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83 edición de los Óscar

Los Óscar más protocolarios y aburridos premian al cine británico

Los directores británicos Tom Hooper («El discurso del rey») y Christopher Nolan («Origen») se repartieron el grueso de los premios Óscar de Hollywood otorgados la madrugada de ayer en una ceremonia carente de humor, sin sentido del espectáculo y demasiado trasnochada como para ganarse al público joven de Internet. Natalie Portman y Colin Firth se convirtieron en los protagonistas de la noche al cumplirse las quinielas y recibir sendas estatuillas gracias a sus interpretaciones.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

La 83 ceremonia de los Óscar no gustó a nadie, por lo que se puede concluir ya que el experimento de Bruce Cohen se ha saldado con un rotundo fracaso y es muy difícil que vuelva a repetirse. El conocido productor de Hollywood, que consiguió su Óscar por «American Beauty», se estrenaba como conductor de un espectáculo más preocupado por las audiencias que por la calidad artística o el sentido del entretenimiento. Había prometido la modernización del evento, aunque a la hora de la verdad todo se limitó a la incorporación a las redes sociales para llegar al público más joven que estaba delante de la pantalla del ordenador. El copresentador de la gala, James Franco, estuvo más pendiente de conectarse a Twitter, como ya hiciera Álex de la Iglesia en los Goya, que de empatizar con su compañera Anne Hathaway, la cual a su vez bastante tenía con cambiar su vestuario a cada nueva aparición sobre el escenario del Teatro Kodak, llegando a lucir un total de ocho modelos.

Lo que más se le reprocha a la tediosa edición de Bruce Cohen es la ausencia casi total de humor, al prescindir de la tradición del actor cómico, del imprescindible showman. No hubo ningún entertainer, con lo que las presentaciones fueron demasiado frías y correctas. Puede que en tan fatal decisión influyese la polémica causada por Ricky Gervais en la reciente ceremonia de los Globos de Oro, donde sus ironías típicamente inglesas fueron mal entendidas por el público yanqui. Es como si este año los organizadores no hubieran querido encontrarse con bromas sobre la monarquía del país que a la postre salió ganador con «El discurso del rey». Claro que si a algunos la película les parece demasiado british por el lado de la solemnidad, qué no decir de la entrega de los premios que le había preparado la Academia de Hollywood, aburridos y protocolarios como nunca antes lo habían sido.

La gran contradicción que echa por tierra todo el invento es que a los internautas les gustaba más «Origen» que «El discurso del rey», pero alguien ha debido pensar que concediéndoles el mismo número exacto de estatuillas a las dos películas podrían contentar por igual a la audiencia veterana y a la recién llegada mediante un juicio salomónico. Pero no es así, debido a que los premios para la cinta candidata de Christopher Nolan son de orden puramente técnico, mientras que los conquistados por su rival transoceánico Tom Hooper son los importantes. Lo de separar continentes es más bien simbólico, porque los dos cineastas son británicos, aunque el primero está afincado en Hollywood y el segundo, vencedor a título personal, sigue rodando en Gran Bretaña.

Son muchos los expertos que prefieren hablar del mercado anglosajón, sin hacer distinciones entre películas inglesas y estadounidenses en la carrera por los Óscar. Son los productores más influyentes de Hollywood los que, al fin y al cabo, logran que la balanza se decante hacia uno u otro lado. Según dicha teoría no se impone la calidad de una realización sobre otra, sino que el éxito depende en última instancia de la campaña promocional en las fechas previas a la entrega de los Óscar. Esta vez el pulso lo ha ganado Harvey Weinstein, que demuestra ser el más poderoso dentro de la industria en estos momentos. Al principio se veía como clara favorita a «La red social», pero Weinstein provocó un giro en la tendencia de las apuestas hasta convertir a «El discurso del rey» en ganadora.

Canciones por un mundo mejor

Al ser entrevistado en la alfombra roja, el mexicano Alejandro González Iñárritu defendió su idea global del cine, alegando que la competición debería estar abierta a todas las nacionalidades, sin tener que participar dentro de una categoría llamada Mejor Película de Habla No Inglesa. Y yo le entiendo, porque en el fondo todos quieren hacer películas en ese Hollywood al que no dudan en criticar de vuelta a sus países. Es un doble juego que Javier Bardem practica sin el más mínimo rubor, como si le bastara coger un avión para dejar sus compromisos de izquierdas atrás y transformarse en un capitalista convencido, que se enorgullece de traer al mundo a su hijo en un hospital que ningún personaje de «Biutiful» podría pagarse ni en sueños. Son las miserias morales que salen a relucir en esta feria de las vanidades, en la que Bardem y Penélope Cruz lucen una imagen que ya empieza a ser decadente, también en lo físico. Deberían tomar buena nota de lo que le ocurre a la australiana Nicole Kidman, que no es ni sombra de lo que fue y a la que los analistas en moda no dudaron en calificar como la peor vestida.

En honor a la verdad, hay que reconocer que Javier Bardem lo tenía imposible, yendo de ganador seguro Colin Firth. Pero aun así no faltaban los que tenían esperanzas de que «Biutiful» sí consiguiera la estatuilla, sin contar con que había películas mucho mejores, y una de ellas era la danesa «En un mundo mejor», que Golem había adquirido para su distribución mucho antes de apuntar a vencedora en los Óscar.

Este triunfo del cine nórdico puede ser visto como una continuación de la consagración de las mujeres realizadoras emprendida el pasado año por Kathryn Bigelow, y que ahora lleva el nombre de Susanne Bier, a falta del reconocimiento que igualmente merecían sus colegas independientes del otro lado del charco Debra Granik («Winter's Bone») y Lisa Cholodenko («Los chicos están bien»). Aunque todavía más lo siento por Annette Bening, a la que Natalie Portman le robó su estatuilla.

Tampoco tuvieron su noche Dido, Gwyneth Paltrow y Mandy Moore, cuyas canciones tristonas sucumbieron ante la alegría incombustible de Randy Newman y su «We Belong Together», que le valía a «Toy Story 3» un segundo Óscar. Fue el único momento entrañable, junto con el protagonizado por el juguetón abuelo Kirk Douglas, que casi se pone a bailar viendo que no había coreografías. Las que echó de menos Celine Dion en su lamentable versión del «Smile» de Chaplin, antesala del «Somewhere Over the Rainbow» que cerró la sosa velada cantado por un coro de niños.

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