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Floren Aoiz www.elomendia.com

El retorno del paradigma Lemoniz

Lo plantean como un icono en la batalla contra la izquierda y los movimientos sociales, sí, pero también están preservando sus fuentes de ingresos, directas o indirectas

Ahora, a diferencia de los tiempos del proyecto de central nuclear en Lemoiz, casi nadie considera la palabra «ecologista» un insulto. Hasta la sucesora de la empresa responsable de aquel descabellado plan se presenta a sí misma como defensora de la sostenibilidad y el medio ambiente. Miguel Sanz alardea de energía eólica y todos nos sermonean sobre la necesidad de preservar el planeta. Es más, el tsunami y la crisis de la central de Fukushima han hecho que muchos critiquen ahora la energía nuclear que ayer mismo defendían.

Ahora bien, si alguien ha deducido de todo esto una renuncia al paradigma del desarrollismo, más vale que vaya pisando tierra. Ahora mismo, en 2011, pese a que nunca habían sido tan visibles e indiscutibles los daños causados al planeta, los riesgos que entraña y su relación con la crisis que nos azota, la mayor parte de los agentes políticos y empresariales recuperan el catecismo desarrollista convirtiendo al TAV, al Puerto de Pasaia y las incineradoras en emblemas del progreso.

Hace años nos decían que sin Lemoiz tendríamos que alumbranos con velas. Ahora, que sin el TAV Gipuzkoa se hundirá en un profundo foso. Acabo de escuchar a un soplagaitas decir que si Bildu gobierna y estos macroproyectos no se llevan adelante, Gipuzkoa vivirá un «retraso sociológico». Sabido es que si hay algo de civilización en tan bárbaro territorio es gracias a los burguesones madrileños que a fuerza de veranear en «San Sebastián» han traído luz a esta inculta y atrasada tierra.

Los espectaculares resultados de Bildu y las horas bajas del paradigma del «antiterrorismo» están obligando a cambiar los guiones. Esto podía esperarse: a fin de cuentas nadie habría creído hace uno o dos años que llegaríamos a esta situación. Pero es significativo que no tengan nada mejor que poner sobre la mesa que estas viejas recetas.

Mientras en otros lugares se cuestionan gastos bestiales y socialmente nada rentables como el TAV, aquí son cuestión de principios. En el fondo, otra versión del paradigma del antiterrorismo, coartadas para encubrir la voluntad de violar la voluntad popular e imponer los intereses de unos pocos. Algunos agentes han hecho de la gran obra pública destructora del medio ambiente su seña de identidad. Lo plantean como un icono en la batalla contra la izquierda y los movimientos sociales, sí, pero también están preservando sus fuentes de ingresos, directas o indirectas.

No nos hemos caído de un guindo y sabemos que tras el fin del ladrillo la obra pública es una gran apuesta financiero-empresarial, para lo que se necesita el desvío de ingentes fondos públicos a bolsillos privados. ¿Cómo? Haciendo ver estas obras -y todas las que ofrezcan oportunidades de negocio- como proyectos imprescindibles. De alguna manera hay que justificar semejante sablazo, y los discursos desarrollistas son la tapadera de las maniobras para hacer pagar a la sociedad la crisis y permitir que un puñado de privilegiados obtenga beneficios gigantescos.

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