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Félix Ligos Psicólogo escolar y padre

El Txoko de los filósofos

Hablando con un amigo cuyo hijo suele ir de vez en cuando al txoko de los filósofos, se me acercó mi hija de siete años, que nos había escuchado, y me dijo: «aita, te tengo que decir un secreto: yo no sé pensar»

Sería raro encontrar algún vasco, y sobre todo vizcaino, que no haya oído hablar de los «txokos», esos espacios donde sobre todos los varones se reúnen para comer y pasar un rato agradable. Sin embargo, los txokos a los que nos referimos tienen que ver con la educación infantil. Se trata de la «Pedagogía de los Txokos» puesta al servicio de esos niños y niñas que cuando tienen tres años son llevados por sus padres a la escuela.

La aplicación de esta pedagogía en Euskal Herria parece remontarse a los primeros años de la democracia. Al parecer, allá por los 80, primero algunas ikastolas y más tarde algunas aulas de la escuela pública comenzaron a introducir esta pedagogía proveniente al parecer de Bélgica y el Estado francés. Sin duda alguna, este hecho supuso una revolución importante, habida cuenta de que por aquél entonces las aulas estaban abarrotadas de niños y niñas de entre tres y seis años y que el profesorado no se había aún formado para educar o domesticar a estos retoños palpitantes.

¿Fue la natalidad de aquella época? ¿O fue la rápida incorporación de la mujer al trabajo? ¿O quizás fue el deseo de emancipación de las mujeres? ¿O la política de inmersión lingüística? ¿O el bajo presupuesto en educación?

Quizás fueron estas u otras más las causas que podrían explicar que en aquella época en las aulas de las ikastolas hubiera entre 30 y 40 niños y niñas.

La pedagogía de los txokos inspirada en los centros de interés del médico y pedagogo Decroly vino que ni al pelo. A partir de entonces los niños y niñas ya no tenían que estar sentados frente al encerado contemplando los dos círculos, el grande y el pequeño, que había dibujado su andereño o maisu, y esperando a que le tocase el turno para levantarse, acercarse al encerado, coger la regla que le tendía la profesora e indicar cuál era el grande y cuál el pequeño. Su andereño o maisu, por otra parte, se liberaba de aquella tensión que debía mantener para atraer la atención de los niños y niñas.

A partir de ahora las aulas estaban organizadas en diferentes txokos o rincones, la casa, el mercado, la peluquería, etc. para que los niños y niñas las exploraran. Por fin los niños y niñas podían moverse y liberarse de aquella incomprensible consigna de «estad sentados, quietos, en silencio y escuchando con atención». Ahora los niños interactuaban entre sí, manipulaban objetos y desarrollaban así su sociabilidad, sus funciones de acción objetiva y práctica, la función simbólica y el lenguaje, y sobre todo se lo pasaban bien.

El aire fresco entró en las aulas y andereños, maisus, niños y niñas comenzaron a respirar, a moverse, a reírse y a saltar de alegría. Se encontraban y disfrutaban juntos.

Han pasado treinta años desde entonces y la pedagogía de los txokos en infantil sigue siendo lo más mimado. Pero con los años las cosas están empezando a cambiar en infantil y los txokos están sufriendo algunas transformaciones.

Efectivamente, con el advenimiento de la nueva estrella educativa, tan del gusto de las clases pudientes, de quienes también desearían serlo, así como de nuestros dirigentes políticos que tanto saben de educación, nos referimos a la oferta de inglés desde los primeros cursos de infantil y al prestigiado y prestigioso TIL, la tensión vuelve a las aulas y las ventanas se vuelven a cerrar. El aire se enrarece.

Ahora los niños salen de los txokos para ir a un aula donde deben decir círculo pequeño o grande en inglés, o como sucede en los TIL, los niños pasean por sus txokos con la exigencia de oír y hablar en inglés.

Según nos cuentan los niños y niñas parece que en los centros donde aún no ha llegado el TIL, han vuelto aquellas aulas donde se exigía el silencio y la atención a las consignas de la andereño o maisu, y allí donde ha llegado el TIL la filosofía inicial de los txokos basada en la libre iniciativa de los niños se ha contaminado de lo que la escuela nunca se libera, la exigencia de que los niños y niñas aprendan obviando las resistencias y deseos de los niños.

El caso es que la tensión sube en las aulas de infantil como dejan entrever los relatos de los niños y niñas. Y, claro, las resistencias de los éstos y éstas se manifiestan a pesar de las bonanzas de la pedagogía del TIL y de la buena voluntad de la mayoría de las andereños y maisus especializados en enseñar esta lengua. Los niños y niñas se distraen, hablan, juegan entre ellos, la clase se desestructura.

Y aquí aparece el «Txoko de los filósofos». Se trata de un espacio pensado para superar las resistencias de los niños y niñas, por otra parte comprensibles por el hecho de estar éstos y éstas inmersos en un ambiente comunicacional incomprensible y carente de interés y sentido, en el que se coloca una manta, una alfombra o una silla y al que se envía a aquellos niños y niñas que no están atentos, hablan, se mueven demasiado, con la consigna: «Satxa, vete a la silla a pensar»; claro, casi siempre dando la espalda al grupo. Es cierto también que este recurso siempre ha estado presente en la escuela, pero parece ser que ahora está en pleno auge y muy utilizado por los profesores y profesoras de inglés.

El otro día, hablando sobre este asunto con un amigo cuyo hijo suele ir de vez en cuando al txoko de los filósofos, se me acercó mi hija de siete años y medio, que nos había escuchado, y me dijo: «aita, te tengo que decir un secreto: yo no sé pensar».

Bienvenido por tanto el nuevo txoko para ver si así nuestros hijos e hijas aprenden a pensar, si para ello los maestros y maestras les indican cómo hacerlo.

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