Miles de jóvenes demandan estos días revertir el orden social y cambiar las reglas del juego consiguiendo centrar la atención de los medios españoles, y condicionar la pugna electoral. Una veintena de jóvenes independentistas acampan esta semana en el campus de Donostia sin que ello parezca importar demasiado.

La indignación del movimiento 15-M hirvió ante la carga policial de Barcelona. Su retransmisión en directo, incluso desde los canales más retrógrados, ha levantado ampollas. El relato desgarrador de los jóvenes independentistas detallando su paso por comisaria no consigue, sin embargo, colarse en los titulares. El infierno de la tortura y el terror de vivir bajo su sombra no tiene tirón informativo.

La juventud española comienza a tomar conciencia del letargo en el que se encontraba. En un intento de huir del pensamiento dominante, se ha logrado aglutinar a gente de todas las edades y condiciones sociales. El movimiento 15-M ha conseguido convertir las redes sociales en el embrión de una potente arma de reivindicación. Han removido conciencias y aunado fuerzas contra una clase política vendida al capital y al beneficio empresarial. Y yo me alegro por ello.

En Euskal Herria compartimos en esencia esta indignación. Y muchos, como los más de 300 jóvenes vascos arrestados en los últimos años, han pagado un precio muy alto por plantar cara a este sistema que indigna. Ellas y ellos son para mí el ejemplo del compromiso por el cambio.

La célebre frase, «Piensa globalmente, actúa localmente» nos revela que no se puede cambiar el mundo sin transformar tu barrio. No debemos de ir hasta los jornaleros andaluces para poner cara a la crisis y, desgraciadamente, tampoco necesitamos a los mossos para hablar de brutalidad policial.

La juventud vasca lleva décadas aglutinando a indignadas e indignados. Soñando que se puede cambiar el mundo, han transformado su vida, convirtiéndose en hábiles comadronas de grandes proyectos. Arquitectos de sueños e ideas que han sido tachados de terroristas e ignorados por los medios.