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Fermín Gongeta Sociólogo

Unidad y movilización

El recuerdo de sus primeros conceptos sobre economía, a temprana edad, es el punto de partida de este artículo de Gongeta, en el que realiza un repaso del binomio capital/trabajo y constata que la defensa del trabajador «ha ido siempre por detrás del aplastamiento del rico y poderoso», y concluye refiriéndose al Acuerdo Social firmado por el Gobierno y sindicatos españoles: la penúltima dictadura.

Aún no se conocían en mi pueblo lo de las sociedades anónimas, esas que hacen lo que quieren, cosas como quiebras, expedientes de regulación, despidos improcedentes, desfalcos y muchas más cosas, pero sin que se responsabilice nadie de ello. Y desde muy temprana edad, me enseñaron que una empresa estaba formada por capital y trabajo.

Lo de «capital y trabajo» era demasiado impreciso y etéreo, como lo del cielo y el infierno. No lo captaba con mis sentidos, así que no se correspondía con la realidad. Lo que yo conocía eran trabajadores que se embrutecían de sol a sol, y que no podían conocer un minuto de expansión y de ocio. Eran todos los de mi escalera y la mayoría del pueblo donde yo vivía. Trabajo. Trabajo era lo que ellos hacían.

La empresa, para mí, la formaban los trabajadores y los muy ricos. Estos, en la época de mi infancia, habían llegado del extranjero, pero en seguida les reemplazaron los autóctonos. Autóctonos y extranjeros, los capitalistas, robaban la tierra y lo que había debajo de ella. Entonces era el hierro. Y lo vendían a precios muy altos y ganaban mucho más dinero, mientras que los trabajadores vivían muy mal, en pobreza absoluta.

El trabajador, obrero especialista, peón ordinario e incluso algunos oficinistas trabajaban muchas horas para que les pagaran más dinero y poder llevar a sus hijos a escuelas y colegios a aprender cuentas, a leer y escribir.

Y de los hijos de los obreros, aquellos que hicieron alguna carrera, salieron los peritos, los ingenieros, los facultativos de minas... Estos mandaban a encargados y obreros, pero no fabricaban. Planeaban, pero no ejecutaban. Organizaban en bonito sobre el papel, sin ocuparse de que luego funcionara o no.

Con Sócrates, cinco siglos antes de la era occidental, ya se distinguía el trabajo manual, propio de siervos y esclavos, del llamado pomposamente intelectual, digno de filósofos y políticos. Era el trabajo de los torpes como animales, frente al de los listos e inteligentes. Luego se convirtió en el trabajo del taller frente al de los de despacho; y en términos de personas, los de abajo que obedecían a los de arriba que mandaban.

Luego supe, muy tarde, que los capitalistas se reunían en consejos de administración, y que eran éstos quienes daban órdenes a los directivos, los de traje, corbata y despacho, para que éstos, a su vez dirigieran el trabajo de los obreros de oficina y de taller a través de jefes y de «encargados». Muy tarde, porque las sociedades anónimas las habían creado ya en 1602 con la Compañía Holandesa de las Indias; aunque en el reino español apareciera la Ley de SA en 1951.

Los capitalistas piensan. Piensan poco y mal en cuanto al porvenir de la otra parte de la empresa, de los trabajadores. Pero piensan mucho y bien en cuanto a la forma de enriquecerse y de incrementar su propio capital. «Al quien tenga se le dará y le sobrará; pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará» Era el año cero, el del nazareno. Es la profecía ultra liberal. La profecía que se autorrealiza.

Los sindicatos aparecieron mucho más tarde, únicamente en 1829, cuando se fundó la primera central sindical de todos los oficios de la historia: Asociación Nacional para la Protección del Trabajo. ¿Por qué la defensa del obrero, del trabajador, ha ido siempre por detrás, muy por detrás del aplastamiento del rico y poderoso? Porque el poderoso ha fragmentado la sociedad, potenciando el individualismo. Y el individualismo ha destruido la democracia.

