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CRÓNICA | KORRIKA 17

Los relevos del testigo, metáfora del cambio generacional

Korrika son largas horas en la carretera, miles de kilómetros que se recorren bajo la lluvia o un sol abrasador. Lo mismo si es de día que si es de noche. Ella no descansa. Korrika es también un gran mosaico de historias personales, de guiños cariñosos y de amistades que en cada edición, nacen sobre las cuatro ruedas de la furgoneta.

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Oihane LARRETXEA

Miles son las personas que hacen posible la marcha a favor del euskara cada dos años. Miles las personas que, de manera voluntaria, colaboran y ayudan en todo lo que pueden. Hay personas que piden permiso en sus trabajos para poder ayudar en la organización, gente que reserva días de sus propias vacaciones para no perderse ni un sólo día de Korrika. Profesores y alumnos de AEK, o euskaltzales que no pertenecen a la coordinadora de alfabetización y euskaldunización pero que están al pie del cañón, como las enfermeras de la ambulancia que no apagan el motor durante las 24 horas del día.

También al otro lado, tras la pancarta, son miles y miles los euskalakaris y euskaltzales que se agolpan a los flancos de la carretera para esperar la llegada de la multitud. Personas entre ellas conocidas o no, pero que sin embargo, se sonríen mutuamente al cederse el testigo. Estas pequeñas historias personales son una dosis concentrada de lo que pasa durante cada edición de Korrika. Ocurrieron ayer, a su paso -por segundo día consecutivo- por Nafarroa, desde Castejón hasta Erremendia. Historias humanas, tiernas, generosas. Historias que surgen en el camino por la normalización de nuestro idioma.

En la furgoneta

El lekeitiarra Andoni Seijó lleva unas cuantas ediciones de Korrika a sus espaldas, concretamente su primera experiencia se remonta al año 1993, a la octava edición de Korrika. Siempre en la furgoneta, hoy es, junto a Joseba Irazabal, uno de los encargados de los dos equipos que trabajan en las furgonetas, los vehículos desde donde cuidan y animan a la gente. Asegura que la experiencia «engancha» y que además, las condiciones han mejorado mucho a lo largo de los años, haciendo que el trabajo sea cada vez más fácil.

Su hermano Bingen también está metido «en el ajo». Ambos son pintores de brocha gorda -tienen juntos una pequeña empresa- por eso, mientras uno de ellos cubre una edición de Korrika, el otro atiende el negocio.

Todo queda en familia porque a esta edición que le ha tocado cubrir a Andoni, se ha sumado una más del clan: su hija Irati. Ella llevaba pidiéndoselo desde siempre pero él firme, no pensaba darle vía libre hasta que terminara de estudiar el bachillerato. «Todo esto lo he vivido muy cerca desde pequeña -explica-. El aita nos contaba mil anécdotas de Korrika y yo no hacía más que insistirle para que pudiera venir». Ayer estaba «feliz», a pesar del cansancio que generan los turnos de catorce horas que tiene que cubrir.

Sólo han pasado cuatro días desde que arrancara la marcha, pero ya aseguró que esto «no ha hecho más que empezar: Siempre y cuando mis estudios de Filología Vasca me lo permitan, estaré en la furgoneta». Eso si, el trabajo es el trabajo y no hay apellidos que valgan. En el vehículo Andoni e Irati no son padre e hija. «Él me dejó claro que aquí es mi jefe», dice la joven.

Ella no es el único relevo porque a sus hermanos Amaiur y Maren, de 16 y 8 años respectivamente, les ha picado el gusanillo pero claro, ellos también tendrán que esperar a cumplir los dieciocho.

Mujeres

Dejamos la cabeza de la marcha para hablar del cogollo, de los protagonistas, de los euskalakaris. Y ahí, en esa gran multitud, apareció otra historia, otro relevo generacional. Era el kilómetro número 687, entre Eslaba y Oibarri, cuando Amparo Nicuesa, Marivi Arbe, Andrea Ayape y Lur Ayape cogieron el testigo. Eran, respectivamente, bisabuela, abuela, madre e hija. La mayor tenía 81 años, la más pequeña apenas tres.

Las primeras tres generaciones han corrido desde que Korrika existe porque si bien la marcha a favor del euskara nunca ha pasado por Kaseda, «desde que existe hemos comprado un kilómetro cerca del pueblo». La primera vez que lo hicieron juntas fue en la anterior edición, cuando Lur apenas tenía unos meses, así que la llevaron en brazos. Pero ayer, dos años después de aquella vez, Lur participó activamente, llevando incluso el testigo.

Mientras que Andrea y Lur viven hoy en día en Gernika, Marivi y Amparo viven en Kaseda, un municipio que «tiene necesidad» de euskara: «Los niños de Kaseda van a la ikastola de Zangoza. Son doce kilómetros para ir y otro tanto para volver y la verdad, es un `engorro'. Pero mientras no puedan aprender en euskara cerca de sus casas no hay otra solución», decía Marivi.

Desde la popa

«Fue una casualidad; me comentaron que hacía falta una persona para cubrir unos días de Korrika y me animé -recordó Josune Lazkano- desde la ambulancia. De eso hace ya casi veinte años». Desde entonces, esta enfermera natural de Ibarra no ha fallado ni una sola edición, y ayer estaba una vez más, al volante, después de haberse cogido dos días de sus vacaciones.

Entre semana da clases en un instituto de Formación Profesional y los fines de semana está de voluntaria en la ambulancia. Aunque el medio de trabajo es el mismo, las sensaciones que siente durante Korrika poco o nada tienen que ver con los de su día a día: «Aquí he visto de todo: a gente que corría bajo la lluvia, bajo la nieve, personas que en plena noche se ponen en marcha, incluso quien lo hace completamente desnudo -sin tener en cuenta las zapatillas-. Esto es mágico», dijo.

Además de curar lesiones y heridas, ha tenido ocasión de llevar el testigo. «Aunque sea durante unos pocos metros, en ese momento te invade una sensación... uf! indescriptible». Y que decir de las buenas amistades que le unen con las personas involucradas en la organización. «Volver cada dos años es emocionante, y más aún encontrarte de nuevo con la gente».

La enfermera Arantzazu Lersundi escuchaba atenta, pues esta es su primera Korrika dentro de la dotación de la DYA.

El relevo generacional podría ser la metáfora de los constantes relevos del testigo. O viceversa. Tres relevos que se sucedieron en tres secuencias de la marcha. Hoy avanza por Nafarroa hacia Ipar Euskal Herria, con más historias personales que harán rodar Korrika por mucho tiempo.

 

 

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