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Arturo, F. Rodríguez | Artista

Cultura electoral

Abróchense los cinturones en el mundo del arte y de la cultura. Y el aviso no sólo hace referencia a cuestiones económicas, que de eso ya vamos sufriendo los baches desde hace tiempo, sino también a las groseras sacudidas que sufre este sector en cada nueva cita electoral. Los excesos a la hora de concebir infraestructuras y en el modo de «festivalizar» la cultura son sólo la parte visible de lo que ha sido la tónica de los últimos años, porque lo que nos queda es la traslación de la precariedad laboral al terreno de la cultura con tintes bien específicos, y la confusión creciente que se instala alrededor de aquellos espacios y tiempos en los que coinciden los conceptos de industria y de cultura.

Los desajustes que provocan las políticas partidistas cuando interfieren en ciertos procesos culturales suelen ser nefastos: se interrumpen los tiempos de definición de los proyectos, se invaden sus ámbitos naturales de confrontación -que han de ser el debate, el pensamiento y la acción (en un escenario crítico, accesible, productivo)-, y a la vez se trastocan las relaciones internas entre instituciones, agentes, mediadores/as y tejido cultural. El ruido que se genera en la campaña atraviesa la condición propia de los productores culturales, afecta a su contexto y a sus conexiones. Con la normalización del desajuste interinstitucional en las políticas culturales y las sacudidas que proporciona el espectáculo electoral tienden a esfumarse esperanzas y objetivos, se tensionan circunstancias de trabajo que precisan de protección, de tempo propio y de una libertad máxima. Por todo ello no se trata de usar políticamente la cultura, sino de politizarla; no se trata de darle una «utilidad» electoral, sino de desvelar su uso utilitarista desde la práctica cultural.

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