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«Un artista puede copiar la fábrica de otro, pero nunca podrá plagiar sus productos»

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Pedro Txillida

Pintor y escultor

Aunque Pedro Txillida (Donostia, 1952) estudió Filosofía y Letras -especialidad de Geografía Humana-, nada más salir de la facultad comenzó a pintar de forma autodidacta, aplicando todo lo que aprendió de su padre, Eduardo Chillida, de quien se considera «discípulo». Ahora muestra su obra más reciente -compuesta por pintura y escultura- en el taller Alfa Arte ubicado en Eibar.

Oihane LARRETXEA | DONOSTIA

Ha llovido mucho desde que Pedro Txillida expusiera por primera vez. Corría el año 1981 y lo hizo en Bilbo. También ha llovido mucho desde que, en 1996, decidiera compaginar la pintura con la escultura, donde se siente como pez en el agua. Ahora vuelve a escena con «Torso masculino», una escultura de cuatro metros de altura y dos toneladas de peso que ha realizado en colaboración con Alfa Arte. En la misma exposición se han recopilado los trabajos que ha creado en los últimos tres años -para poder verlos es necesario llamar previamente a Alfa-.

El taller eibarrés comienza así una nueva andadura encaminada a buscar alternativas a la producción convencional de obras de arte. Cada año, Alfa Arte dará la posibilidad de producir un proyecto a uno de los artistas que desarrollan sus trabajos en el taller guipuzcoano. El objetivo último será ubicar la escultura en un espacio público.

Tanto en sus pinturas como en sus esculturas el cuerpo humano está muy presente. ¿Qué es lo que ve en él?

Antes de eso yo hice bodegones, paisajes... en definitiva, hice lo que hace todo el mundo. Cuando toqué algunos temas como las vestiduras, las telas o el cuerpo humano, me parecieron mucho más interesantes porque la iconografía es infinita. El cuerpo humano ha sido un tema decisivo en la Historia del Arte y esto tiene una ventaja: se dispone de múltiples y variadas visiones. Es como si tú te quisieras vestir guapísima. Pues antes de hacerlo, te vas a ver desfiles de moda para tener una idea más clara de lo que quieres para ti. Cuanta más información hayas recabado, más rico resulta.

Los cuerpos no están acabados y, sin embargo, no da la sensación de que estén mutilados.

Siempre me han emocionado los fragmentos, más que las piezas completas. Por eso me fascina el torso griego, el etrusco o el egipcio... se trata de sugerencias. En ese sentido, mi pintura ha sido deudora de mi escultura, de lo que yo he sentido por la escultura y por el dibujo, que es en realidad lo que me lanzó al mundo del arte.

Asegura que cuando «Torso masculino» salga a la calle mudará de color. ¿Cree que las esculturas tienen vida propia?

El material reacciona cuando está en la calle; la naturaleza, el mismo choque de la luz... lo ablanda, lo adapta. Por otro lado está el paso del tiempo, un hecho al que no es indiferente. Si lanzáramos al mar «Torso masculino» y lo rescatáramos dentro de 2.000 años, aún seguiría ahí. Estaría lleno de mejillones y lampernas (ríe), pero permanecería, porque el bronce lo resiste todo. Por otro lado, evolucionaría de color y de coherencia, porque creo el tiempo le presta coherencia a todo.

En uno de sus cuadros se puede leer: «Los seres humanos soportan estupendamente el cambio de escala». ¿A qué se refiere?

La escala es un tema muy misteroso, hay que ser muy prudente con ella. Tú no puedes coger un objeto pequeño y decidir que sea de éste u otro tamaño, porque no saldrá coherente. Para conseguir eso hay que hacer un gran trabajo. Hay cosas enormes que, sin embargo, nunca llegarán a ser grandes hagas lo que hagas.

Y entonces, ¿cómo da con el tamaño adecuado? ¿Visualizó el torso en cuatro metros?

Las dimensiones guardan relación con en entorno en el que se ubicará la obra. El proceso ideal es saber para dónde será y plantearlo con vistas a eso. Lo que pasa es que el ideal absoluto casi nunca puede ser.

Ahora que menciona el entorno, ¿dónde le gustaría ver el torso gigante?