Los capitalistas en el poder, y sus compañeros de ruta intelectuales se han constituido maestros en el arte de descerebrar la sociedad en el aislamiento y división, del «cada uno para sí», del «sálvese quien pueda» Es el egoísmo del mito de mi propia felicidad frente a la desgracia generalizada. «Eso les sucede a los otros» pensamos refiriéndonos a la miseria y al paro.

Cuando murió el penúltimo dictador del actual reino español -siempre hay más penúltimos- los acaudalados durante su «gobierno», educados en el robo y desprecio humano, se adueñaron de los puestos políticos: Gobierno del reino y gobiernos autonómicos, totalmente supeditados a Madrid. Es de allí de donde les llega el poder y la gloria: el dinero. Porque al gobernante, por mucho que nos expliquen, le designa la propaganda, el poder, los jueces, pero pocas veces les elegimos el pueblo.

El día 2 de febrero de este año 2011, nos hemos concentrado frente a la presencia altamente eficaz de una nueva penúltima dictadura. Dictadura política, claro. Aunque el acuerdo firmado por los jefes políticos patronales y pretendidos representantes de los trabajadores haya tomado el pretencioso nombre de Acuerdo Social.

La penúltima dictadura no es social, porque lo social somos nosotros, todos aquellos que soportamos el descarado totalitarismo. Es en eso en lo que nos han convertido: de ciudadanos nos hicieron súbditos y ahora nos han transformado en «lo social». Somos «lo social».

Esta penúltima dictadura es económica y política. Y si lo social, nuestros sindicatos, nosotros con nuestros auténticos representantes de Euskal Herria, no lo remediamos, no nos oponemos frontalmente a esta felonía, nos tendremos que preparar para otra nueva penúltima dictadura económica política. ¡Al tiempo!

El llamado Acuerdo Social es una penúltima dictadura, porque el representante de la patronal, Juan Rosell ha dicho que «el documento tiene contenido» ¡Vaya que sí lo tiene! Penúltima dictadura, porque el ministro de trabajo del momento ha dicho que ha sido un éxito colectivo, solución colectiva y cohesionada. Penúltima dictadura, porque el presidente Zapatero ha dicho que el acuerdo es un mensaje de confianza a España; porque le ha felicitado el presidente del Consejo Europeo Herman Van Rompuy. Mientras, los jefes de CCOO y UGT dicen que el acuerdo ha merecido la pena. Y para ellos ha merecido la pena porque ellos comparten con el BBVA la propiedad -un 40% entre los dos sindicatos- y gestión... de la Gestora de Fondos de Pensiones, SA que el año 2009 obtuvo un beneficio de 2,8 millones de euros.

Y tienen razón en el valor del Acuerdo -para ellos-. Porque ellos, todos ellos, no forman parte de los 188.268 parados de Hego Euskal Herria, 9.296 más que el mes anterior -sin contar los más de 800 encarcelados políticos-. Los firmantes del Acuerdo tienen razón, en que es el mejor acuerdo para sacar al reino de la crisis, porque ninguno de ellos está censado entre los 4.231.003 desempleados que cita el ministerio de trabajo, ni les ha afectado el cierre de 125.000 pequeñas empresas en menos de tres años... y es que «poco a poco, -según el ministro- se está llegando al final del ajuste» Y tienen toda la razón, porque la canciller alemana, visto lo visto, ya se ha comprometido a reducir el paro del reino en 800.000 parados, claro que cualificados. ¡Otra vez emigrantes!

Feliz y racionalmente que la mayoría sindical vasca denuncia el Acuerdo como el «saqueo para atacar salarios, empleo y derechos sociales», avalado por CCOO y UGT. Feliz y lógicamente sitúa en la movilización el camino del verdadero cambio, el camino hacia el cambio económico laboral y político.

Unidad y movilización. No hay más camino. Nos lo han dicho nuestros sindicatos. No podemos destruir nuestra sociedad reemplazando el deseo de vivir unidos, por la obsesión de que «cada cual se las apañe como pueda», donde cada uno nos convirtamos en consumidores compulsivos más que en ciudadanos responsables. Frente al lenguaje político que utiliza, eufemismos, banalidades y vaporosas ambigüedades, en disimulo de la realidad de un poder político que nos atenaza y destruye, nuestra salvación, la de nuestra descendencia, es y será esa, la unidad y la movilización.

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