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Martin Garitano Periodista

Tipi-tapa, Korrika!

Por razones profesionales he disfrutado del privilegio de recorrer dos veces Euskal Herria en la Korrika y no me cuesta reconocer que han sido dos de las mejores experiencias de toda mi vida. Es difícil poner por escrito el cúmulo de sensaciones, emociones y experiencias acumuladas.

También aquí funciona ese extraño mecanismo mental que traslada al olvido los malos momentos, las penalidades y el cansancio extremo que se llega a experimentar en un esfuerzo así, pero les aseguro que todos ellos no sumarían la centésima parte de las satisfacciones. Porque satisfacción es colaborar en la colosal aventura de movilizar a todo un pueblo en defensa de una lengua pisoteada.

Y no cabe mayor satisfacción que ver un pueblo vivo, representado por un anciano que enarbola orgulloso el testigo, con la memoria puesta tal vez en la represión sufrida durante décadas. Y con la imagen de un niño, tal vez inmigrante, que representa el futuro.

Porque Korrika no sólo es el icono de la recuperación del euskara. Es también la recuperación del pueblo del euskara, de Euskal Herria. Y eso lo llevan en el aliento los korrikalaris que recorren la noche, llueva o granice; los que se encargan de que no haya un palmo desierto en esta maravillosa cadena de amor a lo que es nuestro, a lo que nos hace ser.

Resulta indescriptible -y hay que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas- lo que se puede sentir al escuchar la voz de plata de Mikel Laboa cuando un abnegado grupo de euskalzales toma el testigo en el punto más inhóspito de nuestra geografía (si en ella hubiera puntos inhóspitos, claro) y grita Gora Korrika!

Todo eso y mucho más lo sentimos los euskalzales. Y lo saben quienes desprecian nuestra lengua porque, en el fondo, desprecian a nuestro pueblo. Saben que ni todo el miedo que pueda sentir un ser normal ha impedido que el testigo pasara por medio de un amenazante control de la Guardia Civil. Que un pueblo que es capaz de esta hazaña no está en la triste circunstancia de ser asimilado por sus poderosos vecinos. Y saben que ese testigo que hermana a personas también cohesiona a una sociedad que vive en siete territorios, aunque nos hayan impuesto tres administraciones. Por eso no les verán correr estos días por calles y caminos.

Esos y muchos más son los valores de Korrika, encerrados en un austero testigo de madera que encierra el alma de un pueblo. Su lengua y también su historia y, sobre todo, su futuro.

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