Yo lo he imaginado en la arena. ¿Has visto la película «El planeta de los simios»?

La verdad es que no.

Me transporta a una escena en la que la Estatua de la Libertad está anclada en la arena, perdida. Esa imagen siempre me ha interesado, por eso me imagino el torso en Donostia, en la arena, cerca del Pico del Loro. Ver cómo sube y baja la marea, mostrando y ocultando la obra. De hecho se llama Ulises, siempre lidiando entre la tierra y el mar.

Estoy seguro que crearía polémica, pero creo al final la gente acabaría por adoptarlo. Sería un súper bañista gigante.

Y nudista...

¡Si, claro, nudista también! Yo me imagino a la gente rodeándolo... esto es lo que yo tengo en mente.

Por lo tanto, ¿considera que la escultura está para tocarla?

La escultura pública tiene sus servidumbres: la gente le hace pintadas, otro la raya con una llave... pero es parte del proceso. Sería deseable que no le hicieran agresiones excesivas pero las obras tienen que tener unas espaldas suficientemente anchas para aguantar un proceso de exposición al público. El público hace lo que le viene en gana y es muy razonable. Hay que tenerlo interiorizado desde antes, y si pasa, pues a repararlo.

Creo que la escultura se debe de tocar, con respeto, pero sentirla con las manos.

¿Ha quedado satisfecho con el resultado final?

Sí, excepto por el color. Estoy esperando a que salga a la calle, que es allí donde cogerá su sentido definitivo, siguiendo sus propias leyes de oxidación. Irá hacia donde tenga que ir porque uno no maneja las cosas, sino que las cosas le manejan a uno. Y en la escultura, también.

Una vez terminada pierdes el control sobre ella aunque durante el proceso tampoco tienes mucho que decir. Es ella la que pide «no me pongas esto», o «ponme de esto, que me gusta», «aquí sí, aquí no que me hace gordo». Lo pide y tú se lo das.

¿Y qué le pide ahora?

Ella ahora está contenta. Mira, en eso el principal consejo que me dio mi padre, del quien fui su discípulo, fue: `ten mucho cuidado con lo que firmas, porque se puede volver en un enemigo tuyo para siempre'. Si tú firmas algo malo, está recordándote toda la vida lo malo que eres. Me lo tomé muy en serio. No firmo nada hasta que realmente pienso que merece la pena.

En ese sentido no tengo arrepentimientos porque sé que ha sido un proceso honrado en el que he hecho lo que he podido. Eso no quiere decir que dentro de cinco o diez años no me convenza algo que he hecho. Pero estaré tranquilo porque tendré la certeza de que, en aquel momento, creí en la obra.

¿Que más aprendió de su padre?

Lo principal a ser un buena persona; él era muy honrado. Artísticamente... todo. Era íntegro y tenía magia. Viéndole dibujar parecía que hasta los pájaros se callaban.

También aprendí que uno puede copiar la fábrica pero no los productos. Es lícito que tú copies todo lo que a él le hacía trabajar, lo que a él le parecía un argumento honorable. Pero lo que no puedes copiar son las obras, esas son de él. La intención, es decir, la ética que está debajo de esa estética, puedes cogerla cuantas veces desees, tanto de la suya como del resto.

¿Es el apellido Chillida una responsabilidad?

Mira, hay profesiones donde incluso se valora que sea una estirpe, como las sagas de actores, por ejemplo...se supone que pertenecer a familias de ese orden te dan un sentido. En el arte, no sé por que, no ocurre lo mismo. Y no me lo explico porque si has sido hijo de un artista, pocas personas habrán visto y vivido su trabajo tan de cerca. Parece que no se puede heredar el talento; yo creo en la transmisión. El hecho de que mi padre fuera tan triunfador hace que sea muy difícil admitir y perdonar que alguien ose continuar.

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«Me imagino a `Torso masculino' anclado en la arena, junto al Pico del Loro. Me gustaría ver cómo la marea que sube y baja descubre y oculta su cuerpo»

LECCIONES

«Aprendí de mi padre a tener mucho cuidado con lo que firmaba. Si pones tu nombre en una mala obra, te recordará durante toda la vida lo malo que eres. Se vuelve un enemigo»

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