas, las aristas, una geometría corporal que se funde en la gestualidad. Los tópicos se abandonan, se entra en una otra fase del desarrollo del baile flamenco y se hace a base de una nueva concepción, otra caligrafía que en ocasiones corresponde a una nueva gramática, incluso a una revisión ortográfica. Todo queda en suspenso, en esos brazos que atrapan espacio, con esas piernas que se sueltan como katas, reminiscencias orientales en esas manos que recortan el aire.

Espectáculo refinado, una gran pieza, una suerte de bautismo con un flamenco más allá del mercado. Una esencialidad instalada en la modernidad, sin complejos, en confrontación con lo contemporáneo. El trío de artistas sobre el escenario logran parecer una multitud, un mundo, una historia completa a la vez que hacen sentir a cada espectador que está asistiendo a un acto íntimo.

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