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La criminalización de los feminismos y otros (s)ismos

La violencia a la que estamos expuestos los seres vivos de este planeta se extiende ya hasta el infinito. Torturas sexistas (duras y muy duras). Ilegalizaciones, acusaciones y criminalizaciones. Guerras y más guerras. Extinción y domesticación de las especies. «Hermanos musulmanes» que vetan y reprimen a nuestras hermanas árabes. Imperialismo, exterminio y euro ordenes. Radioactividad nuclear e intoxicación mediática. El mundo se retuerce entre sismos revolucionarios y tsunamis reaccionarios. ¿Alianzas políticas? Solo una gran metamorfosis colectiva y cósmica puede transformar esta pesadilla mundial en un sueño plácido y libertario. Mientras la deseada metamorfosis va tomando cuerpo en la matriz universal, y con la sana intención de darle la vuelta a este cataclismo, no nos queda otra opción que seguir pensando en lo que tenemos más cerca, en la construcción de una Euskal Herria feminista y socialista, hermanada con otros pueblos del mundo, y por supuesto no quisiera olvidarme de la importancia de otros ismos como el ecologismo, el antimilitarismo... ya que es conveniente hablar de movimientos, categorías e identidades relacionales que engloban nuestras luchas políticas y personales.

Las fusiones de las categorías relacionales entran en juego en nuestro propio cuerpo y lo conforman. Estas categorías relacionales son altamente versátiles, entrelazadas y casi inseparables analíticamente. Son formaciones (no esencias), formaciones ideológicas, raciales, sexuales, de clase, de género. Nos encarnamos en este juego de fuerzas y de relaciones conflictivas, conflictuadas entre sí, y gracias a la comprensión de las mismas contrastamos las diferentes versiones de los hechos hasta ser capaces de articular nuestras propias genealogías políticas. En el proceso de constitución de dichas categorías relacionales, adquiere una enorme relevancia lo que entendemos por posicionamiento político.

La filósofa de la ciencia Donna Haraway se define como feminista marxista (como hija ilegítima de Marx) en la introducción a sus tesis, y esta declaración funciona ante el público lector como un aviso para navegantes. De esta manera, Haraway profundiza en la idea de sujeto situado y de objetividad fuerte, ahondando en la figura de un testigo modesto transgresor: «Mi testigo modesto jamás será simplemente un antagonista. Más bien es suspicaz, implicada, conocedora, ignorante, preocupada y esperanzada; se compromete con aprender a evitar las narrativas y realidades que amenazan el mundo, e intenta aprender a practicar las conciencias diferenciales».

La práctica de las conciencias diferenciales nos conduce a la búsqueda de conexiones consecuentes y contingentes. Tal y como nos recuerda la especialista en género, nación y cultura popular Helena González: «Nos toca explicar quiénes somos nosotras en las formulaciones nacionales, y quiénes somos en las formulaciones feministas. Resolver el conflicto identitario que supone conjugar un discurso en principio internacionalista y transversal como el del feminismo con los discursos nacionalistas». Nuestra tarea como feministas vascas, por lo tanto, también debe centrarse en evitar que en esta ocasión el discurso nacionalista se priorice y actúe como paraguas totalizador, ya que el nacionalismo logra comúnmente el efecto ideológico de un discurso completo y supuestamente macropolítico, mientras que las cuestiones feministas (u otras cuestiones ísmicas) no consiguen una identidad autónoma macropolítica y permanecen en un gueto.

Hay quienes, al mismo tiempo que luchan y resisten, piensan también en la posible resolución de los conflictos, en la reconstrucción, y plantean las dificultades de las diversas cuestiones que nos afectan a todas las personas. Otros, sin embargo, se dedican a contemplar impasivos la destrucción de nuestras culturas, la violación de nuestros cuerpos y la contaminación del mar y la tierra que nos acoge; y hay quienes se decantan por intoxicarnos más si cabe, por ejemplo, emborronando las páginas de los medios de comunicación con insultos, mentiras y un sinfín de aberraciones grotescas. Sin ir más lejos, al hilo de las detenciones de activistas anticapitalistas y feministas acusadas de haber profanado la capilla del Campus de Somosaguas de la Universidad Complutense de Madrid, algunos fascistas indeseables han esgrimido su pluma diciendo que las detenidas son unas zorras proetarras. ¿Estamos ante una nueva oleada de criminalizaciones? ¿Hasta dónde va a llegar la fórmula todo es ETA, todo vale contra las disidencias (disidencia = terrorismo)? Si ya lo dijo el lehendakari Ibarretxe en una ocasión: «La cuarta ola feminista va a surgir en Euskal Herria, y la vamos a protagonizar los vascos y las vascas».

