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250 kilómetros de desierto a la carrera

«Me aconsejaban llevar un MP3 o así para abstraerme, pero yo les digo que quiero escuchar el silencio del desierto». Carlos Gutiérrez, un artziniegarra de 48 años, participa en el Marathon De Sables, en el Sahara: 250 km en seis días.

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Joseba VIVANCO

El Marathon Des Sables, a través del desierto sahariano, es una de las carreras de larga distancia más duras del mundo. Durante seis días, los participantes deben recorrer sofocantes etapas que van de los 20 hasta los 82 kilómetros. Por si fuera poco, los temerarios corredores deben aguantar temperaturas que rozan a veces los 50º y cargar su equipo y comida para toda la prueba. Y, entre el cerca del millar de valientes que osarán tomar parte en esta odisea a partir del 3 de abril, estarán tan sólo dos vascos, uno de ellos Carlos Gutiérrez, quien nos abre la espartana mochila que le acompañará en esta aventura que llega ya a su fin, pero que echó a andar hace meses.

Este deportista de 48 años, vecino de Artziniega (Araba), ultima estos días hasta el más mínimo detalle. Nada puede quedar al albur del solitario desierto. Porque si imprescindible es la preparación física -acumula 2.500 kilómetros de entrenamiento desde octubre-, y no menos lo es la sicológica, el trabajo de intendencia es fundamental; romper un cordón de la zapatilla a mitad de carrera puede dar al traste con horas, días de trabajo y toneladas de ilusiones.

Mientras se ajusta la ropa deportiva que vestirá en la carrera y en la que le acaban de serigrafiar los patrocinadores -escasos- que le ayudan a sufragar parte de los 5.000 euros que costará esta aventura -sólo la inscripción son 3.390-, Carlos se muestra confiado en su preparación y recuerda que, en ésta su primera participación, su meta es precisamente ésa, llegar a la meta. «La prueba médica y el test de esfuerzo me dicen que estoy como un chaval de 15 años, y mentalmente creo que me encuentro bien», dice.

Los nervios ya empiezan a hacer mella en su estómago, a medida que se acerca el día de partida, este viernes. «El otro día, después de conseguir apretar la mochila al máximo, la pesé y llegaba a los 7 kilos -el mínimo permitido por la organización son 6,5 y el máximo 15-, así que tuve que empezar a quitar comida hasta dejarla en 5,5; fue una locura», cuenta. A ese peso hay sumarle en torno a 2,7 kilos más, que incluye saco de dormir, esterilla y otros elementos, ya que calcula que el ideal para afrontar la dura prueba debe estar entre los 7,5 y 8,5 kilos.

Lo peor de ese ajuste de peso es que «me he quedado al límite de las kilocalorías necesarias para cada día. Pasaré hambre». La organización exige un mínimo de 2.000 diarias y a él no le va a sobrar ni una. «Llevo sobres para echarles agua y hacer batidos. Los que les suelen dar a los ancianos y que, la verdad, saben de pena. Eso y barras energéticas, a lo que hay que sumar las pastillas de sales que te da la organización y el agua para afrontar cada día», detalla.

Peso y precio ajustados al máximo

Todo está listo. O casi. Y no se olvida de que «me falta preparar el botiquín básico». Manta térmica, brújula, silbato, linterna frontal, incluso una bomba aspiraveneno por si sufre alguna picadura. «El espejo para señalización lo compraré en un `chino', que vale 60 céntimos, porque en Tapioca son tres euros», apunta. Ése es el material exigido por los organizadores y al que se pasa revista antes de la carrera. Y una navaja. «Bueno, yo una microscópica, porque para suicidarte con ella necesitas clavártela muchas veces», sonríe. El resto de cosas, «como si vas en pelotas o con una chaqueta de pana».

Y todo ajustado al mínimo peso y, no menos importante, al mínimo precio. «Conseguir apoyos económicos o en material ha sido tan difícil o más que lo que espero sea la prueba. He llamado a muchas puertas, pero sólo hay dinero para Oiarzabal, Basurko, Berasategi... Los deportistas anónimos no pintamos nada», se queja. Por eso, se muestra muy agradecido a los apoyos recibidos. Entre ellos, a Iñigo, gerente de Morga Asfaltados y Construcciones, de Lemoa, y a Mikel, de Gaiker Kirolak, en Gasteiz. «Tampoco quiero olvidar al Ayuntamiento de Artziniega, a Juanra Llantada o a Pablo el farmacéutico», añade. Hasta llevará publicidad de una clínica veterinaria de Amurrio a cambio de que le cuiden los perros en su ausencia.

Reconoce que para afrontar un desafío así, y no sólo en la carrera sino durante los meses previos de preparación, «tú puedes querer hacerlo, pero si la gente, amigos y familia, no te apoyan, es muy dificil». Admite, por contra, que muchos conocidos le creen un temerario o un loco. Él cree que este reto que ya visionó hace años le llega en un buen momento y clama por no tener una lesión o que sus pies le aguanten. «Hay que cuidarlos al máximo, tener cuidado que no te entre la arena porque dentro de la zapatilla es como una lija y los sabañones que he visto en fotos son para no mirar», relata.

Lleva años corriendo. «Empecé cuando jugábamos a fútbol en el pueblo y después seguí corriendo». Como Forrest Gump. Forma parte de la sección de carreras de montaña del club Ubietamendi, de Zalla. La temporada pasada fue noveno en el calendario vasco de carreras de esta incipiente especialidad. El día 3 tiene la cita de su vida cita en el desierto subsahariano. El día 11 estará de vuelta. «Espero», bromea. Su ansiado sueño habrá dejado de ser un espejismo.

 

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