Con estos hechos, torturas, ilegalizaciones, criminalizaciones,... se pone de manifiesto lo que Nietzsche señaló como la condición del juicio, es decir, la conciencia de tener una deuda para con la divinidad. Una deuda que se vuelve infinita, por lo tanto impagable. Friedrich, nuestro querido travelo, aquel elefante hembra que parió centauros, no dudaba de la existencia de una justicia que se opone a todo juicio, según la cual los cuerpos se marcan unos a otros, y así la deuda se asienta directamente en el cuerpo. De esto se deduce que el derecho no tiene la inmovilidad de las cosas eternas, sino que se desplaza sin cesar entre familias o grupos que deben derramar o devolver la sangre. Todo un sistema de crueldad, ciertamente, signos terribles que labran los cuerpos, pero según la filosofía nietzscheana, aunque cruel y agresiva, la justicia cuerpo a cuerpo es una escritura de sangre y de vida que a diferencia de la doctrina del juicio, no nos condena a un avasallamiento sin fin ni anula los procesos libertarios.

¿Hasta cuándo y hasta dónde, como afirma Deleuze, los dioses y los hombres (los hombres endiosados: militares, policías, curas, banqueros...) van a seguir elevándose a la actividad de juzgar (de asesinar, de torturar, de exterminar la vida en este planeta) por encima del bien y del mal? La doctrina del juicio aparece en el Apocalipsis o el Juicio Final. Los jueces parecen mantenerse siempre más allá. ¿Más allá del bien y del mal? Contra sus instancias y sus personajes, solo la lucha carnal se opone al juicio divino. Una lucha justa, una lucha de justicia. La lucha a la que nos referimos no es en absoluto la guerra, no es una voluntad de destrucción. En la guerra, afirma Deleuze, «La voluntad de poder sólo significa que la voluntad quiere el poder como un máximo de poder o de dominación; Nietzsche considera la guerra como el grado más bajo de la voluntad de poder, su enfermedad. La lucha, por el contrario, es esa poderosa vitalidad que completa la fuerza con la fuerza, y enriquece aquello de lo que se apodera». Revoloteemos pues hasta captar en todas las direcciones el máximo de fuerzas posibles, de las cuales cada una recibe sentidos nuevos al entrar en relación con las demás.

Los sujetos políticos feministas nos estamos exponiendo en este intento de huir de esa forma moral y teológica. Nuestra situación política consiste, en parte, en manejar de la mejor manera posible esa exposición. Nuestro deseo nos incita a pensar en las posibilidades de mundos vivibles, más justos. Las feministas, como sujetos políticos y creadores, somos agentes y fuentes de nuestra visión. Imaginamos un mundo que nos separa de los imaginarios misóginos violentos; estamos confrontadas con las narrativas de la guerra como órgano reproductivo masculino. No en vano, de una manera o de otra, sufrimos el trauma y la violencia por no encajar en las normas. Pero ese no encajar en las normas nos permite mantener posiciones de poder y de autonomía. Nuestras voces son analíticamente poderosas, precisamente por estar fuera del juicio imperante y colonizador. Somos conscientes de que nuestro cuerpo es un campo de batalla, es el lugar donde se libran las luchas, donde suceden los conflictos, donde afloran el amor y el odio, los afectos y las intensidades. Cuerpos anormales y transgresores. Cyborgs, zorras y perras mutantes, mestizas, sujetos nómadas, netianas, pornoterroristas, multitudes queer y otros inapropiados... figuraciones que forman parte de una fauna disidente y muy prolífera, textualidades y corporalidades subversivas que nos animan a transgredir los juicios divinos y las imposiciones normativas. Máquinas extraordinarias que elaboran múltiples series de repeticiones que liberan. El cuerpo marcado es un lugar crítico de contestación, fundamental para el lenguaje de las políticas libertadoras. La cuestión, dice Haraway, es marcar una diferencia en el mundo, arriesgarnos por unos modos de vida y no por otros. Para ello, se debe estar en la acción, ser finita y sucia, y no limpia y trascendente.

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